miércoles, 20 de junio de 2012

Galileo Galilei

Todos los pueblos del mundo, admirados por las maravillas que veían en el universo, lo poblaron de dioses y seres fantásticos que, primero, personificaron a cada uno de los elementos, astros, meteoros, etc.. y, después se convirtieron en sus creadores y en responsables de su buen funcionamiento.

¿Quién no ha visto alguna vez la imagen de la diosa Nut, el cielo estrellado de los antiguos egipcios, curvada protectoramente sobre la tierra?. Durante el día Nut se retira y surge Ra, navegando victorioso en su dorada barca.

Nut, en la India, es solo una de las facetas de Indra, el de los mil ojos. Allí los dioses y los genios se multiplican hasta lo infinito. Hay dioses para todo: Para el fuego, para el aire. Para el amor, para la venganza. Uno en cada estrella. Uno en cada río. Incluso existen los Maruts, dedicados exclusivamente a cabalgar sobre las nubes tormentosas.

En Grecia también los dioses gobiernan el cielo y la tierra. Mientras Poseidón remueve las aguas de los océanos, Selene reina en la noche, iluminándola con sus pálidos rayos. Hay un Titán en cada planeta, y los héroes, glorificados, toman posesión de las estrellas...

Pero ¿quién ha sido siempre el ser más importante de todas las mitologías?. ¿Acaso Ra, que con su fuego arrasa los desiertos?. ¿Zeus, que aniquila con su rayo lo que se interpone en su camino?... No. Veladamente, sin decirlo quizás, el ser más importante siempre ha sido el hombre. Por eso su trono, la fecunda Tierra, está situado en el centro del universo, y los demás astros -dioses, genios o héroes- giran a su alrededor rindiéndole pleitesía.

Parece que fue un discípulo de Platón el primero que sostuvo que no era el sol quién giraba en torno a la Tierra, sino al contrario. Pero hubo otro discípulo que prefirió la teoría geocéntrica. El hecho de que ese discípulo se llamase Aristóteles significó un retraso de varios siglos para la astronomía.

Pero que la Tierra estuviera en el centro no era solo una cuestión de ciencia. Era también una cuestión de "religión" -de "egolatría"- . Por eso, en un ambiente como el griego, tan abierto a toda discusión y a toda hipótesis, cuando Aristarco de Samos, contemporáneo de Euclides -el de las rectas paralelas-, expuso y justificó razonadamente la teoría heliocéntrica, hubo quién llegó a pedir que fuese procesado por impiedad.

Con el declinar de la civilización greco-romana, muchos de los avances logrados en todos los terrenos de la ciencia cayeron en el olvido, quedando conservados únicamente en las bibliotecas de algunos conventos, gracias al celo de unos monjes que, posiblemente, ignoraban todo el valor de lo que estaban guardando.

Al conquistar los árabes el norte de África, muchas de esas bibliotecas pasaron a sus manos y, de hecho, las primeras obras griegas manejadas por los eruditos del renacimiento occidental fueron versiones de las traducciones al árabe.

Una traducción de Aristarco debió de llegar, a principios del siglo XVI a manos de Copérnico, un clérigo polaco cuya obra "De revolutionibus orbium coelestium", defendiendo la teoría heliocéntrica, se publicó el mismo año de su muerte.

La teoría fue muy mal recibida y no tuvo prácticamente defensores hasta que, un siglo más tarde, Galileo, con ayuda de su reformado telescopio, pudo probarla.

Galileo fue un gran científico. ¿Quién no ha visto nunca su imagen, tirando cosas desde lo alto de la torre inclinada de Pisa para pro­bar que todos los cuerpos caen en el vacío con la misma aceleración?

Pero ¿que podían las pruebas de Galileo contra la palabra de Aris­tóteles, también redescubierto y aclamado por todos como "el Filósofo" por excelencia?. En 1616 Galileo fue condenado por la Inquisición y, como pa­rece que no se lo tomó muy en serio, fue nuevamente llamado ante el tribu­nal en 1633, donde le obligaron a retractarse públicamente de tan funesta teoría que ponía en duda, no ya la religión, sino el argumento de autori­dad, argumento favorito de quienes no son aptos para razonar.

Fue entonces cuando, según la tradición, Galileo dijo su famosa frase "e pur si muove"... y sin embargo se mueve... Pero lo más probable es que esto no lo dijese en público, sino una noche, en la intimidad de su estudio, mientras trataba de aquietar su ánimo contemplando las maravillas del universo.

Y fue una de esas noches cuando, dirigiendo su mirada hacia Satur­no, vio algo que lo dejó pasmado...

Saturno presentaba a cada lado unas extrañas protuberancias que nunca hubiera soñado que pudiera tener un planeta.

Desmontó el telescopio y limpió sus lentes con sumo cuidado, no fuera a ser una aberración producida por el polvo acumulado en ellas. Pero cuando lo volvió a montar, Saturno seguía allí con sus grandes orejas.

¿Orejas?... ¿Para que podrían servir unas orejas a un ser inani­mado?... Quizás fueran unas asas... Un sitio por donde poder agarrarlo... ¡El eje de rotación! ¡Se había solidificado el eje de rotación!...

Se secó el sudor de la frente. Aquello tampoco tenía mucho sentido.... Un científico debe de tener una buena dosis de imaginación, pero no debe dejarla volar a su capricho...

Todo aquello era verdaderamente chocante y, si lo decía, nadie le iba a creer. Él mismo no estaba muy seguro de lo que veía. ¿Qué diría la Inquisición?... Era cuestión de meditarlo y de dejarlo reposar un poco.

De tiempo en tiempo volvió a dirigir el telescopio hacia Saturno, observando que las protuberancias eran cada vez menores, hasta desaparecer prácticamente.

Lo que ocurría, por supuesto, era que Saturno iba cambiando su posicón relativa hasta quedar con el eje de rotación perpendicular a la visual desde la tierra, y así sus anillos apenas si se podían ver. Pero Galileo, después de mucho meditar, encontró como solución más plausible la de que el planeta tenia dos satélites muy próximos a él y que giraban con él solidariamente.


Y lo llamó "Trigenium", y lo dio a conocer.

2 comentarios:

  1. Lo que tuvieron que pasar, eso y más, estos hombres para derrumbar las viejas concepciones.

    No encuentro la palabra "Trigenium" relacionada a Galileo. ¿El nombre es real o lo inventaste?

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    1. Yo tenía la idea de que Galileo no se atrevió a hablar de su descubrimiento, y que se encontró entre sus papeles, por lo que el relato, en su versión original, terminaba escondiéndolo (lo que desde el punto de vista del relato quedaba mejor)pero en algún sitio leí que lo había dado a conocer, y modifiqué el final porque pienso que la historia no se debe manipular. Creo que lo leí en la iografía de otro astrónomo, pero no recuerdo cual.

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