viernes, 15 de junio de 2012

¿Y si...?

En los últimos días del verano cambiamos de playa. Nos llevó a ella Mariana, la hermana pequeña de Andréa. Alejandra, una amiga suya del colegio, había alquilado un chalet en la zona y aseguraba que era una playa sin piedras y frecuentada por muy pocos veraneantes. Y, efectivamente, en esos últimos días, casi lucían solas nuestras tres sombrillas: la blanca y azul a rayas de Andréa y mía, la de rayas rojas y blancas de Mariana, y la blanca lisa –o más bien crema- de Alejandra y su marido, Jorge Zarza.

Andréa y yo apenas si abandonábamos la sombrilla para bañarnos y luego secarnos un rato al sol. Alejandra y Mariana, aparte de algún baño esporádico, se pasaban todo el tiempo al sol, tumbadas o dando largos paseos por la playa. Jorge, que era al menos tres años menor que Alejandra, embadurnaba su atlético cuerpo en cremas varias veces cada mañana –ellas lo hacían solo una vez, cuando llegaban- y alternaba constantemente el sol y el agua.

-Me suena su cara. – le dije a Andréa.

-Claro, es modelo, le habrás visto más de una vez en el dominical luciendo moda masculina, y últimamente también en anuncios de “Eâu de Chailly”.

Tenía un cuerpo bien musculado, pero sin exagerar. Llevaba un mínimo slip blanco que hacía resaltar el moreno dorado de su piel –fruto tanto del sol como de las cremas, supongo- y unos pelos negros rizados le salían del slip y subían en linea recta contorneando el ombligo para expandirse sobre su pecho.

-Para ser un modelo ¿no debería depilarse esos pelos? – le comenté a Andréa.

-¡Qué dices! – se sorprendió ella – Con esos pelos resulta más sexi.

-¿Tú lo encuentras sexi?

- Por supuesto… menudo cuerpazo que tiene…

¡Vaya!, pensé, así que Andréa lo encuentra sexi…

Me dí cuenta entonces de que cuando se embadurnaba con sus cremas, Alejandra completaba la labor embadurnándole la espalda…  ¡Y que Andréa los miraba!… ¿Quizás deseando ser ella la que lo hicese si el ritual de las cremas se desarrollaba mientras Alejandra estaba en el agua?

Empecé a ponerme de mal humor, y no hacía más que mirarlos, a él y a ella, aunque simulaba que estaba leyendo una novela. Alguna vez sorprendí una sonrisa de Jorge, dirigida sin duda a Andréa, que no sé si ella contestaba, al no verle la cara.

Un día Jorge se unió al paseo por la orilla de Alejandra y Mariana.

-¿No venís? – nos dijo.

-No, - contesté – a nosotros nos molesta tanto sol.

-Bueno… yo si voy. – dijo Andréa, con gran disgusto por mi parte.
  
Así que me quedé en la sombrilla, leyendo y observando de vez en cuando como se alejaban.
   
Al cabo de un buen rato vi que volvían solas Mariana y Alejandra.

-¿Y Andréa? – pregunté cuando llegaron.

-Ha seguido con Jorge. – contestó Alejandra – Iban muy entusiasmados hablando de literatura… Jorge es un fan de la literatura japonesa.

-¿Haikus y cosas así?

-No, de literatura japonesa contemporanea… Murakami, ya sabes…

No sabía, pero no dije nada, y seguí con los ojos fijos en mi novela, fingiendo que leía, y rumiando internamente un enfado que, a medida que pasaba el tiempo, crecía y crecía.

-Tenemos que volvernos mañana a Madrid. – le dije , cuando volvió, a Andréa- me han llamado de la oficina y vamos a tener que volvernos…

-¿Por qué no te vas tú solo? – saltó Mariana – y que Andréa se vuelva cuando se canse de playa.

Estuve a punto de estrangularla. Menos mal que Andréa dijo que no, que, total, solo acortábamos las vacaciones dos días.

Así que volvimos a Madrid y, durante en par de meses, la vida continuó, como siempre, tranquila.
  
