domingo, 20 de octubre de 2013

El burro flautista

Hoy toca que os invite a escuchar una de mis musiquillas. La que escribí para "El burro flautista" de Tomás de Iriarte.

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercose a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar, y
sonó la flauta
por casualidad.

"Oh -dijo el borrico-
¡que bien se tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!

Sin reglas del arte
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

jueves, 10 de octubre de 2013

La casa de Alhóndiga 33

La casa de Alhóndiga 33 había sido, antes de la guerra, una vivienda unifamiliar de tres plantas, con un amplio patio  que había que atravesar para acceder a los pisos superiores. La puerta exterior de madera se abría a un portal en cuyo lado opuesto una cancela de hierro forjado dejaba ver las columnas del patio, el alicatado a media altura de sus paredes y las puertas de algunas habitaciones del piso bajo donde vivía la viuda de un médico del que aún se conservaba, sin uso, su consulta.  

Mi padre había alquilado el primer piso (entonces se decía "el principal"), mientras que el piso superior (el "primero") estaba dividido en dos. En una parte vivían los dueños de la casa, Don Germán y Doña Norberta, y en la otra, su hija Doña Marcelina con su esposo Don José Real y sus hijos. También estaba allí el dormitorio de mis hermanas, al que se accedía desde nuestro piso por una escalerilla interior que subía después hasta al dormitorio del servicio, que daba a su vez a la terraza.

Don José Real era profesor de latín en la Escuela Francesa, donde fuimos a estudiar,  primero mis hermanos mayores, y luego yo, pero el personaje que a mí me inspiraba más respeto era Don Germán, no tanto, por su aspecto siempre serio, como porque tenía una buena colección de libros llenos de anotaciones manuscritas en sus márgenes y entre líneas, cosa que me parecía inapropiado porque mi padre no hacía eso con los suyos. También me parecía inapropiado que utilizase piezas del Meccano, que yo había heredado de mi hermano Enrique, para hacer pequeños arreglos en sus muebles y en la casa.

La viuda del bajo era casi invisible, siempre refugiada en las habitaciones más interiores de su casa. A Doña Norberta, con su pelo recogido atrás en un moño, la recuerdo siempre silenciosa y a Doña Marcelina, siempre alegre (salvo cuando tenía que pagar el alquiler a su padre). Pero, claro está, a quienes más recuerdo es a quienes fueron mis compañeros de juegos desde los cuatro a los trece años.

Rebusco entre las viejas fotos familiares y solo encuentro una, un poco ajada, en la que aparecen mis amigos de Alhóndiga 33. Está hecha en la terraza que tantas veces se convirtió en extensa pradera donde luchar contra los apaches, y puede verse en ella, al fondo, a  Doña Norberta, apoyada en la barandilla del patio central de la casa:


A la izquierda está mi hermana María Luisa, y a su lado, Luisito Herrera. Luisito era hijo de un compañero de mi padre y vivía en la calle Sierpes, pero venía a veces a casa, y yo alguna vez fui a la suya a ver las procesiones de Semana Santa. Tenían una reproducción de "La piconera" de Romero de Torres, y su madre decía que ella había sido la modelo. Pero yo nunca la creí, a pesar de que se parecía. 
    
El siguiente en la fila de atrás soy yo,  y después y delante aparecen los cuatro hijos que entonces tenían Don José y Doña Marcelina: Pepito, Carmen, Tere y Pili. Carmen era de mi edad, y Pepito, un año mayor.  Como era mayor, descubrió antes que yo que los Reyes Magos eran los padres. Y me lo dijo. Yo solo tenía seis años y me pareció inconcebible que aquello fuese verdad: mis padres no tenían dinero como para comprar tantos juguetes como nos traían los Magos. Claro que a mí, hasta la simple peonza que silbaba al girar, me parecía que debía costar una fortuna. ¡Y ese año había pedido yo un caballo!...

