domingo, 30 de septiembre de 2012

French Cancan

Durante tres años y medio estuve trabajando en el centro de investigaciones atómicas que el Euratom tíene en Ispra, Italia, a orillas del lago Mayor. En aquella época España no pertenecía al Mercado Común ni al Euratom; yo estaba allí formando parte de un pequeño grupo destacado de la rama de energía atómica del OCDE, que tenía su sede en París.

El trabajo terminaba a las seis, hora a la que se cenaba normalmente en la “mensa” del propio centro (sobre todo los solteros). Durante el resto de la tarde abundaban las actividades sociales: fiestas (como único español del centro, exótico por tanto, me invitaban a menudo), deportes, clubes varios…

Uno de los clubs a los que me apunté fue al de pintura. Nunca he pintado bien, pero era una manera como otra cualquiera de pasar el tiempo. Los amigos, como es natural, me pedían alguno de mis cuadros (bueno… lo natural hubiera sido que me invitaran a dejar los pinceles), y yo se los daba con la condición de que tenían que enmarcarlos (truco gracias al cual tengo un par de docenas de cuadros distribuidos por toda Europa, si no los tiraron al hacer la mudanza).

Mi jefe, Johny Rosen, un sueco exquisitamente educado, me pidió también uno. Y le di el mejor que había y que he pintado nunca: Una hilera de señoritas bailando el cancán con la falda remangada y  una pierna al aire (el cuadro digamos que es “impresionista” y si no fuera por las medias rojas de las piernas levantadas difícilmente se averiguaría que se trata de un cancán). Naturalmente le puse la condición de que debía enmarcarlo. Mi jefe lo desenrolló, lo alabó, lo volvió a enrollar y lo depositó en un rincón de su despacho, detrás de su mesa. Y allí continuó durante un par de meses hasta que…


El club de pintura organizaba todos los años una exposición con cuadros de los socios, así que le pedí el cuadro a mi jefe y lo puse en la exposición.

Y entonces se me ocurrió gastarle una broma: Me fui con la secretaria al despacho de un amigo y llamamos al teléfono de ella. Mi jefe tardó un rato en decidirse, pero al fin salió de su despacho y cogió el teléfono. Mi amigo le preguntó si trabajaba allí un pintor buenísimo, del que había visto algún cuadro en la exposición, y al que quería comprarle alguno.

Mi jefe le dijo que si y que llamara un poco más tarde, que yo no tardaría en llegar.

Cuando llegué, vino corriendo a mi despacho a contarme la llamada. Y en aquel momento, bien sincronizado, mi amigo volvió a llamar. Mantuve una conversación ficticia diciéndole que lo sentía, pero que el cuadro que quería ya lo había vendido, e invitándole a ir aquella tarde a mi casa si quería ver otros cuadros.

Mi jefe estaba impresionado. Sobre todo cuando le dije que el cuadro lo había vendido por 50.000 Liras, y que el del teléfono me ofrecía 100.000. Estaba impresionado por la cifra que me ofrecían y por la honradez que yo demostraba al no venderle el cuadro. Según él, como aún estaba en la exposición, podía decirle al primer comprador que había decidido no vender el cuadro, y vendérselo al segundo.

Le repliqué que no me parecía bien y que, de todas maneras, el marchante de arte (¡el segundo comprador!) seguramente me compraría alguno aquella tarde en mi casa.

Y, efectivamente, me compró dos por 100.000 liras cada uno. Al menos eso es lo que le dije a mi jefe, que solo entonces se acordó del cuadro del cancán… ¡Pero ese era el que había vendido primero!

El pobre se llevó un disgusto morrocotudo: ¡El cuadro era suyo!

Yo le dije que no consideraba que fuera suyo puesto que no lo había enmarcado como acordamos. Y le prometí pintarle otro.

Un par de dias después se reunió en Ispra el comité de sabios atómicos de los países del OCDE que dirigía y controlaba nuestras actividades. En un determinado momento me llamó mi jefe y, cuando entré, me presentó diciendo (más o menos):

- Ustedes  conocen ya a Florentino y saben que es un matemático extraordinario. Lo que seguramente no saben es que además es un pintor de primera fila: hace poco un conocido marchante de arte le ha comprado varias acuarelas por 100.000 Liras cada una…

Fue una suerte que a ninguno de los reunidos se le ocurriera pedirme un cuadro.

Por cierto que el cuadro del cancán me lo quedé yo (¡cualquiera le dice a mi jefe la verdad!) y es el único de los míos que yo mismo he mandado encuadrar.



7 comentarios:

  1. jajajja. muy bueno... no piensas que puede ser una buena forma de promocionarse? seguro te lo copia alguno cuando lea tu post... y a propósito de la pintura, yo he visto algunas con menos profundidad y menos sentido en algún museo. jejje. igual estoy siguiendo el blog de un futuro pintor famoso...
    Por si acaso aquí un amigo....ç
    Un salduo.

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  2. Que bonita anécdota, la hemos leído con los peques y les ha encantado.

    Un abrazo.

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  3. No sé mucho del humor de los franceses, pero como se llegase a enterar tu jefe en la reunión del Ispra se podía haber liado una buena jeje Siempre al límite!
    Elaborada la broma. Tener que explicar esa broma a un grupo de amigos franceses para que colaboren implica un alto nivel de francés (cosa que desconocía de ti FBM)

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  4. Amigo Florentino, no sabíamos de esa otra habilidad tuya, la verdad que se ve bonito, tiene un toque impresionista y me gustan sus colores.
    Me resulta curioso que una mente matemática pueda a la vez tener esa sensibilidad para expresar colores y formas, que bueno.

    Un abrazo

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  5. El "toque impresionista", por si no lo habéis notado, consiste en que el cuadro está pintado con acuarelas sobre papel mojado, con lo que los colores se corren.

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  6. Eres genial!! jajajajajajajajajaja!! Lo que me has hecho reir no tiene precio!

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  7. Jejejejejejeje.....yo he convivido con ese cuadro!! Anda que no tiene historia detrás!!! Y muy buena...menuda broma ejecutada con pulso de cirujano!

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