domingo, 5 de julio de 2015

Laberinto - 6 - Alguien vive aquí

Gritó ¡Socorro! ¡Ayúdenme!, pero nadie contestó.         

Acostumbrada a seguir siempre el mismo camino, lo seguía sin casi mirar, y aquel día había tomado un pasillo equivocado. Se dio cuenta al descubrir en una pared una pintura que estaba segura de no haber visto antes nunca. La mayoría de las pinturas de los pasillos eran paisajes o manchas abstractas de color, pero aquel enorme círculo rojo con una estrella amarilla en el centro estaba segura que no le habría pasado antes desapercibida.

Dio marcha atrás para volver al último distribuidor y comprobar la numeración de los pasillos, pero se encontró con que no estaban numerados. Peor aún: ¿por qué pasillo había llegado hasta allí? Indecisa, tomó el que pensó que era el correcto, pero lo único que consiguió fue adentrarse aún más en el Laberinto.

Katy no se rendía fácilmente, y estuvo dando vueltas y más vueltas durante un tiempo que, en el interior del laberinto, no supo cuantificar. Afortunadamente los grifos de las cocinas funcionaban, por lo que la sed no era un problema. Cansada, más de una vez se había sentado en el suelo, apoyando la espalda en una pared. Y alguna vez incluso se había quedado dormida. Pero cuando descubrió una vivienda completamente amueblada no supo si llevaba perdida tres días o una semana.

Pidió permiso para entrar: Nadie contestó, por lo que entró y descansó un rato en una blanda butaca mientras examinaba los muebles:  Aunque no dejaban de ser camas, sillas, mesas, armarios,...  sus formas no eran habituales... ¿No eran muebles de la época imperial? ¿No los había visto iguales en el Museo de Historia?

Se levantó y entró en la cocina para beber, encontrando, gratamente sorprendida, que allí había comida.

Alguien vive aquí, pensó Katy. Espero que no le importe si vacío algo su despensa.

Había toda una variedad de legumbres y verduras: fércules, curlas, tomates, rémulos,... y también especias y frutas. Y unas galletas doradas que empezó masticar mientras ponía algunas verduras sobre la piedra blanca de la cocina. Tomó un par de múfalos, vertió su dulce néctar en un cuenco, y bebió pausadamente mientras observaba como la piedra enrojecía en la zona donde había puesto las  verduras.

Fue una suerte que, cuando los orionitas (maldito sea su nombre) saquearon el Laberinto, no se dieran cuenta de la utilidad de las piedras blancas de las cocinas.

No encontró sal, pero tenía tanta hambre que las verduras, aliñadas con un poco de tricopo, le parecieron exquisitas.

No había terminado de comérselas, cuando a Katy le dio un vuelco el corazón: Había oído pasos... Quienquiera que viviese allí, sabía cómo  salir del Laberinto.

Corrió hacia el pasillo, pero lo encontró vacío. Corrió hasta el distribuidor más cercano, pero tampoco desde allí pudo ver a nadie.

Gritó ¡Socorro! ¡Ayúdenme!, pero nadie contestó.         

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