miércoles, 30 de septiembre de 2015
viernes, 25 de septiembre de 2015
Mi amigo Klaus
Mi amigo Klaus (ver Primeros meses en Italia) es uno
de los hombres más afortunados que he conocido jamás. Sea por su claridad de
ideas o por puro azar, siempre se lleva en todo la mejor parte.
Vivimos durante una
temporada en el "palazzo di Reno", así llamado por ser el único edificio
moderno de Reno di Leggiuno con más de dos plantas. La planta baja estaba
ocupada por los servicios comunes y por garajes individuales. Una rampa exterior en espiral ("lo scivolo" = el
tobogán), altamente peligroso en invierno, conducía a la entrada del edificio, situada
en el primer piso.
Reno visto desde mi
ventana, con "lo scivolo" en primer término
Nuestros apartamentos
eran idénticos, aunque el mío estaba en la primea planta y el suyo justo
encima, en la segunda, con las evidentes ventajas que esto le reportaba. Y
nuestros garajes estaban uno junto a otro en el lateral izquierdo del edificio,
aunque, por supuesto, la maniobra que había que hacer para entrar en el suyo
era mucho más simple que la que había que hacer para entrar en el mío.
Cuando se compró un
equipo de alta fidelidad, tuvo la suerte de encontrar en Alemania un experto
vendedor que le aconsejó tan acertadamente, que era evidente que ningún equipo
de menor precio podía alcanzar la calidad del suyo, mientras que cualquier otro
equipo, por caro que fuera, era imposible que la mejorara.
Entre semana comíamos
en "la mensa" (la cantina del Centro Común de Investigación del Euratom).
Klaus, provisto de una vista inmejorable, me dijo en varias ocasiones que una
chica le estaba mirando. Yo, por más que aguzara la vista, no era capaz de
distinguir si la chica, que comía en el otro extremo de la mensa, le miraba a
él, a mí o al vecino de la mesa de al lado.
Pero Klaus tenía
razón y unos meses después se casó con Annette y tuvieron una hija, Sandra, de
la que tuve el honor de ser padrino de bautizo.
Klaus es ateo pero,
dando muestra de una enorme finura de pensamiento, decidió bautizarla. Según
él, era muy difícil que un ateo se hiciera creyente, mientras que para un
creyente era muy fácil volverse ateo. Bautizándola conseguía que, cuando fuera
mayor, tuviera más libertad para escoger si quería ser atea o creyente.
Un día antes de un
viaje a Alemania, me pidió que le acompañara a la orilla del lago Mayor para
coger un poco de arena. Bajamos con el oche y, para mi sorpresa, empezó a
llenar de arena cajas y cajas con ayuda de una pala. Alguien me había dicho que
la arena del lago era estupenda para dejar reluciente la vajilla, pero, a menos
que pensara venderla en un mercadillo, no
se me ocurría para que querría llevarse tanta. Así que finalmente le
pregunté para que la quería. "Es que en Alemania no hay límite de
velocidad en las autopistas. Con las cajas llenas de arena consigo que el coche
pese más, se agarre mejor al asfalto, y pueda correr más. Esto me lo enseñó mi
padre. Él lo llevaba siempre cargado de ladrillos, hasta que una vez, en un
frenazo, un ladrillo salió disparado hacia delante, le dio en la nuca y por
poco le mata".
Hace unos días he
vuelto a verlo con motivo del cincuenta aniversario de la creación de la OCDE-ENEA
Computer Programme Library, y me ha dicho que además de haber tenido su primera
hija cuatro años antes de que yo tuviera la mía, tuvo la segunda (y última)
suya dos años después de que yo tuviera la última mía. O sea, que en esto
también me gana.
Klaus A. Hey fotografiado el 4-sept-2015 por Juan Manuel Galán
domingo, 20 de septiembre de 2015
Laberinto - 8 - La estructura del Laberinto
Después de visitar todas las
puertas abiertas del Laberinto y recorrer un número considerable de pasillos, he llegado a la conclusión de
que su estructura, aunque compleja, es enormemente repetitiva. No es solo que
de cada puerta partan cinco pasillos y de que confluyan siete en todos los
distribuidores. Es que además si el pasillo X.y.z.t de una puerta es
ascendente, plano o descendente, también lo son los pasillos X.y.z.t de las
demás puertas.