No obstante, sembrada la duda, no tuve más remedio que investigar. ¿Donde podían estar escondidos los juguetes? Solo había un sitio posible: una habitación-trastero, bajo la escalerilla que subía al cuarto de mis hermanas, que siempre estaba cerrada.  Como tenía un ventanuco-respiradero que daba a la escalera, me aposté junto a él y, cuando entraron y encendieron la luz, comprobé con pesar que allí estaba, silencioso, mi caballo.  

Mi hermana y Luisito no solían jugar con nosotros (eran mayores) salvo a algunos juegos de mesa: la brisca, la escoba, el ahorcado, los barcos,... y sobre todo al palé (el monopoly) con sus interminables partidas, que aborrecí cuando empecé a tener pesadillas en las que yo siempre caía en las calles, llenas de hoteles, de los demás mientras que ellos siempre esquivaban las mías.
    
El trío formado por Carmen, Pepito y yo se completaba frecuentemente con uno de sus primos, que no recuerdo si también se llamaba José. Siempre hacía de malo: de cuatrero, de ladrón, de indio (en aquella época los indios siempre eran malos)... Incluso cuando organizábamos una función de teatro le tocaban siempre los papeles más ingratos. En Alí Babá y los cuarenta ladrones él era Cassín, el primo  envidioso. Yo era, por supuesto, Alí Babá; Pepito era el jefe de los ladrones, y Carmen era la fiel esclava que los descubre. Los cuarenta ladrones eran Tere, Pili y mi hermano Felipe, algo menor que ellas, que entraban en la cueva (las cortinas de la sala se abrían al decir "sésamo ábrete"), y volvían a aparecer una y otra vez dando la vuelta tras ellas.

También editábamos un periódico (de aparición irregular) con chistes, noticias, jeroglíficos y crucigramas que, suponíamos que, al igual que el teatro, debían interesar a nuestros mayores. Pero Alhóndiga 33 se acabó para mí cuando, en tercero de bachillerato (que se empezaba con diez años y duraba siete), cambié de colegio y nos mudamos a la casa que mi padre había hecho en el barrio de El Porvenir. 

sábado, 5 de octubre de 2013

La creación según los egípcios

Según la egiptóloga Irene Cordón en un artículo sobre Menfis (Historia National Geographic, nº 113), el mito de la creación del mundo por el dios Ptah se  conserva  en un texto grabado en una losa de piedra de tiempos del rey Shabaka, de la dinastía XXV. Aunque se trate de una copia tardía, la Piedra de Shabaka recoge un texto de origen muy antiguo. Según la teología menfita, en un principio nada existía, excepto las profundas, frías e inamovibles aguas del Nun, el océano primigenio. nada se movía en aquel oscuro silencio. No había tierra ni cielo. Tampoco dioses, personas o luz. De forma inexplicable, emergió de entre las aguas una Colina Primordial, el Benben. Sobre ella apareció Ptah y empezó el proceso de la creación.

Según este importante relato sobre Ptah y las doctrinas asociadas a él, el dios se habría engendrado a sí mismo y habría creado el universo a través del Verbo, de lo que los egipcios llaman Palabra Imperativa. Precisamente se dice Ptah: "El Antiquísimo, aquel que ha dado la vida a todos los dioses y sus ka; Ptah, llamado "el autor de todo", aquel que ha hecho que los dioses existan". Este hacedor supremo también creó la luz, los seres humanos, los oficios, las ciudades y el movimiento. Para realizar dicho proceso, Ptah crea sirviéndose de dos órganos de su cuerpo: el corazón, que para los egipcios era la sede de la conciencia y de la memoria, y la lengua, para pronunciar la orden pensada con el corazón. Así, Ptah fue capaz de planear la creación con el corazón y luego de pronunciarla haciendo uso de su lengua. Según el mito, Ptah quedó satisfecho después de crear todas las cosas.

