miércoles, 10 de junio de 2015

El águila ciega

Había una vez un águila de porte tan impresionante y vuelo tan majestuoso que los animales del valle la consideraban su reina. La temían y la admiraban.

Cuando la veáis ascender en círculos sobre vosotros, decía mamá coneja a sus gazapos, quedaos quietos sin mover un músculo, porque el águila tiene una vista portentosa y detecta desde arriba el más mínimo movimiento. Se lanzará en picado con sus pardas alas medio cerradas y, a menos que estéis a la entrada de la madriguera, por mucho que corráis, no escaparéis de sus garras. 
  
Pero, a medida que pasaban los años, el águila se fue dando cuenta de que iba perdiendo la vista, e intuyó que algún día los animales del valle dejarían de admirarla o, aún peor, de temerla. Y que hasta era posible que terminaran por burlarse de ella. Así que decidió dejar el valle antes de que llegara ese día e irse y morir en un páramo lejano.

Los animales del valle, que aún no se habían dado cuenta de su pérdida de visión, después de verla alejarse, comprendieron que ya nunca volvería. Y pensaron que el valle se le había quedado pequeño, y se había marchado en busca de un reino más amplio y más digno de ella.


Esto es una fábula y, como tal, tiene sus moralejas. Cada cual debe decidir cual toma y cual deja.  

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