Fulcan cayó unos instantes para
observar en la expresión de Crowell John si le había comprendido. Tanto este
como Olivia Prisco asintieron con la cabeza, por lo que Fulcan continuó:
Pero no es solo eso: Si tomamos
el pasillo A, que va pegado al muro exterior y es descendente en todas las
puertas, llegamos a un rellano, idéntico al de la entrada, aunque sin puerta al
exterior, del que salen cinco pasillos, repitiéndose nuevamente la misma
estructura. Y si tomamos el pasillo E, que también va pegado al muro exterior,
pero es ascendente, llegamos a otro rellano igual, del que parte otra vez una
estructura idéntica de pasillos.
¿Y si sigues bajando por el
pasillo A de cada rellano o subiendo por el E?, preguntó Crowell John.
Sigues encontrando rellanos
idénticos cada vez más abajo o cada vez más arriba. No me he atrevido a
aventurarme mucho por los pasillos, pero, por los que van pegados al muro
exterior he bajado y subido aunque estuvieran a oscuras, ya que la vuelta no
ofrecía dudas.
¿Es cierto que no se puede
encender fuego dentro del laberinto?
Fulcan y Crowell John miraron
sorprendidos a Olivia.
No. No se puede encender fuego
dentro del Laberinto. Se cierran automáticamente todas las puertas de
alrededor, explicó Crowell John, y se extrae todo el aire, o se sustituye por
otra cosa... no sé... Cuando se apaga el fuego, las puertas vuelven a abrirse.
Ha habido algún muerto...
Hay al menos cinco pisos bajo
tierra y otros siete por encima, continuó Fulcan tras unos instantes de
silencio. Digo "al menos" porque, en el último rellano al que he
llegado, el siguiente pasillo
descendente o ascendente estaba cegado, no sé si por ser el último o porque hay
una puerta que, de abrirse podría conducirnos más abajo o más arriba. Hacia
arriba, en todo caso, creo que, dada la altura del edificio, podría haber hasta
diez pisos. Hacia abajo podría haber solo cinco o haber cuarenta... Los
pasillos ascendentes y descendentes del interior sirven lógicamente para
conectar unos pisos con otros, y, entre estos y los horizontales debe haber
algunos que comuniquen entre sí pisos correspondientes a distintas puertas de
entrada. O, dicho de otra manera, debe de haber distribuidores en los que
confluyen dos o más pasillos que provienen de distintas puertas.
Tiene que haber algún punto, dijo
Crowell John después de meditar unos momentos, en el que deje de existir esa
repetición exacta, puerta a puerta, de las estructuras.
martes, 15 de septiembre de 2015
jueves, 10 de septiembre de 2015
sábado, 5 de septiembre de 2015
El silencio
Hace un calor sofocante. Son casi las
doce de la noche y hace un calor sofocante.
He abierto todas las puertas y ventanas
para ver si corre un poco de aire y refresca, pero sigue haciendo un calor
sofocante.
Me levanto y me asomo a la ventana. No se
ve la silueta de la Sierra Blanca recortada contra el cielo. El calor ha hecho
que una espesa niebla se levante del mar y no deje ver ni siquiera las luces de
las urbanizaciones que escalan las faldas de La Concha. Lo único que veo es el
resplandor de las farolas de la calle, cada vez más pálidas a medida que la
calle se aleja cuesta abajo.
Ni siquiera se ven las luces de la
pizzería del final de la calle. Quizás hayan cerrado ya. Quizás no hayan
abierto.
Vuelvo a la cama. Únicamente veo un leve
resplandor en el cuadrado de la ventana, insuficiente para distinguir los
ángulos entre las paredes y el techo.
La niebla ha entrado en la habitación.
A la niebla se une el silencio. No se oye
pasar ningún coche por la calle. Y tampoco pasa el motorista que todas las
noches aprovecha la cuesta de la calle para dar un sonoro acelerón. Pero es
lógico. ¿Quién va a salir con esta niebla?
Doy un par de vueltas en la cama, pero
finalmente me levanto. Encuentro insufrible este silencio. Enciendo la radio.
No se oye nada. Subo el volumen. Silencio. El dial está en el 98'1, Radio
Clásica, pero no se oye nada.
Giro el selector de frecuencias. Nada. No
se oye nada. Ni siquiera el ruido blanco de la estática.
Estoy a punto de gritar, pero no lo hago.
Tengo miedo. ¿Y si grito y no me oigo gritar?
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