miércoles, 21 de diciembre de 2016

Feliz Navidad 2016



Bartolomé Esteban Murillo - Virgen con Niño
Metropolitan Museum of Art - New York

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El parque cercado

Me estaba acercando al parque. Ya veía a lo lejos las puntas doradas de los barrotes de su vallado. Las puertas de hierro estaban abiertas, pero, para mi sorpresa, empezaron a cerrarse. Un coche llegó a toda velocidad, dispuesto a entrar, y se paró entre las puertas con el morro ya dentro. Las puertas dejaron de cerrarse y, tras un instante, comenzaron a retroceder hasta quedar de nuevo completamente abiertas. Comprendí que había una célula fotoeléctrica y que el coche había interceptado los rayos de luz emitidos desde el lado opuesto, activándose  el mecanismo que volvía a abrir las puertas.

Supuse que las puertas volverían a cerrarse poco después de que el coche entrase en el parque. Afortunadamente yo llevaba un globito de helio atado con un hilo larguísimo, así que, mientras me acercaba, fui soltando hilo hasta situarlo sobre ellas. Y, cuando comenzaron a cerrarse, conseguí, dando pequeños tirones del hilo, que el globo fuera bajando hasta situarse justo delante de la célula. Las puertas volvieron a abrirse y yo eché a correr para llegar antes de que se cerrasen. Pero no lo logré. Justo cuando llegué, las puertas terminaron de cerrarse, y me quedé fuera.

Entonces me desperté. Esta historia es tan tonta que solo podía ocurrir en un sueño. Sobre todo lo del globito.  

Yo creo que, en general, los sueños no son más que elaboraciones sin sentido de cosas vividas, temidas, deseadas o incluso que nos han pasado desapercibidas. Pero también creo que, a veces, los sueños expresan ideas que nuestro subconsciente trata de hacernos llegar. Y este sueño, me parece que es precisamente uno de ellos.

Existen muchos libros sobre interpretación de los sueños, y quizás en algunos casos sean razonables, pero a mí me parece que realmente el único que puede interpretar correctamente un sueño es quien lo ha soñado.   

En mi sueño, el elemento principal es el parque cerrado en el que quiero entrar. Puede tratarse de un sitio, un estatus, un grupo, una asociación... a la que quiero pertenecer o donde quiero entrar, a pesar de no cumplir los requisitos previos necesarios (por eso no tengo el mando a distancia). Por ejemplo podría tratarse de la élite de los artistas o de los sabios más  reconocidos, a la que me gustaría pertenecer a pesar de que mis dotes artísticas y científicas no son sobresalientes.

El coche no parece que tenga más significado que la utilidad de mostrarme que hay una forma de entrar aunque no se tenga el mando a distancia.

El globito es una herramienta que tengo y que, utilizada con la debida habilidad, puede permitirme la entrada. Podría tratarse de este blog, en el que publico relatos, dibujos, musiquillas e incluso algunas ideas sobre ciencia. Este blog me permitiría entreabrir las puertas de esa selecta élite.

El que al final no consiga entrar en el parque, no creo que signifique que no voy a conseguir entrar, sino que si quiero entrar, tengo que esforzarme más. En el sueño, tendría que correr más. 

Pero, como he dicho, el único que puede encontrar el verdadero significado de un sueño es quien lo ha soñado. Y la explicación anterior, a pesar de que la he dado yo, sé que, aunque nadie está libre de vanidad, no es la de verdad. El jardín por el que mi subconsciente dice que me tengo que esforzar, si quiero entrar sin tener derecho, se llama Paraíso. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Doscientos cincuenta años

Quiero escribir una pequeña historia para publicar en mi blog. Doscientos cincuenta años. Es la primera cosa que se me ocurre. La cuarta parte de un milenio. Alguien ha vivido doscientos cincuenta años. Pero ¿nació en el último tercio del siglo XVIII y vive ahora, o cumplirá doscientos cincuenta años en un futuro más o menos lejano?

Opción 1: Nació hace doscientos cincuenta años. Para que haya vivido tanto se me ocurren tres posibilidades: Se trata de un error de la naturaleza, de un milagro o del resultado de un pacto con el diablo.

