lunes, 21 de mayo de 2012

El misterioso caso de Don Marcelino

Don Marcelino Cifuentes y de la Vega, exjefe de la Casa del Rey, vive en Núñez de Balboa en un piso que está justo frente al mio. Todas las mañanas, a las once y media, le veo desde mi despacho, sentado en su butaca, leyendo el periódico junto a la ventana. También veo a Doña Victoria, su esposa. Doña Victoria tiene varios títulos nobiliarios y es pariente cercana de Su Majestad. Se sienta frente a su marido y se entretiene  haciendo punto hasta que él termina con el periódico y se lo pasa. Tienen tres hijos, dos de ellos varones, y diez o doce nietos que les visitan regularmente una vez por semana.

Todos los días, a las diez menos trece minutos exactamente, Don Marcelino sale a la calle. El portero, que habitualmente está fuera, barriendo su trozo de acera, le saluda con voz de bajo profundo: “Buenos días, Don Marcelino”, a lo que Don Marcelino contesta amablemente: “Buenos días, Ngomo”. Luego baja por la acera hasta llegar a la esquina y atraviesa Ayala; tuerce a la derecha y, por la acera de los pares, se dirige hacia Velázquez. El edificio de la esquina hace que lo pierda de vista, pero entre tres y cinco minutos más tarde vuelve a aparecer por la acera de los pares con el periódico en la mano, atraviesa de nuevo Ayala y, subiendo por su acera, llega al portal de su casa y entra.

Durante un tiempo no di importancia a su paseo matutino, que veía mientras consultaba el correo electrónico, pero un día me paré a pensar que, por el tiempo que tardaba, Don Marcelino compraba el periódico en el quiosco de la esquina de Ayala con Velázquez. Si lo comprara en un quiosco más lejano tardaría casi diez minutos más. Pero el quiosco de la esquina de Ayala con Velázquez está a la vuelta de la acera de los impares de Ayala. Para ir a él desde su casa, Don Marcelino no necesitaba atravesar ninguna calle. Y, sin embargo, atravesaba cuatro veces Ayala. Dos veces a la ida y dos a la vuelta.

Pensé que había algo en la acera de los impares que Don Marcelino procuraba evitar:  En la esquina con Núñez de Balboa hay una floristería; luego está la iglesia de los carmelitas, una librería religiosa y una residencia de ancianos, terminando, en la esquina de Velázquez con una tienda de trajes de novia. ¿No quería pasar por delante de la iglesia? No parece probable, ya que los domingos iba con su esposa a misa de doce y comulgaba.

¿Evitaba tropezarse con los mendigos que se colocaban en las proximidades de la iglesia? Hay una anciana, con falda larga y pañuelo en la cabeza, un poco agresiva: se pone delante, cortándote el paso mientras dice “Señor, señor, perdone, deme algo”. Y, si pasas de largo, te sigue unos pasos, insistiendo “Señor, señor, deme algo”. Hay también un chico rumano, que toca el acordeón junto a la puerta de un garaje que, cuando pasas por delante, te sonríe mientras dice simplemente “Buenos días”.   Pero, salvo los domingos en que, acompañados de algunos más, llegan más pronto, los días laborables solo aparecen por allí a las diez y media, después del paseo de Don Marcelino. 
  
Quizás, pensé, no trate de evitar algo en la acera de los impares, sino que haya algo que le atrae en la de los pares. ¿El escaparate del concesionario de Audi?  No me pareció muy probable: los coches del escaparate los cambian muy de tarde en tarde y, por otra parte, él tiene un Jaguar impresionante… ¿el escaparate de una joyería? ¿el restaurante? ¿un par de locales vacíos?…

Además… ¿Por qué iba a comprar el periódico a las nueve y cuarenta y siete si no lo iba a leer hasta las once y media? ¿Qué pasaba en Ayala poco antes de las diez?

Aprovechando que hacía  buen tiempo, bajé durante unos días a la calle, poco antes de que saliera Don Marcelino, situándome en lugares desde donde podía ver sin llamar la atención, pero no observé nada de particular: Don Marcelino no se paraba, ni dirigía su vista hacia los escaparates, ni saludaba ni hablaba con nadie.

Fue solo al tercer día, cuando iba a darme por vencido, cuando me di cuenta de que los tres días se había cruzado con la misma persona: una señora algo más joven que él, con una ligera cojera, pero que aún conservaba buena parte de la belleza que, sin duda, había lucido en su juventud. No se saludaban, ni desviaban la mirada, pero, a pesar de todo, decidí seguir a la señora para ver a donde iba: Atravesaba Núñez de Balboa y, al llegar a Castelló torcía a la derecha hasta un local casi esquina con Hermosilla. Era una tienda, que ella abría a las diez, donde vendía lámparas de mesa y pantallas que ella misma hacía mientras esperaba algún cliente.

Tenía un buen motivo para pasar por Ayala siempre a la misma hora, pero esto, por otra parte, indicaba que debía vivir cerca. Si viniera en un transporte público sería imposible tanta puntualidad. Así que decidí averiguar donde vivía, colocándome los dos siguientes días en lugares desde donde podía ver de dónde venía.

Resultó que vivía en Lagasca, casi esquina con Goya. Todos los días salía a la misma hora de su casa, subía por Lagasca, atravesaba Hermosilla, y continuaba por Lagasca para torcer en Ayala, recorrer tres manzanas, y bajar por Castelló hasta su tienda. Sorprendentemente, ella también hacía un recorrido más largo del necesario, ya que habría sido más corto llegar a su tienda de Castelló yendo por Hermosilla en lugar de por Ayala.

¿Era pura coincidencia o hacían los dos un recorrido extra y a la misma hora solo para cruzarse y verse al pasar en la calle Ayala?

No pude averiguarlo, así que dejé el tema hasta hoy. Hoy me he puesto a escribir sobre él porque al leer el periódico he averiguado quién era ella. Junto a una foto reciente y una de su esplendorosa juventud, el periódico le dedicaba una página entera con motivo de su fallecimiento, ocurrido el día anterior. Se trataba de una conocida supervedette de revista que había cosechado grandes éxitos y que dejó el mundo del espectáculo tras sufrir un aparatoso accidente de coche, tras el que hubo que amputarle una pierna. La ligera cojera que yo había notado se debía a que una de sus piernas era una prótesis.

Me quedé pensando si Don Marcelino haría al día siguiente su puntual recorrido. Pero enseguida supe que no. El ruido de unas sirenas hizo que mirara por la ventana. Una ambulancia se había parado frente a mi casa: Don Marcelino había sufrido un paro cardíaco mientras leía el periódico, y la ambulancia había llegado demasiado tarde. Don Marcelino había fallecido.


5 comentarios:

  1. Florentino... lo bordaste, que buena historia.
    Un saludo y no te cortes ofreciéndonos obras así.

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  2. Vaya Florentino, todo un ejercicio detectivesco y literario a la vez. Me ha gustado mucho este relato tuyo porque está pulcramente redactado, hasta me he metido en Google Earth para ver los recorridos que indicas. Es todo muy gráfico y a la vez intrigante.
    Para coronar el texto, mi primer apellido es Ayala. Me siento protagonista jajajajaja
    Un abrazo.

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  3. Nunca pensé que fueras tan buen detective,quizás algún dia te pida que hagas seguimientos detectivescos.

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  4. Gracias por el cuento Florentino, me gusta saber que por el barrio no han cambiado demasiado las cosas

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