domingo, 5 de agosto de 2012

El helicóptero


Cerca de la comisaría hay un bar que, cuando hace un día soleado, pone unas pocas mesas en la acera, junto a la puerta, incluso en pleno invierno.

Aquel día, además de mí, estaba tomando un café otro hombre, en el que no me habría fijado si no tuviera un helicóptero de juguete, bastante grande, sobre la mesa.

Casi me daba la espalda, y miraba de vez en cuando hacia la acera de enfrente, a donde daban los jardines de un colegio público, separados de la calle por una alta verja.

Los niños, de unos cuatro o cinco años, llevaban ya un rato jugando en el jardín cuando el hombre del helicóptero lo puso en marcha y, con un mando a distancia, hizo que se elevara en el aire y se dirigiera hacia el colegio, pasando por encima de la verja, y provocando que todos los niños se pusieran debajo y pegaran saltos intentado alcanzarlo.

-¿Qué hace? – le pregunté un poco alarmado.
                                         
El helicóptero hizo un movimiento raro, seguramente debido a que el hombre se había sobresaltado, pero inmediatamente, recuperado el control, volvió a levantarse por encima de la verja y regresó a la mesa del café.

Toda la chiquillería se arracimó en la verja para ver a donde se dirigía el helicóptero.

-Es el cumpleaños de mi hijo. - me dijo el hombre volviéndose hacia mí – El helicóptero es para él, y he querido darle una sorpresa.

Se volvió hacia el colegio. Un par de niños continuaba en la verja, mirándonos. El hombre les envió un saludo con la mano, y uno de ellos se lo devolvió.

El hombre dejó un billete sobre la mesa, cogió el helicóptero y el mando, y se marchó.

Los niños habían entrado en clase y ya no estaban en el jardín.

Pensé que un helicóptero de ese tamaño, con mando a distacia, no era muy apropiado para un niño de cuatro años. Aunque, claro, sería el padre el que lo manejaría más que el niño. Pero ¿no se había puesto demasiado nervioso cuando le pregunté que qué hacía?... ¿Y si no era el padre del niño? Al fin y al cabo, después de la demostración del helicóptero, cualquier niño le habría devuelto el saludo aunque no fuera su hijo.

Probablemente el asunto no tenía la menor importancia, pero no me quedé tranquilo. Me dirigí al colegio y entré en la secretaría.

-¿Puede decirme si hoy es el cumpleaños de alguno de los niños que estaban hace un momento en el jardín?

La señorita que atendía la secretaría me miró con ojos escrutadores.

-Soy inspector de policía…

-Son niños pequeños … ¿Qué han hecho?

-Nononó. No han hecho nada. Únicamente quiero saber si hoy era el cumpleaños de alguno de ellos.

La señorita secretaria tecleó algo en el ordenador. Miró la pantalla. Volvió a teclear varias veces y, al final, me dijo:

-No. Ni en preescolar, ni entre los mayores… Uno cumple años mañana… Lo habrá celebrado hoy con sus compañeros: Mañana es fiesta.

No quedé muy satisfecho, pero decidí dejar el asunto, aunque no sin pedir a la secretaria que, si ocurría algo raro con los niños de preescolar, se pasara por la comisaría para decírmelo.

-Algo raro… ¿Cómo qué?

-No sé,… algo raro… Que dejen de venir muchos a clase por enfermedad, por ejemplo.

Una semana más tarde la secretaria no se había pasado por la comisaría, así que decidí hacerle una visita. Y ya me marchaba, después de que ella me asegurara que no había pasado nada, cuando me dijo:

-Bueno, lo que si ha ocurrido es que ha habido una invasión de piojos, pero eso es normal. Ocurre todos los años por estas fechas… Ya habrá visto por televisión que ahora anuncian montones de productos contra los piojos…     

1 comentario:

  1. Ya está solucionado el problema. Controlaremos a todos los helicópteros que sobrevuelen nuestras cabezas.

    ResponderEliminar