Ver la entrada TETRAEDRÓN del 8 de Febrero de 2017.
martes, 30 de septiembre de 2014
jueves, 25 de septiembre de 2014
Una máquina cuántica del tiempo
El 5 de enero
de 2087 el Profesor Deveraux, de la prestigiosa Universidad Poliétnica de Nueva
Orleans, anunció en una expectante rueda de prensa que él y su equipo habían
conseguido construir una máquina capaz de enviar pequeños objetos y animales al
futuro. Se trataba de un poderoso conjunto de emisores de ondas ultracuánticas
que, mediante la distorsión del complejo entramado espaciotemporal de una
pequeña zona, conseguía trasladar lo que se encontrara en ella a un posterior
momento temporal.
El primer
experimento exitoso se realizó con un pequeño papel firmado por el propio
Profesor Deveraux y sus dos principales ayudantes, el Profesor
Maharamurtikalipandra y el Doctor Yi. Sometido a una relativamente suave emisión
de ondas ultracuánticas, el papel desapareció de la vista, volviendo a aparecer
intacto unos minutos más tarde.
Siguieron una
serie de experimentos, con distintas intensidades de ondas y con objetos de distinto
volumen y densidad, a fin de calibrar la máquina del tiempo, pasándose a
continuación a experimentar con seres vivos.
En un primer
experimento, un hamster fue sedado, de
acuerdo con la Convención de Tombuctú, a fin de que no sufriera si moría como consecuencia del experimento. El hamster desapareció durante los cinco
minutos previstos, volviendo a aparecer vivo y sedado, por lo que se decidió
repetir el experimento sin sedación. Para que el hamster no escapara, se le
introdujo en una pequeña caja de cartón. Caja y hamster desaparecieron durante
cinco minutos, tras los que reaparecieron tal como se les había dejado.
Nuevamente
sedado, en prevención de que muriera si el tiempo transcurrido era demasiado
largo, se repitió el experimento fijando el tiempo de regreso en un día. El
experimento tuvo éxito, por lo que se repitió con el hamster sin sedar y dentro
de la caja. Al aparecer la caja, se observó que tenía un agujero en un lateral
y que el hamster no estaba dentro, aunque, tras una búsqueda intensiva se le
encontró vivo debajo de uno de las estanterías del laboratorio.
Tras unos días
de sesudas reflexiones, el Profesor Maharamurtikalipandra llegó a la
conclusión de que el que el hamster
hubiera escapado de la caja tenía una explicación cuántica, completamente
compatible con el carácter ultracuántico
de las ondas utilizadas: Durante el tiempo en que caja y hamster desaparecen,
todas y cada una de sus partículas elementales no se encuentran en un estado
concreto, describiendo sus "funciones de onda" la probabilidad de que
se encuentren en un estado o en otro. En el momento en que caja y hamster reaparecen
y son observados, esas funciones de onda "colapsan" encontrándose
cada partícula, y por tanto el conjunto caja-hamster, en un estado concreto
entre los permitidos que, en este caso, era el
de que el hamster hubiera conseguido horadar la caja y escapar.
A fin de
comprobar la teoría se introdujeron en una caja dos gusanos de seda junto a
algunas hojas intactas de morera, trasladandolos un día hacia el futuro. Cuando
se abrió la caja se encontró que algunas hojas habían sido medio comidas por
los gusanos.
Visto el éxito
del experimento se decidió construir una máquina más potente, que permitiera el
traslado en el tiempo de seres humanos. La nueva máquina estuvo lista el 7 de
mayo de 2090 y tras unas pruebas iniciales con objetos y pequeños animales, el
Profesor Maharamurtikalipandra se autopropuso para ser el primer humano en
trasladarse en el tiempo. Se estableció primero un traslado de unos pocos
minutos, tras los que el profesor Maharamurtikalipandra reapareció sentado, más
o menos en la misma postura. Preguntado por qué sensaciones había
experimentado, aseguró que había permanecido allí sentado y que no creía que hubiese
sido trasladado en el tiempo.
En el
siguiente experimento fue el propio Profesor Deveraux el que se sentó en la
máquina para ser trasladado seis horas
en el tiempo. Seis horas después de haber desaparecido, volvió a aparecer el
asiento, pero no el profesor. Se le buscó por todo el edificio del laboratorio
universitario y, al no encontrarlo, se llamó a su casa, donde el Profesor
Deveraux se encontraba durmiendo en su cama.
Según la
versión del Profesor Deveraux, estuvo sentado ante la máquina durante un par de
horas, tras las que se había levantado para ir al excusado. Luego dió un paseo
andando y, cansado, al pasar ante su casa, había decidido acostarse un rato. La
explicación "cuántica" de lo sucedido era que el profesor había sido
trasladado efectivamente en el tiempo; durante seis horas el profesor no había
estado en ningún estado concreto, pero, al colapsarse las funciones de onda de
todas sus partículas elementales, el profesor se encontró en uno de los posibles estados permitidos, incluidos
los recuerdos correspondientes a dicho estado.
