lunes, 20 de mayo de 2013

El enchufe americano

Aún no había acabado la segunda guerra mundial cuando mi padre compró una radio americana. No sé como la consiguió, porque supuestamente era de las que estaban siendo utilizadas por los aliados durante la guerra. La recuerdo como una caja rectangular metálica, verde y gris, con el altavoz a la izquierda y el selector de emisoras, semicircular y amarillo, a la derecha.

Creo recordar que en el ángulo inferior derecho había un circulito con una G y una E, pero esto quizás sea un falso recuerdo y la radio no fuera de General Electric. Lo que sí es seguro es que era americana, como demostraba fehacientemente el enchufe que llevaba. Sus patillas no eran cilíndricas, sino planas.

El vendedor podría haber cambiado fácilmente el, en aquellos años, extraño enchufe por uno normal, pero creo que no lo hizo precisamente para subrayar la americanidad del aparato. Hubiera podido dotarlo con un cambiador de enchufe de patillas planas a patillas cilíndricas, pero quizás no existieran todavía. Lo que hizo fue ponerle una alargadera que por un lado tenía un enchufe normal y por el otro, uno americano. Pero tampoco debía ser fácil encontrar un enchufe hembra americano, porque este era también macho.

Las patillas de los enchufes americanos, además de ser planas, tienen una perforación cerca de la punta, por lo que lo que hizo nuestro ingenioso vendedor fue unir los dos enchufes machos con alambres, aprovechando los agujeritos.

Mi padre, consciente del peligro que implicaba el que semejante invento estuviera al aire, nos advirtió seriamente de que no lo tocáramos, ya que el consiguiente calambrazo podía causarnos la muerte. No lo arregló de momento porque el cable, invento incluido, apenas si llegaba al enchufe de pared más próximo, pero aseguró que lo arreglaría en uno o dos días.

En realidad tardó algo más de una semana en arreglarlo, ignorando el terrible trauma que se estaba gestando en mi mente infantil: ¿Qué podía ocurrir si tocaba el enchufe americano? ¿Se me pondrían los pelos de punta? ¿Se me saldrían los ojos del órbitas? En los tebeos era lo que ocurría... Mientras oía música o escuchaba hablar en idiomas exóticos (francés, inglés, "moro",...), mis ojos no se apartaban del par de enchufes americanos, a la vez deseando y temiendo tocarlos. Estaba realmente obsesionado.

Hasta que un día en que el cable no estaba enchufado a la pared, me dije "ahora o nunca". Lo cogí con la mano derecha y, armándome de un valor inusitado, acerqué lentamente la izquierda a los enchufes hasta tocar con el índice una de las patillas y con el pulgar, la otra.

Y el maldito enchufe americano me largó un calambrazo que a poco me deja seco al instante.

Nunca dije a mis padres que lo había tocado. De hecho, después de setenta años, es la primera vez que cuento este traumático suceso que me ha dejado, como secuela, un profundo respeto por los enchufes. Sobre todo si son americanos.  

3 comentarios:

  1. Me imagino esa curiosidad infantil, basta que te dijeran que no tocaras, para que el hecho se convirtiera en todo un reto a vencer, con el consiguiente calambrazo. Creo que no hay infancia sin uno, y es lógico, es la edad de la exploración que nos lleva al convencimiento de algo...
    Un abrazo y feliz inicio de semana.

    ResponderEliminar
  2. Me imagino la situación: los plomos saltan, los padres llegan corriendo, "hijo, ¿has hecho algo?", y con todos los pelos de punta, el niño responde "¿yo? ¡Qué va!"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los plomos no saltaron: la radio no estaba enchufada.

      Eliminar