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martes, 25 de noviembre de 2014

El nacimiento de Atenea

Quinto fragmento de los papiros de Schimatari.

...pararon sus caballos y contemplaron el trágico escenario: apenas quedaba nada de la humeante choza; varios buitres hurgaban en las entrañas de un par de  cerdos, degollados en la cochiquera; uno empezó a picotear los ojos de un campesino semidesnudo, seguramente violado como su mujer por los mismos que los mataron. Él, joven y fuerte, no debía tener más de veinte años; ella, algo menos.

- Esto no puede continuar. - dijo Zeus, al tiempo que apartaba al buitre del lado de los muertos - Si matamos a los campesinos ¿quién cultivará los campos? ¿quién cuidará del ganado?... ¿Se han vuelto locos nuestro padre y sus hombres?

Un fuerte llanto infantil rompió el silencio que siguió a sus palabras. Miró a su alrededor y, junto a las coles del pequeño huerto, envuelta en unas suaves pieles, descubrió a la criatura. Estaría dormida durante la tragedia, y los asesinos no la habían visto.

Se bajó del caballo y, cojeando ligeramente por culpa de la herida del muslo, se acercó y apartó las pieles, comprobando que era una niña. Ella calló un momento, le agarró un dedo y se lo llevó a la boca para chuparlo. Zeus comprendió que lloraba de hambre. Volvió al caballo, sacó de su zurrón un trozo de pan duro y se lo ofreció a la niña, que había vuelto a llorar. Como no lo cogía, se lo acercó a la boca, descubriendo apenado que no tenía dientes.

¡Pobre criatura! ¿Cómo podría sobrevivir si había nacido sin dientes? Pensó en matarla para evitarle la desagradable vida que iba a tener que soportar. Sacó del cinto un cuchillo curvo y lo levantó con intención de degollarla, pero en ese momento la niña le sonrió. Zeus pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás. Guardó el puñal y, tomando el trozo de pan, lo masticó hasta convertirlo en una suave papilla que depositó en el cuenco de una mano; luego, mojando en ella el dedo índice de la otra, lo fue metiendo en la boca de la pequeña hasta que no quedó nada.

- ¿Qué haces? - preguntó Poseidón, que le observaba incrédulo.

- Doy de comer a mi hija.

- ¿Tu hija? ¿Estás loco? ¿Cómo va a ser tu hija si la primera vez que has visto a su madre, ya estaba muerta?

- No hay madre. Se ha gestado en mi pierna y acabo de parirla. ¿No la has visto salir de la herida del muslo?

- Nadie va a creerlo.

- Tendrán que creerlo si yo lo digo y tú lo confirmas. ¿O acaso alguien se atreverá a contradecir a los hijos del poderoso Cronos?


- Puesto a inventar, podrías decir que salió de tu cráneo después de un fuerte dolor [de cabeza.]
              

El fragmento, que termina en la palabra "dolor",  no menciona el nombre de la pequeña, pero  se ha supuesto en el título que se trata de Atenea, porque en la mitología clásica esta diosa nace precisamente de la cabeza de Zeus, aunque, eso sí, no nace niña, sino ya desarrollada, vestida y completamente armada.  


sábado, 20 de septiembre de 2014

El último ritual

Cuarto fragmento de los textos encontrados en Schimatari.

... el gran silencio que precede a la tragedia. Un silencio hecho de alientos contenidos, de miradas inquietas que van del esposo al pretendiente, y del pretendiente al punto del horizonte por donde ha de salir el sol.

Los pájaros han callado y ni un breve soplo de viento hace vibrar las desnudas ramas de los árboles.

Estoy seguro: Ni un leve parpadeo traiciona la tensión de los cuerpos de los dos contendientes, que se observan mutuamente, buscando el punto desguarnecido en que, al salir el sol, intentarán clavar sus lanzas.

El esposo, montado en su carro tirado por bueyes, en el camino que viene del templo. El pretendiente, a pie, en el camino que va hacia el bosque sagrado. Las negras sacerdotisas de Hécate, en el camino que va hacia la isla de los muertos. La roja sacerdotisa, en el agudo ángulo de la bifurcación. Y todo el pueblo, apelotonado en los bordes del camino, intentando no perderse un solo segundo del cruento espectáculo. 

Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!

...

