jueves, 10 de enero de 2013

Vita mutatur


Érase una vez un ermitaño calvo que viendo próximo el día de su muerte, dio en pensar en la resurrección de la carne.
Nuestro ermitaño estaba, como todos los días, a la puerta de su cueva, ­cuando hete aquí que puntualmente pasó por allí la tentación de las 5. Era esta una reticente gallina que siempre pasaba mirándole de reojo.
"Buena gallina" le dijo el ermitaño "¿Qué es lo que te impulsa a pasar ca­da día ante mi puerta? ¿Eres una tentación de Dios o del diablo? ¿O quizás buscas fama imperecedera, sabiendo que has de pasar a la historia si yo llego a santo ?. Cuida, cuida, que la carne es flaca, y la tuya, apetitosa".
La gallina, naturalmente, no contestó nada, limitándose a comerse una lom­briz que encontró en el suelo. El buen ermitaño no dejó de observar el aire irónico con que se la comía.
"¿Crees que es más honorable ser comida por un hombre que por los gusanos? ¿Qué importancia tiene la forma en que nuestros cuerpos desaparezcan de la tierra? El tuyo, aunque te coma el Papa, de nada ha de servirte; el mío, comido de gusanos, resucitará un día lleno de gloria."
La gallina le miró con aire dubitativo.
"No es sólo el alma la que se gana el cielo, sino todo el hombre. Alma y cuerpo. Desde el día de la muerte tiene el alma su premio. El premio del cuerpo es su resurrección al final de los tiempos".
La gallina se rascó la pechuga con el pico, y un par de plumas cayeron al suelo.
"Tu pierdes tus plumas para siempre. No ocurre así con mis pelos. Aunque ahora me ves calvo, mi cuerpo glorioso tendrá cabellos. ¿Acaso no fue mi cabello parte de mi cuerpo y acreedor, por tanto, al mismo premio que él? ¿Qué razón hay para que resucite mi nariz y no mi pelo?.
"Ciertamente que tendré mi pelo; y no sólo el que se me cayó, sino el que ­me corté, y el que me cortaron, y todo el pelo que tuve desde el día en que nací, pues ¿qué preferencia podrían aducir los últimos centímetros sobre los primeros?. Un centímetro al mes. Doce al año. 6 metros de pelo...
"¿Y las uñas? También mis uñas gloriosas serán larguísimas... Rayitas blan­cas señalarán los sitios por donde me las corté, y negras, por donde me las comí..."
"Tendré toda mi dentadura... una dentadura doble, si se tienen en cuenta los dientes de leche..."
Una risa sarcástica sacó de repente al ermitaño de la contemplación de su cuerpo glorioso. El pobre casi se muere del susto, creyendo que había sido la gallina; pero el ave ya se había ido, y la voz pertenecía a una naturalista (los códices más antiguos hablan de una naturista) que, sin duda imbuida por el diablo, acertó a pasar por allí y a oír las palabras del buen ermitaño.
Acercándose a él la malvada, respiró el mismo aire que él habla respirado y le dijo:
"En el día del juicio nos pelearemos por los átomos de oxigeno que antes fue­ron tuyos y ahora son míos. El aire se pierde en el aire, y un átomo de oxigeno pue­de haber formado parte de miles de cuerpos humanos. ¿Y tú serás tú o parte de tu madre?. Tu cuerpo lo comerán los gusanos, y a los gusanos se los comerá la galli­na, y yo estaré aquí esperando a que termine para dar buen fin de ella. La misma carne resucitará contigo en el cielo y sufrirá conmigo las penas del infierno".
"¡Vade retro, Satanás!" dijo el ermitaño refugiándose en el fondo de su cueva. La naturalista, sonriendo, cogió su azadón y se marchó en busca de fósiles ­del Mioceno.
"Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; creo en Jesucristo, su Único Hijo..." musitó temblorosamente el ermitaño. Y al llegar a "... el perdón de los pecados, la resurrección de la carne..." cayó desvanecido al suelo, cosa que no habría ocurrido de haberse comido la gallina.

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