miércoles, 4 de febrero de 2015

Laberinto - 1 - Olivia encuentra empleo

Olivia miró con aprensión el enorme edificio gris del Laberinto. Unos diez pisos de altura, calculó, y ni una sola ventana. Ante ella tan solo una puerta, la 73. Sacó el papel donde había apuntado la dirección: Puerta 73, pasillo C.4.2.2, cuarta puerta a la derecha. Aparcó la bicicleta cerca de la puerta, aunque sabía que no había escaleras en el Laberinto.

Antes de entrar volvió a comprobar que sobre la puerta, pintado con unas toscas pinceladas negras, ponía 73. Suspiró y, armándose de valor, atravesó el umbral.

Del distribuidor semicircular partían cinco pasillos, identificados sobre el dintel por una letra negra. El del centro, ligeramente ascendente, era el C. Se adentró por él. Al pasillo daban varias puertas de distintas hechuras: unas cerraban y abrían todo el vano de entrada, de unos tres metros de altura; otras, de unos dos metros, tenían cerrado el metro restante, mientras que otras lo dejaban completamente abierto.  

Un hombre se cruzó con ella pero no la miró siquiera.  

Olivia contempló mientras andaba las bandas luminosas que recorrían las paredes, unas veces arriba y otras a la altura de sus hombros, iluminando el pasillo. Era una de las maravillas del Laberinto, junto con las pinturas que adornaban sus paredes. Se paró ante un fresco de brillantes colores. Estaba bastante deteriorado, y representaba un idílico paisaje en cuyo centro se elevaba una imponente estructura que dudó si identificar cómo una torre o cómo una antigua nave espacial.

Siguió andando hasta llegar a un nuevo distribuidor, esta vez circular, del que partían seis nuevos pasillos identificados, también sobre el dintel, con la letra C seguida de un número del 1 al 6. Observó que los pasillos C.2 y C.3 no estaban iluminados. Se volvió para ver que ponía C.0 sobre el dintel del que acababa de dejar y tomó el pasillo C.4, también ascendente. En este pasillo había ocho vanos de entrada a distintas dependencias, pero solo dos tenían puertas y, escritas en ellas, los nombres de sus inquilinos. En una ponía simplemente Fulcan, y en la otra Doctor Hraby, Dentista.

Tras un nuevo distribuidor, análogo al anterior, y tras comprobar que el pasillo que acababa de dejar estaba marcado como C.4.0, tomó el pasillo C.4.2 que descendía ligeramente y que, junto al C.4.6, era  el único iluminado. 

En el siguiente distribuidor se quedó dudando unos instantes: el pasillo C.4.2.2 no estaba iluminado, aunque la oscuridad no era total gracias a que sí lo estaban varios de los vanos que daban a él. ¿Debía seguir? Internarse en el Laberinto era peligroso, pero, mientras se moviera por pasillos marcados con números, encontrar la salida era fácil: bastaba tomar en cada distribuidor el pasillo con un cero como última cifra.

Entró en el pasillo y se paró ante el cuarto vano de la derecha. El rótulo apenas visible pintado en la única puerta del pasillo decía: Crowell John, Investigador Privado. Dio unos golpecitos en la puerta y esperó. Repitió los golpecitos y, al seguir sin respuesta, la empujó suavemente y entró mientras decía ¿Se puede? 

La habitación no medía más de dos metros de fondo por algo más de ancho y, por todo mobiliario, tenía una mesa de madera y una silla, un poco desvencijada,  cuyo respaldo estaba medio cubierto por una corta chaquetilla rosa con mariposas azules. Sobre la mesa, unos papeles un poco ajados y un florero con un ramo de flores marchitas.

¿Hay alguien?

¡Adelante! contestó una voz ronca, al tiempo que su dueño entraba desde una habitación contigua. Cincuenta y cinco años, pensó Olivia. El hombre no era gran cosa: ni alto ni bajo, pero rechoncho, medio calvo, mal afeitado, y con un traje decorado con múltiples lamparones.

Se miraron mutuamente durante un rato. Olivia pensó que quizás fuera mejor dar media vuelta y largarse.

El puesto ya está ocupado, dijo ella, señalando la chaquetilla que colgaba del respaldo de la silla.

No, no. Es de mi secretaria... Hace diez días salió a comprarse un bocadillo, y no ha vuelto.

Silencio. Olivia dirigió su mirada al florero de las flores marchitas.

Debió e equivocarse de puerta... o de pasillo...

El Laberinto: El gigantesco edificio que había contenido las oficinas centrales del extinto Imperio Nuevo. Abandonado durante más de quinientos años, tras la quinta guerra pangaláctica, estaba siendo poco a poco recuperado para uso de la nueva y creciente población artúrica. Primero se habían numerado las puertas y, en las dieciseis que estaban abiertas, se habían identificado con letras y números los pasillos más próximos a la entrada, operación que se había saldado con la desaparición de treinta y siete operarios. La Comuna había previsto alquilar los espacios accesibles a un precio puramente testimonial como viviendas o para oficinas, pero, dada la casi nula respuesta, decidió cederlos gratuitamente por cincuenta años a quien quisiera utilizarlos.

En la puerta 73, el local ocupado por Crowell John era el más alejado de la entrada, y el único ocupado del pasillo C.4.2.2.

Entiendo que el sueldo, relativamente alto, que ofrece en el anuncio, se debe a la peligrosidad de trabajar en el Laberinto, pero antes de aceptar el puesto ¿Puede decirme por qué necesita un detective privado a una filóloga como ayudante?

Soy investigador privado, Señorita...

Prisco... Olivia Prisco.

Señorita Olivia... investigador, no detective.

¡Ah!... ¿Y qué clase de... asuntos...investiga?

Investigo el Laberinto... Ve esos papeles, dijo señalando hacia la mesa, siéntese y muéstreme sus habilidades lingüisticas.

Le dru engine lichtumfaber truven... Esto es artúrico medio. No es difícil de interpretar: Las tres máquinas productoras de luz son una Nurivi 124, una Cáspiro 1354 y una Franju 46... son nombres intraducibles seguidos de un número... Al haber tres, una avería en cualquiera de ellas no afecta a la distribución de la luz a través de la pintura luminosa... No, no... conductora y difusora de la luz...

De acuerdo. No siga. ¿Se atrevería con textos más antiguos?... ¿artúrico imperial?

Olivia se levantó sorprendida: Creía que las antiguas cápsulas imperiales estaban completamente deterioradas... ilegibles... y que los pocos documentos en papel que conserva la Comuna están ya traducidos y estudiados.

Como le he dicho, mi intención es investigar el Laberinto, zonas que nadie ha visitado en siglos, y puede que encontremos textos que interese traducir. Pero antes, un último trámite... Acompáñeme, por favor.

Crowell John abrió la puerta e invitó a Olivia a salir al pasillo, conduciéndola de vuelta hasta la entrada 73. Allí tomó el pasillo A, y dio unos golpes con los nudillos en una puerta en la que ponía: Pipsi LeFay, Vidente.

Entraron. Pipsi LeFay, sentada en una silla de ruedas, sonrió mostrando sus negros dientes entre sus también oscuros labios. El apretado pañuelo negro con que cubría su cabeza dejaba fuera unos pocos mechones de pelos rojos, incongruentes con el arrugado rostro de la vidente. 

Dama Pipsi, dijo Crowell John, quisiera que me diera su opinión sobre esta señorita.

Pipsi LeFay tomó un par de hojas de coca de encima de la mesa y comenzó a masticarlas mientras extendía las manos hacia Olivia moviendo los dedos en una llamada para que se las cogiera.

Olivia, un poco sorprendida, puso sus manos sobre las de ella. La vidente empezó entonces a canturrear una monótona melodía que fue aumentando de volumen hasta que, de repente, pegó un grito, puso los ojos en blanco y, soltando las manos de Olivia, exclamó: ¡Todo lo que dice el abuelo es cierto!¡Aleluya!. Luego bajó la cabeza y se quedó aparentemente dormida. 

¿El abuelo? ¿Qué abuelo?, preguntó Crowell John dirigiéndose a Olivia, ¿Tiene Usted abuelo?

Vivo con mi madre y con mi abuelo.

¿Y qué dice su abuelo? ¿Qué dice de Usted?

Pues lo que dicen todos los abuelos de sus nietas, supongo... que soy muy guapa, que soy muy lista, muy buena...

Crowell John admitió en su fuero interno que, al menos en lo de guapa, el abuelo tenía razón. Morena, ojos verdes, no más de veintidós años, piernas esbeltas... aunque pechos poco desarrollados para su gusto... Y, en todo caso, el aleluya final de Dama Pipsi solo podía significar aprobación. 


¿Puede incorporarse al trabajo mañana?  

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