Soy ciego, pero veo más que el resto de los mortales. O quizás no sea que veo más, sino que, en la oscuridad de mi noche perpetua, oigo mejor. Y sé, porque me lo ha contado una vieja lechuza, que este será el último ritual de año nuevo en que se enfrentarán pretendiente y esposo. Se acercan las bárbaras hordas...      

miércoles, 20 de agosto de 2014

Diosas y dioses

Este es el tercer fragmento, traducido por el Profesor Papadopoulos, de los papiros encontrados en Schimatari:

Nuestros antepasados no sospechaban que hubiese relación entre el acto sexual y el parto. Naturalmente, fueron las mujeres las primeras en descubrirlo, pero guardaron por mucho tiempo el secreto: Se suponía que eran los espíritus de los antepasados los que las hacían fecundas. O los ríos, o un árbol, o una roca... quizás una ráfaga de aire o un pájaro totémico.

El hombre era algo útil para el trabajo, para la guerra... y para el amor. Pero las funciones importantes, religiosas y civiles, eran desempeñadas por aquellas de quienes dependía la más importante de todas: la procreación.

Es por tanto lógico que se supusiera sexo femenino a quién creó todo el universo, entronizándose como divinidad a “La Gran Madre”, fértil en grano, frutos y caza.

Se erigieron templos en toda la Hélade dedicados a ella, pero se cometió un error: se le asignaron distintas advocaciones: aquí se la llamó Demeter, diosa del grano, allí Hécate, la bruja, más allá Perséfone, reina del inframundo, Hestia, la diosa virgen,…  Y pronto se convirtieron en diosas rivales.  

Por otra parte, llegó un día en que, o por una indiscreción, o porque los hombres también aprendieron a contar, fue de conocimiento público que diez lunas era el periodo entre la siembra y la recolección, y pronto se preguntaron quién fecundaba a las diosas. Y nacieron los dioses, en competencia con ellas: Ades, Cronos, Urano… Porque aunque el pueblo crea que los actos de los hombres están determinados por los deseos de los dioses, que son, respecto a ellos, omnipotentes, lo cierto es exactamente lo contrario, ya que son los dioses fiel reflejo de las ideas y las costumbres de los hombres.

No es que los dioses no existan. Pero es como si diésemos nombres a las olas del mar, sin darle al mar ningún nombre. Es también como si fuera una piedra preciosa tallada en mil facetas, de las que el hombre puede iluminar a su conveniencia las que más le interesen. Ese mar y esa gema no son ni macho, ni hembra. O quizás sean las dos cosas al mismo tiempo. No son ni uno, ni múltiple. O quizás reúna en sí los dos aspectos, igual que reúne todas las virtudes y todos los defectos; la máxima belleza y la fealdad extrema; la alegría y el desconsuelo; la esperanza y el terror. Divino Caos.

domingo, 20 de julio de 2014

La corza blanca

Las frases y palabras que figuran entre corchetes corresponden a zonas ilegibles en este texto, de los mejor conservados entre los papiros de Schimatari, que el Profesor Papadopoulos ha completado al considerarlas como muy probables. El texto utiliza además las letras MB para el rumiante del relato, lo que no se corresponde con ningún animal conocido. El Profesor Papadopoulos lo ha traducido por "corza", aún a sabiendas de que Grecia es una de las pocas zonas de Europa en que no existen corzos, porque sospecha que el relato no es original griego, sino importado por alguno de los pueblos que, en sucesivas migraciones, habían conformado lo que luego sería la Grecia clásica. 
  
[A veces me parece recordar la luz] rosada del amanecer invadiendo los cielos como preludio a la esplendorosa salida del sol. A veces me parece recordar la blanca espuma del mar al estrellarse contra los acantilados. A veces me parece recordar la blancura de la nieve, la floración de los almendros, el amarillo estallido de la retama... Pero ya no sé si mi imaginación me engaña, o me engaña mi memoria.

Lo que sí recuerdo sin engaño, y nunca se aleja de mi memoria, es el desnudo cuerpo de una desconocida diosa y la blanca piel de la corza que me llevó hasta ella.

Había dejado ya a los cerdos en la cochiquera. El cielo aún conservaba un rastro de luz, y una enorme luna llena se elevaba sobre los montes y [el bosque cercanos].

Luna llena. La noche perfecta para recoger el sagrado muérdago que se esconde entre las ramas de los robles y que mi anciana madre acostumbraba a colgar en el umbral de la choza.

Había ya guardado algo de muérdago en el zurrón cuando vi agitarse algo blanco entre los árboles. Curioso, me aproximé sigiloso, descubriendo con sorpresa una blanca corza que ramoneaba [tiernos brotes].  

[Debí hacer algún ruido,] pues la corza levantó bruscamente la cabeza, miró en todas direcciones, y se alejó con un trote ligero.

La seguí y, aunque en algunos momentos creí haber perdido su pista, imaginé que se dirigía hacia el arroyo que, entre árboles y peñas, dejaba llegar su murmullo hasta donde yo estaba. Me dirigí hacia una poza que conocía bien, pues la utilizaba a veces para bañarme y desprenderme del olor de los cerdos.
 
