jueves, 5 de noviembre de 2015

El fechador

Me incorporé a la Oficina de Planificación y Centro de Cálculo del Banco de España en Marzo de 1974. Miguel Taús Martí, el jefe de la oficina, aunque no sabía nada de informática, era un hombre sensato. Por eso, para contar con alguien con amplia experiencia en ordenadores, promovió la convocatoria del concurso por el que entré en el banco. Había ya personal con cierta experiencia en programación de aplicaciones, faltando alguien que pudiera discutir con los técnicos de IBM en las áreas de hardware y de sistemas.

El subjefe de la oficina, de origen bancario como el jefe, se llamaba José Antonio Carmona y tenía un tic en la nariz por el que los empleados le apodaban Samanta, como a una conocida bruja de la televisión que la utilizaba para hacer magia.

El jefe de la Sección de Explotación, Eduardo Fontcuberta, había sido compañero de colegio y de clase de mi primo José Manuel, que era técnico del banco, pero no se hablaban desde que le ascendieron a jefe de sección y le dijo a mi primo que debía dirigirse a él como "Don Eduardo".   
 
En Explotación disponían de dos ordenadores, un antiguo IBM 1401 en el que funcionaba la aplicación de la CIR (Central de Información de Riesgos) que era en esos momentos la aplicación estrella del banco, y un flamante IBM 360/50 al que, entre otros equipos, estaba conectada una portentosa máquina de almacenamiento de información en láminas magnéticas que nadie, ni los más expertos técnicos de la propia IBM, consiguió jamás que funcionara. 

El jefe del Negociado de Programación se llamaba Juan Cano Rebollo. Era chiquito y sumamente amable, pero muy estricto con sus subordinados. Cuando alguien se levantaba y salía del despacho, sobre todo a primeras horas, le decía que "al banco había que venir, desayunado, orinado, y con todas las necesidades hechas".

Cano se encargaba del material de oficina, así que en mi primer día, en cuanto me lo presentaron, empezó a darme papel, lápices, bolígrafos de todos los colores, carpetas, un fechador,...



Yo intenté devolverle el fechador, que me parecía que no necesitaba para nada, pero él insistió en que era utilísimo: solo había que mover las cintas de goma por la mañana para que apareciese abajo la fecha del día y luego, cada vez que hubiese que poner una fecha, entintarlo y presionar sobre el papel.

A mí me pareció que, de todas maneras, el cacharro no me servía para nada, pero finalmente lo acepté para no parecer maleducado. Y él continuó dándome cosas: grapas, grapadora, archivadores... 
  
Al final me preguntó si necesitaba algo más, a lo que contesté que necesitaría una de esas cajitas con material esponjoso empapado en tinta que se utilizan para entintar el fechador.

"¡Ah!", me dijo apenado, "lo siento pero no me queda ninguna,... pero no importa,... cada vez que necesite utilizar el fechador, pásese por mi despacho, que con mucho gusto le dejaré utilizar la mía."  

Me fui con todo el material al que iba a ser mi despacho, puse la fecha del día en el fechador, lo guardé en un cajón de la mesa y allí permaneció, sin modificar ni entintar, durante casi treinta años hasta que, en uno de los últimos cambios de despacho, desapareció.

Entre los súbditos de Cano, que conocí ese día, hice algunos buenos amigos, como Julián Valentín (uno de los técnicos del banco que, tan solo un par de meses antes, habían sido seleccionados para formarse como programadores), que aún hoy día sigue leyendo de vez en cuando mi blog y que hace la siguiente aportación a esta entrada:


Cano, además de tener un pasado lleno de incidentes y anécdotas una vez ya casado y con hijos, de las que recuerdo unas cuantas que nos sirvieron y nos sirven para troncharnos de risa, tenía un pasado de seminarista, casi llegó a cura, de lo que se salió para casarse. Quizá debido a sus ejercicios de declamación y oratoria en el seminario tenía una forma de hablar muy cuidadosa con el lenguaje, tanto que le gustaba sobreactuar y a nosotros, los programadores y a sus jefes, nos parecía pura pedantería o, como ahora dirían algunos, era "postureo". Taús le dijo "Usted se escucha cuando habla" y yo, influenciado por una película, no sé cuál, le puse "Dudú el Sintaxis". Y con Dudú el Sintaxis se quedó, eso sí en el ámbito de José Antonio Urrialde (el Urri), Antonio López, Ignacio Torres, Fernando Revuelta, Julián Valentín, Paco Vecino, José Mari Campo Nieto, José Félix Azofra, José Mª Alonso, Juan Ramón Rubio, Pablo Villamediana, Iñaki López de Calle, etc. Toda esa panda de programadores de los años 70.   

1 comentario:

  1. Dudú el sintaxis. Curiosa forma de llamar a un gran orador. Me lo apunta para cuando se lo escuche a algún amigo en el Mundial de debate de Córdoba de 2016.

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