sábado, 31 de marzo de 2012

El club de los sádicos asesinos


Imagen tomada de "Cumbres Borrascosas"

Creo que me dormí. El coche se salió de la carretera y cayó por el precipicio. La puerta se abrió con el choque y las volteretas, y salí disparado, chocando contra un árbol, mientras el coche seguía rodando hasta el fondo del barranco.

Me levanté un poco mareado. Hacía frío. A mi alrededor todo estaba nevado, iluminado débilmente por solo la delgada hoz de la luna.

Comencé a escalar la pendiente. Debía llegar a la carretera y retroceder andando por ella. El último pueblo por el que había pasado no debía estar a más de tres kilómetros.

Subí agarrándome a los fríos matojos cubiertos de nieve, pero, a pesar de la pendiente, no me costó más de diez minutos llegar hasta la carretera.

Para mi sorpresa, al borde de ella, estaba parada una calesa de tonos rojizos y capota negra, tirada por un caballo zaino. Las riendas las sostenía un extraño personaje con levita, sombrero de copa y, anudada al cuello, una roja bufanda de seda.

- Suba, por favor. – me dijo – Hemos visto su accidente desde el castillo y he venido a recogerle.

- Gracias. – contesté  mientras subía y me sentaba a su lado – Ha sido Usted muy amable.
La calesa echó a andar.

- ¡Que frio hace! – musité.

- Aquí siempre hace mucho frio.

Hubo un largo silencio. Ni las ruedas, con el eje bien engrasado, ni el trote del caballo sobre la nieve producían sonido alguno.  

- No sabía que por aquí hubiera un castillo.

- Poca gente lo sabe. – contestó él – De hecho solo lo saben los miembros del selecto Club de los Sádicos Asesinos, Coronel.

El corazón me dio un salto. ¿Había dicho Coronel o simplemente me lo había parecido? ¿Cómo podía saber mi graduación? ¿Llevaba más de treinta años en España y, por primera vez, alguien me llamaba Coronel?

- ¿Quién es Usted? – pregunté.

- James Kelly. – contestó – A su lado, un aprendiz.

- ¿Un aprendiz? ¿De qué?

- Yo solo destripé unas cuantas prostitutas… No como Usted… Hoy están en el castillo la mayor parte de los miembros del Club. Estoy seguro de que vamos a disfrutar enormemente con sus relatos.

- ¿Mis relatos? – pregunté asustado.

- Sus experiencias con la picana eléctrica en el Club Atlético de Buenos Aires… ¿Cuántos murieron por las descargas? ¿Cuándo se retorcían más, cuando la aplicaban a los pezones o a los genitales? ¿A cuántos muertos y a cuantos, aún vivos, mandó arrojar desde el aire al océano?

Le miré aterrado. ¿Cómo sabía…?

En aquel momento llegamos al castillo. Atravesamos el pontón y paramos en el patio de armas.

- ¿Qué castillo es este?

- El de nuestro anfitrión, el Conde Vlad. – contestó después de agarrarme por el brazo para ayudarme a bajar.

Me resistí.

- Vamos, - dijo – están todos esperando.

Al entrar me pareció por un momento que se trataba de una fiesta de disfraces. Había tipos vestidos de todas las épocas: de romanos de blancas túnicas, de califas de enjoyados turbantes, de emplumados sacerdotes aztecas, de uniformados miembros de las SS,… Pero cuando formaron un pasillo aplaudiéndome para dejarme pasar, me di cuenta de que no lo era: Yo iba vestido con mi uniforme de gala y llevaba en el pecho las numerosas medallas con que habían sido reconocidos mis servicios a la patria.