Cuando llegué a la poza, siempre silencioso, descubrí bañándose en ella una doncella de cabello oscuro y piel más blanca que la de la corza. Apenas si pude contener el aliento cuando al salir me mostró su cuerpo desnudo. Tan solo fue un instante, un instante de gloria y maravilla, porque nada más grabar su belleza en mi retina, la luz huyó de mis ojos y quedé ciego para siempre.

Creo que me moví y, en mi ceguera, tropecé y caí. Entonces la oí acercarse. Y me acarició el rostro con sus suaves manos.

- ¡Pobre mortal! - exclamó - ¿Acaso no sabes que mirar directamente al sol [produce ceguera]?

Me ayudó a levantarme y me condujo hasta el borde del agua. Allí me quitó los viejos trapos que me cubrían y, siempre de la mano, entró conmigo en el agua. Noté, en éxtasis, como sus manos recorrían mi cuerpo, limpiándolo de su suciedad y sus impurezas. Pensé que, además de la vista, iba a perder la razón y quizás la vida. Mis manos, sin mi permiso, tomaron posesión de su cintura ...

El resto del papiro está muy deteriorado, por lo que solo se han podido traducir las siguientes frases inconexas:

...con el tiempo aprendí a interpretar los rumores que trae el viento, los mil sonidos del bosque, el lenguaje de los pájaros...

...sentí, con el corazón desbocado, como acariciaba mi mano con su lengua...

...subí la mano por su cuello hasta encontrar  un par de cuernecillos sobre su cabeza. Era un joven corzo [macho]...  

viernes, 20 de junio de 2014

La isla de los muertos

Al primer fragmento de los papiros de Schimatari, traducido por el Doctor Papadopoulos, le faltan unas primeras líneas, tan deterioradas que solo ha sido posible recuperar un par de palabras, insuficientes para descifrar su sentido. Pero a continuación se encuentra el siguiente texto, bien conservado:

En la oscuridad de una noche sin luna, apenas si se distinguen desde el embarcadero los primeros escalones de la empinada escalera que sube hasta el templo, pero he venido ya tantas veces hasta aquí, que conozco el primer tramo, único visible sin bajar de la barca, palmo a palmo, peldaño a peldaño. Veintiocho escalones tallados en la dura roca que, con su mole inmensa y única, forma la isla de los muertos.

Cuentan que bajo ella yace aplastada una impía ciudad que adoraba en sus templos imágenes de diosas extranjeras. Hécate la aniquiló lanzándole desde su trono celeste, la luna, esta enorme piedra, a cuyo alrededor, con la sangre de los muertos, se formó la laguna Estigia.

No sé cómo llegó la roca hasta aquí, y bien pudiera haberse desprendido de la propia luna, pero de lo que sí estoy seguro es de que no son las rojas aguas las que tiñen sus riberas, sino que, por el contrario, son las tierras bermejas de la orilla las que prestan a las aguas su color sangriento.

Después del primer tramo, un recodo marcado por tres álamos negros impide ver el resto de la escalera y  a la temible Esfinge, guardiana del santuario.

La esfinge es un ser extraño, con cuerpo de león, cabeza de mujer, cola de serpiente y alas de águila. Esto al menos es lo que cuentan las iniciadas que la han visto, pero nunca se puede saber si lo que dicen es real o mero símbolo. Yo, por los ladridos que he oído las pocas veces que algún hombre temerario ha intentado subir, profanando la isla, más bien me la imagino como un horrendo perro con más de cien cabezas. En todo caso, la Esfinge siempre ha vencido a los profanadores, destrozando sus cuerpos y arrojándolos por el precipicio hasta el lago.

Porque solo a las iniciadas y a los reyes muertos está permitido el acceso a la isla. Incluso yo, que me gano la vida transportando por una moneda a quienes vienen en busca de un consejo, de un oráculo, de un filtro o del descanso eterno, no me había atrevido jamás, no ya a salir de mi barca, sino tan solo a rozar con mi mano el rellano en que, a corta distancia del embarcadero, comienza la escalera.

Hécate es una diosa bondadosa, pero terrible cuando castiga, y así como su templo en Tebas es una de las cosas más bellas que un hombre puede contemplar, la sola visión de su tenebrosa isla llena el ánimo de pavor y aleja a los extraviados que por azar se acercan hasta el lago. Ni el sol reverberando en las rojizas aguas de los cañaverales de la orilla es suficiente para dulcificar el paisaje. Pero en noches como esta, de novilunio, cuando nada se ve, pero se presienten las cosas más terribles, ni siquiera esas mujeres enlutadas, que a veces vienen en busca de no se sabe que maleficios y venenos, se atreven a aparecer.