Opción 1.a: Ha llegado a vivir doscientos cincuenta años debido a su constitución,  a su tipo de alimentación, a que se traga cada día en ayunas un diente de ajo, o cualquier otra razón. Un error de la naturaleza en todo caso, porque cualquiera de esas cosas podría quizás justificar que viviera ciento diez años. Ciento veinte. Ciento treinta, a lo sumo. Pero ¿doscientos cincuenta? Pienso en Titón, de quién, según la mitología griega, se enamoró la Aurora, la de los rosados dedos. Aurora pidió a Zeus que concediera la inmortalidad a su amado, y Zeus se la concedió, pero al no haberle concedido la eterna juventud, terminó convirtiéndose en una piltrafa humana.  

Opción 1.b: Hace tiempo leí en Las florecillas de San Francisco, o algún otro libro pío, la historia de un monje que, al oír cantar a un pajarillo, quedó extasiado pensando en las maravillas que el Creador había puesto en la naturaleza, y permaneció inmóvil, en trance, durante varios años. ¿Por qué no doscientos cincuenta? Imagino la sorpresa de sus compañeros de cenobio al verle levitando en medio del jardín. Lo del levitando no sé si venía en la historia original, pero si no levitaba ¿no lo habrían enterrado creyéndole muerto? Es de suponer, en todo caso, que se lo llevarían del jardín el primer día de lluvia y lo dejarían en su celda a resguardo de la intemperie. Con el tiempo, si no ocurrían más cosas extraordinarias, terminaría prácticamente olvidado, sobre todo cuando los monjes, cada vez más escasos, abandonaran o fueran expulsados del monasterio. Cuando ya mediado el siglo XX alguien encontrara a nuestro monje, al retirar los escombros que tapaban la entrada de su celda, ni por asomo se le ocurriría una explicación milagrosa, por lo  que terminaría en una vitrina del Museo Etnográfico de Bañolas.

Opción 1.c: De pactos con el diablo está llena la literatura universal desde las Cantigas de Santa María de Alfonso X hasta el Fausto de Goethe o El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Es una opción bastante mejor que la anterior, porque hoy en día la gente no cree en los milagros, pero sí en el diablo. Hay dos opciones para el final: el protagonista o se condena o se salva. Como en el caso de Don Juan a quién Tirso de Molina y Mozart mandan al infierno y Zorrilla perdona.

Opción 2: La acción transcurre en el futuro, y se me ocurren tres posibilidades: está vivo doscientos cincuenta años después de nacer porque ha viajado en el tiempo, porque la medicina ha tenido avances espectaculares, o porque quien ha tenido avances espectaculares es la ingeniería.

Opción 2.a: Viaje en el tiempo. Está bastante visto. Desde La máquina del tiempo de H.G.Wells hasta las películas de Regreso al futuro de Robert Zemeckis. No es una opción para una historia sobre alguien que ha vivido doscientos cincuenta años porque en realidad el viajero no los ha vivido. Solo ha vivido los anteriores al viaje y los que viva después. Aquí me surge una duda sobre el monje de la opción 1.b: ¿Ha vivido mientras estaba en éxtasis? Ciertamente se trata de una experiencia superior, pero no es lo que se entiende por vida. 

Opción 2.b: La medicina ha avanzado tanto, a base de botox, estiramiento de pellejos, antioxidantes y, sobre todo, trasplantes de órganos, que todo el que tenga recursos suficientes puede llegar a vivir los doscientos cincuenta años. La parte más apropiada sobre la que escribir en esta opción no es, sin embargo, la de los ricos receptores de órganos, sino la de los necesitados que se ven obligados a vender los suyos o, como en la película Coma de Michael Crichton o el libro Cosecha sangrienta de David Kilgour y David Matas, son despojados de ellos sin su consentimiento.

Opción 2.c: La que ha avanzado, en colaboración con la medicina, es la ingeniería cibernética y la robótica, que han permitido la sustitución de órganos defectuosos por implantes tecnológicamente avanzados, llegándose a sustituir incluso el cerebro, neurona a neurona y sinapsis a sinapsis, por microordenadores cuánticos. Nuestro protagonista podría no tener ya ningún componente orgánico sin ser por ello un robot (R.U.R. de Karel Capek) sometido a las leyes de Isaac Asimov, ni un androide que sueñe con ovejas eléctricas (Blade Runner en la versión cinematográfica de la novela de Philip K.Dick). Según algunos científicos (como Roger Penrose en La nueva mente del emperador, y en Lo grande, lo pequeño y la mente humana) la autoconsciencia y el libre albedrío son consecuencia de operaciones cuánticas que se realizan en los microtúbulos de las neuronas, por lo que, al sustituirlas una a una por microordenadores cuánticos, se habría conseguido conservar el alma inmortal. 
            
Al final no he escrito una historia, pero al menos he escrito algo en el blog.