Levanté la cabeza y los miré orgulloso. Y a medida que los iba mirando, iba sabiendo quienes eran y que habían hecho: Eran todos asesinos y torturadores, y lo habían hecho por puro placer. Por el placer de hacer daño, por el placer de matar…  ¡Qué asco!... Yo había torturado y matado, pero era por una causa noble: Tenía que hacer que confesaran, que delataran a sus cómplices… Sentía placer, pero era el placer del deber cumplido. ¿Imaginan el placer de conseguir que una madre delatara a su marido para que dejara de torturar a su hijo pequeño?... Es verdad que cuando confesaban, hacía como que no me lo creía y seguía torturando, pero se lo merecían… ¡Perros traidores a la patria! ¡Claro que sentía placer!...

Me di cuenta de que ya había atravesado la masa de asesinos. Levanté de nuevo la cabeza. Frente a mi había un estrado, y sobre el estrado, una mesa tras la que se sentaban tres personas. Supe al instante quienes eran. En el centro estaba Vlad Tepes, el empalador; a la izquierda, Torquemada, el inquisidor; y a la derecha, el doctor Mengele, el ángel de la muerte.

- Ha sido muy interesante su relato, Coronel, – dijo el Conde Vlad – pero estoy seguro de que tiene algo más que decir.

- Si. – dije volviéndome hacia la masa de asesinos - ¡Si!... Yo también lo hice por placer. ¡Por puro placer!... ¿Servicio a la patria?... No lo sé. En todo caso esa fue solo la excusa. Como todos vosotros… lo hice solo por placer.

Un estruendoso aplauso apenas si dejó oir lo que Vlad Tepes dijo a continuación:

- Le agradecemos que con su incorporación al Club nos haya proporcionado unas horas de asueto. Ahora todos debemos volver a nuestros tormentos.

Luego se dirigió a Jack, el destripador:

- Señor Kelly. ¿Sería tan amable de mostrar al Coronel su aposento?

James Kelly me tomó del brazo y me fue indicando el camino.

Bajábamos por una interminable y estrecha escalera de caracol cuando le pregunté:

- ¿Qué ha querido decir con lo del asueto y los tormentos?

- Aquí estamos todos condenados a sufrir los tormentos que nosotros aplicamos a los demás. Los tormentos solo se interrumpen, para recibirlo, cuando un nuevo miembro se incorpora al club.

Intenté pararme, pero no pude. Mis piernas no me obedecían y seguían bajando las escaleras.

- ¿Quieres decir que van a aplicarme la picana eléctrica hasta que muera? – pregunté aterrorizado.

El destripador se volvió y me dirigió la sonrisa más maligna que jamás he visto. 

- ¡Pobre imbécil! ¿Aún no te has enterado de que ya estás muerto?

--*--


Mis avezados lectores se habrán dado cuenta de que esta historia está contada en primera persona, lo que no tiene mucho sentido, porque ¿a quien se la cuenta?

La explicación es que, en la idea original, la historia no terminaba ahí. Seguía con la descripción detallada de los tormentos a que era sometido el protagonista y debía terminar con algo parecido a:

... y el tormento solo se interrumpe cuando muere un nuevo sádico asesino, y todos subimos a recibirle. Entonces todos intentamos cruzar con él nuestra mirada para que, con gran deleite, lea en nuestros ojos... ¡como has hecho tú!... nuestra historia. ¡Bienvenido, sádico asesino, al club!

Estuve dándole vueltas y vueltas a como describir los tormentos y los sufrimientos del coronel. Por las noches casi no dormía pensando en ellos... hasta que me di cuenta de que estaba disfrutando al repasarlos. Y corté con el tema. ¡Me estaba convirtiendo en un sádico asesino! 

2 comentarios:

  1. No se tu, pero yo como nos sigua fustigando este gobierno así, posiblemente acabe como el de tu historia, que por cierto es buena…Saludos

    ResponderEliminar
  2. Los asesinos montan mucha parafernalia en saludos a otros asesinos porque así evitan su sufrimiento... ¿metafórico?

    Me gustan esos apuntes en verde. Metaliteratura, ¿no es así?

    ResponderEliminar