Intenté apartar de mí esos lúgubres pensamientos, mientras asaba una liebre, cuando sin haber hecho el mínimo ruido que me alertase, aparecieron ante mí tres hombres gigantescos. Las pieles que vestían estaban sucias y mal curtidas; tenían revueltas las cabelleras y las barbas; y portaban grandes cuchillos que, a la luz de la hoguera, me parecieron...

(aquí faltan un par de líneas)

... compartir la liebre conmigo.

Uno de los hombres llevó la mano al cuchillo con semblante amenazador, pero el que parecía el jefe le hizo un gesto para que se detuviera. Se acercó a la orilla y, mirando hacia la isla, me preguntó por la luz que se vislumbraba en lo más alto.

Le expliqué que era el fuego perpetuo ante el templo de Hécate en la isla de los muertos.
El hombre guardó silencio unos momentos. Luego me pregunto cómo se podía llegar hasta allí.

A pesar de que le expliqué que la presencia de hombres en la isla era un sacrilegio, que Hécate castigaba con la muerte, el hombre, irritado, insistió en su pregunta.

Señalé hacia donde tenía varada la barca, al tiempo que insistí en que Hécate era una diosa poderosa.

“Nuestro dios es aún más poderoso. - me interrumpió - ¡Tú cómete la liebre que has cazado! Nosotros nos vamos a cazar diosas.”

Vi aterrorizado como llevaban la barca hasta el agua, se montaban en ella y, remando con fuerza, se dirigían hacia la isla. Estuve intentando distinguirlos en la oscuridad durante un rato, hasta que el olor a carne quemada me hizo recordar que estaba asando una liebre.

De todas formas estaba inquieto, y aquella noche no dormí. Miraba constantemente hacia la isla, aguzando el oído, pero los pocos sonidos que llegaban hasta mí no eran lo suficientemente claros como para determinar su significado.

De repente, la luz de la hoguera del templo se intensificó, y pronto se empezaron a ver grandes llamaradas en lo alto de la isla. ¡El templo estaba ardiendo!


Entonces, asustado, salí corriendo y dirigí mis pasos hacia...

martes, 20 de mayo de 2014

Una tumba en Schimatari

En el año de 2012, al realizarse la obras de excavación para hacer los cimientos de una vivienda en la pequeña localidad de Schimatari, a unos 26 Km al Este de la ciudad griega de Tebas, se derrumbó la bóveda de un antiguo enterramiento.

Retirados los cascotes, se comprobó que la sepultura se encontraba en un muy mal estado de conservación, pudiéndose apenas vislumbrar algunos vestigios de decoración geométrica en las paredes y ningún objeto de valor, salvo unos trozos de cerámica y algunos rollos de papiro, muy deteriorados, desparramados por el suelo.

Se encontraron huesos de varios esqueletos, masculinos y femeninos, diseminados en desorden por el suelo, salvo el de un hombre de entre 20 y 30 años de edad, con el cráneo hundido, que se encontraba completo junto a lo que debía ser la entrada original del enterramiento.

Todos los huesos diseminados fueron datados mediante el Carbono 14 como de finales del siglo XII o  principios del XI a.C. Los del esqueleto completo, sin embargo, resultaron tener un par de siglos menos.   
     
Se estima que la sepultura corresponde a un personaje importante, enterrado probablemente con su esposa y un par de sirvientes, que fue saqueada dos siglos más tarde, perteneciendo el esqueleto completo a uno de los saqueadores, asesinado por sus propios compañeros.

Según el Profesor N. Papadopoulos del Departamento de Antigüedades Protohelénicas de la Universidad de Atenas, la importancia de la tumba se debe sobre todo a los papiros encontrados en ella, ya que están escritos en un griego muy arcaico en bustrofedon (las líneas se leen alternativamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda).

El alfabeto griego, como se sabe, procede del fenicio, siendo sus principales mejoras que las letras corresponden a sonidos consonantes y no a sílabas como en aquel, y que se introducen las vocales en la escritura, empezando por la épsilon, que es la única que aparece en los textos de Schimatari (salvo, excepcionalmente,  alguna ómicron). En todo caso, las letras están siempre escritas en mayúsculas, correspondiendo las minúsculas a una evolución posterior.

El Profesor Papadopoulos y su equipo están entregados a la labor de traducir los papiros al inglés y al griego moderno. Nos proponemos publicar aquí su versión al castellano, en los casos en los que el deterioro de los papiros permita una lectura mínimamente coherente.