En otro lugar,  añade: El dios principal y protector de la ciudad (Menfis) era Ptah. esta divinidad se representa como un hombre de pie, que viste un sudario liso y va tocado con un ajustado bonete de artesano  en la cabeza. Lleva barba postiza, tiene la tez de color azul y sostiene en sus manos un cetro donde se combinaban el pilar djed, el cetro was y el ankh, símbolos de  estabildad, poder y vida.  también lleva un collar ancho y pesado con un imponente contrapeso colgando por la espalda. Su esposa, la poderosa Sekhmet, es la violenta e intransigente diosa con cabeza de leona que va tocada con el disco solar; colérica y feroz, estuvo casi a punto de destruir y extinguir a la humanidad al castigar la rebelión de los humanos contra su padre Re, el dios Sol. El hijo de Ptah y Sekhmet es Nefertum, la personificación de la flor de loto y de su perfume. Los tres forman la tríada menfita.

Los sacerdotes de Menfis consideraban que Ptah era un dios cosmogónico, demiurgo y creador, que escuchaba las oraciones y peticiones de sus fieles. En reconocimiento de ello, algunas de las estelas que se le dedicaban aparecen decoradas con unas grandes orejas talladas, para facilitar que el dios escuchara.  

Por otra parte, según la página web sobre "Mitos y leyendas egipcias" de "Profesor en línea", además del mito Menfita (que resume en apenas dos líneas), hay otro, originario de Heliópolis que, aunque con un inicio casi idéntico, atribuye la creación a Ra:

En el principio solo existía un océano infinito, Nun, que contenía todos los elementos del universo.  No existían ni el cielo ni la tierra, y los hombres aún no habían nacido. No había vida ni muerte. El espíritu del mundo se hallaba disperso en el caos, hasta que tomando conciencia se llamó a sí mismo: así nació el dios Ra.

Ra estaba solo; creó de su aliento el aire, Shu, y de su saliva a la humedad, Tefnut, y los mandó a vivir al otro lado de Nun.

Después hizo emerger una isla donde poder descansar; la llamó Egipto. Y como surgió de las aguas, vivirá gracias al agua; así nació el Nilo.

Ra fue creando a las plantas y a los animales a partir de Nun. Entretanto Shu y Tefnut tuvieron dos hijos, a los que llamaron Geb (tierra) y Nut (cielo). Geb y Nut se casaron; así, el cielo yacía sobre la tierra, copulando con ella. Shu, celoso, los maldijo y los separó sosteniendo al cielo sobre su cabeza, y sujetando a la tierra con sus pies; aún así, no pudo evitar que Nun tuviera hijas, las estrellas.

Ra había enviado a uno de sus ojos a buscar a Shu y Tefnut. Pero cuando regresó, otro oojo había ocupado su lugar. El primer ojo comenzó a llorar, hasta que Ra lo colocó en su frente, creando así al sol.

De las lágrimas del primer ojo nacieron los hombres y las mujeres,, que habitaron Egipto.

Y todas las mañanas, Ra recorría el cielo en una barca que flotaba sobre Nun, transportando así al sol. Cada noche, Nut se lo tragaba, y Ra continuaba su viaje por el infierno; si lo atravesaba, volvía a nacer de Nut, dando origen a un nuevo día.

Ra, el Único Creador, se hacía visible a todo el pueblo de Egipto bajo la forma del disco solar, pero también eta conocido bajo muchas otras. Era capaz de aparecer como un hombre coronado, como un halcón o bien como un hombre con cabeza de halcón, y tal como el escarabajo pelotero empuja las bolas de excrementos, los egipcios representaban a Ra como un escarabajo que empujaba al sol a través del cielo. 

Aparte del tema del océano primigenio, que se repite en muchas culturas, me llama la atención el que Ptah creara el universo a través del "verbo" o "palabra imperativa", lo cual, por una parte, recuerda al "Haya luz", "Haya firmamento", etc. del Génesis y, por otra, al "Al principio era el Verbo" del Evangelio de San Juan. También el que Ptah quedara satisfecho de su creación es análogo al bíblico "y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho".