miércoles, 10 de julio de 2013

La creación según el Kalevala

El Kalevala es un compendio de leyendas finlandesas. La traducción que manejo es la de Juan B. Bergua, editada por Clásicos Bergua en 1967. Dada su longitud, extraigo aquí solo parte del texto sobre la creación:

El Tiempo había nacido, porque el Tiempo nació al hacerlo la primera criatura, y Luonnotar no era la primera criatura. Luonnotar era una virgen, una hermosa virgen hija de Ilma.

Vivía en medio de las vastas regiones del aire, recorriendo, por hacer algo, los espacios inmensos de la bóveda etérea. Más he aquí que de pronto sintió el aburrimiento de aquellos días iguales y sin fin.

Asi, un día aún más insoportable que los precedentes, descendió de las altas esferas y se lanzó mar adentro, hollando con sus pies de plata la blanca grupa de las olas.
Traqueteada por la tempestad… empezó a flotar, indiferente, de ola en ola a través de aquellas cimas líquidas coronadas de espuma. Haciéndolo, el soplo del viento vino a acariciar su seno, y el mar, fuente de vida, la hizo fecunda.
Durante siete siglos, durante nueve vidas de hombre, soportó su pesado fardo sin que el que debía de nacer naciese.

Pasó un instante, breve como instante, largo como espera, y de pronto un águila soberbia de caudalosas alas, tomando impulso empezó a cortar el espacio inmenso… con sus poderosas alas empezó a trazar surcos en el aire con estrépito inmenso, buscando un lugar donde hacer su nido, un lugar que pudiera servirle de morada.

…he aquí que la virgen del aire levantó una de sus rodillas por encima de las olas ofreciendo con ello al águila un espacio en el que establecer su morada, donde construir su nido tan amado.
Entonces el soberbio pájaro detuvo su vuelo al advertir la rodilla de la hija de Ilma sobresaliendo sobre la moviente superficie azul, creyendo que era una tierra capaz de cubrirse de verdura… y allí construyó su nido. Y en aquel nido puso seis huevos. Seis huevos de oro y aún un séptimo de hierro.

…bajó la rodilla para meterla en el mar y… los huevos rodaron al abismo, rompiéndose… Pero ni sus pedazos se perdieron hundiéndose en el légamo del fondo ni se mezclaron con el agua…

De la parte inferior de los huevos se formó la Tierra, madre de todos los seres; de la parte superior el sublime cielo; lo amarillo se tornó en Sol radiante; de lo blanco de los huevos nació la reina de las noches, la brillante Luna; ciertos pedazos moteados se transformaron en estrellas; otros negros, en las nubes del aire, entonces sombrías, porque cuando las cosas empiezan todo es caótico, hasta que el orden hace luz y trae calma.

Y pasó el noveno año y el décimo estío llegó. Entonces Luonnotar sacó la cabeza del agua y se puso, a su vez, a crear en torno a ella.
Por todas partes allí hacia donde extendía su mano, hizo surgir promontorios; donde… tocasen sus pies, horadó agujeros para los peces… abísmos… ensenadas, bahías y golfos… escollos fatales para los navíos… islas… No obstante, Vainamoinén no había nacido aún.

Aún le fue preciso al ya viejo e imperturbable Vainamonien pasearse en el seno de su madre durante treinta veranos.

Al fin, incapaz de soportar más aquella inactiva soledad, golpeó rudamente con el dedo sin nombre la puerta de la fortaleza hasta conseguir forzar el espeso tabique…

… durante siete y ocho años se sintió empujado de ola en ola, hasta que al fin pudo detenerse en un cabo desconocido. En una tierra al parecer no muy hospitalaria, despojada de plantas y de árboles.

A sobra de tiempo, puso en juego su espíritu y meditó a solas con su cerebro “¿Quién habrá de venir para sembrar estos campos? ¿Quién los llenará de gérmenes fecundos?”
Lo hizo… Sampsa, el dios de los campos… en las colinas nacieron pinos, en las alturas abetos, la maleza en los arenales. Los valles los llenó de arbustos jóvenes.

Luonnotar es la versión finlandesa de la griega Eurínome, con las diferencias de que esta se distraía bailando y aquella se aburría solemnemente, y de que la griega puso el Huevo Cósmico mientras que la finlandesa tuvo un hijo (que debió aburrirse aún más que su madre). Aquí el huevo, los huevos, los pone un águila. Lo intrigante es por qué uno de los huevos era de hierro. El Kalevala no lo explica.

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