lunes, 15 de abril de 2013

Tetraedrón - 1 - El palacio de cristal

 Ante Daniel se elevaba un palacio de cristal cuyas torres eran como gigan­tescas estalagmitas formadas por el lento rezumar de la bóveda celeste. A través de sus paredes, rugosas e irregulares, la luz del interior se concentraba en miles de minúsculas galaxias que parecían flotar en medio de la noche. Y ante el palacio se extendía una explanada, iluminada tan solo por la luz que salía a través del arco sin puerta de su entrada.

Daniel se volvió para contemplar el paisaje nocturno de aquel insólito lugar. Pero no había casas, ni árboles, ni montes y praderas; ni luna, ni ríos, ni estrellas. Tan solo había una enorme roca, que flotaba a la izquierda del palacio, y, aparcado a unos metros de la entrada, lo que parecía el fuselaje de una avioneta sin alas ni ruedas. Más allá de la explanada  solo se veía la negrura del vacío. Era como si el palacio, en vez de tener sus cimientos en la tierra, colgase de sus torres, clavadas como agujas en la noche.

Se acercó a la avioneta, observando que el interior de la carlinga estaba casi lleno de agua. Luego atravesó el arco y penetró en el palacio. Allí las rugosas paredes exteriores se convertían en lisas superficies de netas aristas que, como en una catedral gótica, se curvaban al subir y se cru­zaban en el techo. La noche de afuera se convertía dentro del palacio en luminoso ambiente, creado por el resplandor del mismo aire que contenía.

‑ Ya era hora. ‑ dijo alguien ‑ Has tardado una barbaridad.

Junto a una blanca mesa redonda, balanceándose ligeramente en un trape­cio, descubrió un águila. Y a su lado, subido en un trípode metálico, un calamar.

‑ Acércate y siéntate con nosotros. ‑ dijo el animal marino.

Daniel se adelantó automáticamente hacia ellos.

‑ Extraña criatura. ‑ comentó el águila ‑ Nunca vi nada igual.

‑ Se parece a los habitantes de Witowsky, ‑ dijo el calamar – aunque ellos son grises y tienen mucho más largas las extremidades.

Daniel dirigió una rápida mirada a sus piernas y brazos, descubriendo que estaba completamente desnudo.

‑ Está cambiando de color. ‑ observó el águila ‑ Se está tiñendo de rojo.

Daniel, azorado, intentó sentarse en un taburete, pero este se apartó y se puso a hablar.

‑ En caso de necesidad no tendría inconveniente en que te sentaras en­cima de mí, pero habiendo una silla especialmente prevista para bípedos como tú, creo que es mejor que lo hagas en ella.

Daniel, al sentarse, se apoyó ligeramente en la mesa, observando con sorpresa que, en el punto en que había puesto la mano, aparecían una serie de líneas circulares, concéntricas y de un brillante color anaranjado, que se expandían sobre la mesa y, al retornar desde el otro extremo, formaban un móvil y complejo diseño que, poco a poco, se fue debilitando hasta desaparecer por completo, volviendo la mesa a su blancura primitiva.

La bola de peluche ‑ pues eso pareció a Daniel lo que antes creyó ta­burete ‑ extendió sobre su cabeza una varilla metálica en cuyo extre­mo brillaba como un zafiro un ojo cristalino con el que podía ver en todas direcciones al mismo tiempo.

‑ Extraña criatura, ciertamente.‑ confirmó.

‑ Ustedes si que son raros. ‑ Se indignó Daniel ‑ Un calamar, un águi­la y un muñeco de peluche hablando y comportándose como seres racionales. Es el sueño más absurdo que he tenido en mi vida.

E1 águila extendió sus alas como para mantener un equilibrio que hubie­ra estado a punto de perder, pudiendo entonces observar Daniel que en realidad no era un águila: Lo que había creído que eran plumas, eran más bien hojas entre verdes y grises, entre carnosas y vegetales; lo que ha­bía creído alas, eran ramas flexibles de las que pendían las hojas. Y no tenía dos, sino muchas, quizás veinte o treinta, unas más lar­gas y otras más cortas. Lo que había creído patas también era un conjun­to de ramas, o tentáculos, o raíces, que se enroscaban en el trapecio para sujetarse. El cuerpo era como una enorme e irregular patata en cu­ya parte superior, unas zonas de coloraciones irisadas parecían simular los agudos ojos del águila. Quizás incluso tuvieran su función. Aparen­temente no tenía pico, o boca, o lo que correspondiera a esa especie de animal, o planta.

‑ ¿Necesitas organizar tanto escándalo para comunicarte? ‑ preguntó el águila‑planta una vez recuperada su posición original.

Daniel estaba confuso. El sueño era absurdo, pero tremendamente real. Se puso a observar al calamar: a decir verdad, él no sabía exactamente como era un calamar porque no había visto nunca ninguno vivo en su am­biente natural. Quizás por eso le pareció que, efectivamente, si no se trataba de un calamar, era de una especie similar. Era bastante grande. La caperuza, que reposaba sobre el trípode, tendría como medio metro de larga, mientras que los tentáculos, que se enroscaban en sus patas, bien podían medir cinco metros. Su piel era blanquecina y viscosa. Pero no; no era un calamar... junto a sus largos tentáculos, y saliendo también del interior de la caperuza, diez o doce apéndices más pequeños y lige­ros terminaban en unas bolitas negras que probablemente eran sus móviles ojos. Además parecía encontrarse perfectamente bien fuera del agua... y hablaba... ¿Hablaba?

‑ Repito. ‑ insistió el águila ‑ ¿Necesitas organizar tanto escándalo para comunicarte?

No, no hablaban. Aquellos seres no hablaban: le transmitían directamen­te sus pensamientos al cerebro. Daniel se concentró y pensó. Pensó fuer­temente, haciendo hincapié en cada silaba:

‑ He di‑cho que Us‑te‑des si que son ra‑ros.

Silencio.

‑ Que Us‑te‑des si que son ra‑ros.

‑ Creo que está intentando comunicarnos algo sin hacer ruido. ‑ dijo el peluche ‑ Estoy captando unas ondas muy curiosas.

‑ Yo no he captado nada. ‑ comentó el calamar ‑ Si está transmitiendo algo, lo hace completamente fuera de mi onda.

‑ Debe ser un retrasado mental. ‑ añadió concluyente el águila.

‑ ¡He dicho que Ustedes si que son raros! ‑ gritó Daniel, ofendido por el insulto del águila.

‑ Eso ya lo habíamos entendido antes, a pesar del ruido. ‑ dijo el águi­la ‑ Lo que no hemos entendido es lo del calamar, el águila, el peluche, los seres racionales y el sueño. A1 menos yo no lo he entendido.

‑ Está claro que calamar, águila y peluche son los nombres que él nos da a nosotros. ‑ explicó el peluche ‑ Lo de los seres racionales y lo del sueño tampoco yo lo he comprendido.

‑ Seres racionales debe querer decir seres que actúan movidos por los re­sultados de un raciocinio de tipo lógico. Lo más próximo a eso debes de ser tú, ‑ el calamar se refería al peluche ‑ con todos los circuitos ul­tra‑rápidos que te hacen actuar de acuerdo con la información que captan tus sensores. Nosotros, y evidentemente también él, tenemos muy poco de racionales. Si cada vez que tuviéramos que actuar hubiéramos de ha­cer un raciocinio de tipo lógico, hace tiempo que se habrían extingui­do nuestras especies. En cuanto al sueño, ‑ y ahora se dirigió a Daniel ‑ ¿Puedes explicarnos qué es lo qué es?

‑ Yo ahora estoy soñando. ‑ dijo Daniel ‑ Anoche me acosté para dormir, y ahora estoy soñando con Ustedes. Es decir, que Ustedes no son más que un producto de mi imaginación. Ustedes no existen fuera de mí y, cuando me despierte, habrán dejado de existir.

‑ Fantástico. Nosotros, un producto de su imaginación. ‑ dijo el águila, recalcando la palabra "su" ‑ Bien. Hagamos un razonamiento lógico, de esos que tanto parecen gustarle. Si somos lo que dices, haz que mis hojas se vuelvan rojas. Si no puedes hacerlo, evidentemente no somos un producto de tu imaginación.

‑ Naturalmente que no puedo hacerlo. ‑ protestó Daniel ‑ Estoy soñando. Y soñando no puedo controlar a mi imaginación. Más bien es ella la que me controla a mí y hace que me ocurran las cosas más inesperadas.

‑ Más fantástico aún. ‑ el águila insistió con ironía ‑ En ese caso tú eres un producto de tu propia imaginación, lo cual es absurdo. Y por otra parte, si tu imaginación te controla a ti al igual que crees que nos controla a nosotros, ¿por qué razonamiento lógico llegas a la conclusión de que tú existes y nosotros no?

‑ Porque cuando estoy despierto, yo sigo existiendo, y Ustedes, no.

‑ Puedo asegurarte que nosotros existíamos bastante antes de que tú nos vieras.

‑ Creo que entiendo un poco lo que ocurre. ‑ dijo el peluche ‑ Yo no duermo nunca. Actúo o no actúo, pero no puede decirse propiamente que duerma. Tú reposas. ‑ dijo dirigiéndose al águila ‑ Inhibes parcialmen­te tu actividad, aunque no dejas de estar atento a lo que ocurre a tu alrededor. Tú duermes. ‑ ahora se dirigía al calamar ‑ Salvo en lo que se refiere a tu metabolismo, que sigue funcionando a un nivel más bajo, tú si inhibes totalmente tu actividad. En cuanto a ti, ‑ ahora hablaba a Daniel ‑ debes ser un caso intermedio. Los circuitos que activan tu imaginación deben quedar sin inhibir, quedando inhibidos sin embargo los que los controlan. Eso debe de ser soñar...

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Nota añadida el 8 de Febrero de 2017

No estoy muy seguro de que un blog sea el sitio adecuado para publicar una novela, pero como sospechaba que ninguna editorial estaría dispuesta a editar esta, la publiqué aquí, a razón de lo que serían unas tres páginas cada quince días. Ahora he puesto un enlace en la entrada del 8 de Febrero de 2017 para que, a quién le haya gustado este trozo, pueda leerla sin la incomodidad de tener que bajarla trocito a trocito.


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