Como resultado
de todo lo experimentado, el Profesor Deveraux redactó un informe, publicado
por el New Scientist en su edición de diciembre de 2090, en el que constataba
el éxito del experimento junto con su
absoluta inutilidad, ya que, aunque el traslado en el tiempo había funcionado
correctamente, el resultado no podía diferenciarse de lo que hubiera podido
ocurrir de no haberse realizado. En particular, por ejemplo, si una persona
realizara un viaje de veinte años en el tiempo, cuando esa persona reapareciese
tendría veinte años más y una historia de veinte años perfectamente congruente.
Si el viaje fuese de doscientos años, la persona aparecería muerta y enterrada
o simplemente no aparecería, ya que uno de los posibles colapsos de las
funciones de onda incluiría su muerte, incineración y dispersión de sus cenizas
en el mar.
El Profesor
Deveraux, en su escrito, aseguraba además que, de poderse realizar un viaje al
pasado, el único posible "colapso" era volver a ser quien había sido,
sin ningún recuerdo del futuro, con el agravante de que, al haber desaparecido del
presente su viaje era equivalente a un asesinato o un suicidio.
sábado, 20 de septiembre de 2014
El último ritual
Cuarto fragmento de los textos encontrados en Schimatari.
... el gran silencio que precede a la
tragedia. Un silencio hecho de alientos contenidos, de miradas inquietas que van
del esposo al pretendiente, y del pretendiente al punto del horizonte por donde ha de salir
el sol.
Los pájaros han callado y ni un breve
soplo de viento hace vibrar las desnudas ramas de los árboles.
Estoy seguro: Ni un leve parpadeo traiciona
la tensión de los cuerpos de los dos contendientes, que se observan mutuamente,
buscando el punto desguarnecido en que, al salir el sol, intentarán clavar sus
lanzas.
El esposo, montado en su carro tirado
por bueyes, en el camino que viene del templo. El pretendiente, a pie, en el camino
que va hacia el bosque sagrado. Las negras sacerdotisas de Hécate, en el camino
que va hacia la isla de los muertos. La roja sacerdotisa, en el agudo ángulo de
la bifurcación. Y todo el pueblo, apelotonado en los bordes del camino,
intentando no perderse un solo segundo del cruento espectáculo.
Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!
Dos años de malas cosechas. ¡Oh, Hécate, ayuda al aspirante!
...
Soy ciego, pero veo más que el resto de
los mortales. O quizás no sea que veo más, sino que, en la oscuridad de mi
noche perpetua, oigo mejor. Y sé, porque me lo ha contado una vieja lechuza,
que este será el último ritual de año nuevo en que se enfrentarán pretendiente y esposo. Se acercan las bárbaras hordas...
lunes, 15 de septiembre de 2014
Tetraedrón - 35 - Como viajar en el espacio-tiempo
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miércoles, 10 de septiembre de 2014
Canción del jinete
Esta es la música que le puse a la "Canción del jinete" de Federico García Lorca:
Córdoba,
lejana y sola.
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.
Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja,
la muerte me está mirando
desde las Torres de Córdoba.
¡Ay, que camino tan largo!
¡Ay, mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera
antes de llegar a Córdoba!
Córdoba,
lejana y sola.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Amar otra vez
Gunter
Pfeiffer y Gunter Pfeiffer destaparon la pequeña urna y depositaron las cenizas
de su amada Elisabeth en el fondo del hoyo que habían cavado. Sacaron de su
maceta el cepellón de un joven ciprés de metro y medio de altura y lo colocaron
sobre las cenizas, rellenando a continuación el espacio sobrante con la tierra
que habían sacado del hoyo. Luego, en silencio, volvieron a la casa y se
sentaron en el porche, desde donde se veía todo el jardín con el ciprés al
fondo.
Media hora más
tarde Gunter Pfeiffer miró a Gunter Pfeiffer y le preguntó si los cuarenta años
adicionales vividos junto a Elisabeth conseguían aminorar la sensación de vacío
que dejaba su muerte, a lo que Gunter Pfeiffer contestó que no solo no había
disminuido, sino que incluso lo embargaba con más intensidad. Al fin y al cabo,
tú volverás a vivir cuarenta años junto a ella, añadió, mientras que yo ya la
he perdido para siempre.
¿Y por qué en
vez de volver yo solo no volvemos juntos los dos?, insinuó Gunter Pfeiffer. No
funcionaría, contestó el otro, si hubiera funcionado habríamos sido tres todos
estos años; en todo caso guardo para mi vejez los recuerdos de ochenta años felices.
Luego sonrió y dijo: ¿Te acuerdas del trabajo que me costó convencerte de que
tú y yo éramos la misma persona?... Y eso que al volver cuarenta años atrás
también mis células rejuvenecieron cuarenta años y éramos idénticos...
Es cierto, más
del que nos costó convencer a Elisabeth, contestó Gunter Pfeiffer.
Luego volvió
de nuevo el silencio, hasta que Gunter Pfeiffer decidió que había llegado la
hora de volver al pasado.
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