miércoles, 5 de noviembre de 2014

El caso de las cuentas inexistentes

Solamente he actuado una vez como perito informático para un juez:

Habían asesinado a un traficante de drogas homosexual, y el juez había enviado un apremio a todos los bancos para que le informaran de si el muerto tenía alguna cuenta en ellos. Entre otras, recibió una carta de una sucursal de un importante banco nacional, al que llamaremos Banco X, diciendo que el interfecto tenía allí tres cuentas, de las que daba sus números.

El juez pidió entonces al banco que le enviara el detalle de esas cuentas en una serie de años, pero el banco contestó que esas cuentas no existían, ni ninguna otra a nombre del muerto, y que, aunque el papel de la carta y el sello de la sucursal eran auténticos, la persona que la firmaba no era, ni había sido nunca, un empleado del banco.

El juez tenía la sospecha de que las cuentas habían existido, pero que el banco las había borrado para no ver su nombre envuelto en problemas de drogas y homosexualidad. También sospechaba que al empleado que escribió la nota le habían trasladado, y que tanto a él como al resto del personal de la sucursal se les había dado una paga extra para que tuvieran la boca cerrada.

Y allí me  vi, trasteando con los ordenadores centrales y los archivos del Banco X, convencido, por otra parte, de que si el banco había borrado las cuentas, difícilmente iba yo a encontrarlas. Y si realmente no habían existido nunca ¿cómo podría demostrarlo?

Afortunadamente, lo primero que se me ocurrió fue pedir la fórmula con la que se calculaban los dígitos de control que incluyen las cuentas, un par de cifras que se calculan a partir del resto de las cifras de la cuenta. Comprobé entonces que solo una de las tres tenía los dígitos correctos. Así que le dije al juez que, en mi opinión,  esas cuentas no habían existido nunca, y que, aunque el que había escrito la carta debía ser empleado de la sucursal, ya que el papel y el sello eran auténticos, había acertado los dígitos en una por casualidad o, conociendo la fórmula, se había equivocado al aplicarla a las otras dos.   

Al juez no le gustó nada mi conclusión, porque tenía unas  ganas tremendas de meterle un buen puro al Banco X. Dijo que el empleado también se podría haber equivocado al copiar en la carta los números de las cuentas. Le expliqué que para que salieran esos dígitos de control tenía que haberse equivocado en al menos dos cifras en cada una de las dos cuentas, lo cual me parecía muy poco probable, sobre todo en un empleado de banca.


Más tarde me enteré de que, al parecer, la carta la había escrito, con nombre falso, un  antiguo empleado que había tenido problemas con el director de la sucursal y había sido expulsado. Había encontrado trabajo en otra entidad bancaria, pero se había llevado un sello y papel de la sucursal, decidido a vengarse.    

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