Hasta que un día, al volver de la oficina, encontré a Andréa leyendo “Tokyo blues” de… ¡Haruki Murakami!
   
-¿A que no sabes a quién me he encontrado?

Con Jorge Zarza, pensé. Pero no lo dije.

-Con Jorge. Jorge Zarza ¿te acuerdas?... Me lo encontré cuando iba al mercado. Se separó de Alejandra  ¿sabes? Y ahora vive justo frente al mercado. Me invitó a un café…

-¿En su casa?- pregunté conteniendo la respiración.

-No, hombre, en una de las cafeterías que hay en el mercado… Luego me regaló este libro. A él le gusta mucho Murakami, que es…

La verdad es que no escuchaba lo que decía. ¡Así que vivía frente al mercado! Y como Andréa solía ir siempre a la misma hora, seguro que se daría cuenta y se haría el encontradizo…

Al día siguiente, al salir de la oficina, y antes de ir a casa, fui al mercado. Zarza y yo íbamos a tener unas palabras. Él sería muy guapo, pero yo era bastante más fuerte.

El edificio frente al mercado era de construcción moderna y, por la cantidad de buzones de correo que había a la entrada, debía de tratarse de un edificio de apartamentos relativamente pequeños. Busqué en los buzones el nombre de Jorge Zarza y, una vez averiguado cual era el suyo, subí en el ascensor y llamé a su puerta.

Como no contestaba nadie, esperé un rato y volví a llamar.

Finalmente, un hombre de unos cincuenta años abrió la puerta y me miró interrogadoramente.

-¿Está Jorge Zarza?

-¿Había quedado Usted con él?

-No. Soy un amigo… Lo conocí hace unos meses en la playa…

-¡Ah!... Ya sé quién es Usted.  Jorge me ha hablado de Usted: El de la sombrilla azul y blanca.

-Si…

-Pues siento decirle que llega un poco tarde.

-¿Qué llego un poco tarde?... ¿A qué?

-Jorge ya me contó que en la playa no hacía más que mirarle… Si le hubiera hecho entonces una oferta aceptable… Pero ahora la oferta se la he hecho yo y dudo de que Usted pueda mejorarla.

Me quedé mudo, sin terminar de comprender.

-De todas formas, si quiere esperarle… - dijo alargando su mano hacia mi entrepierna.

Dí un salto atrás y, dando media vuelta, bajé corriendo por las escaleras, olvidándome del ascensor.

Cuando llegué a casa encontré a Andréa leyendo a Murakami. Me senté enfrente y cogí  distraidamente el dominical.

-¿Sabes por qué Jorge Zarza se ha separado de Alejandra?

-Claro, - me contestó sin levantar la vista del libro – porque ha decidido salir del armario.

-¿Quieres decir que es homosexual?... Pues, para serlo, menudas miraditas que te echaba en la playa.

Andréa esta vez si que levantó la vista del libro para mirarme sorprendida.

-¿A mí?... Pues si que estás tú tonto… ¿De veras no te diste cuenta de que te miraba a ti?

Negué con la cabeza y, mientras ella volvía a su lectura, empecé a hojear distraidamente el dominical. Y de repente… ¡Allí estaba Jorge Zarza, a toda página, anunciando el “Eâu de Chailly”!

Era verdaderamente guapo. Posaba en bañador. Un bañador blanco como el que llevaba en la playa, luciendo su bien musculado torso, y la línea de pelillos negros que, saliendo del bañador, subía, rodeando su ombligo, hasta expandirse sobre su pecho. Sonreía y parecía estar mirándome con sus ojos color caramelo… Bueno, gris claro… La foto era en blanco y negro…

Pasé, un poco desconcertado, un par de páginas sin leerlas. Miré a Andréa, que seguía leyendo su novela. Luego volví  un par de páginas hacia atrás y, durante un rato, me quedé admirando la foto de Zarza.

¿Y si…? 

     

2 comentarios:

  1. Muy bueno, un final inesperado. Aurora

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  2. Muy bueno fbm, vaya susto que se dio el colega cuando el otro fue a echarle mano al pequete jaaaaaaaaaajajaj buenisima la imagen

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