domingo, 10 de agosto de 2014

Gimnasia

Como no soy nada deportista, no es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a examinarme hasta septiembre.

En septiembre me levanté con cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una gimnasia.

Decidí hacer trampa: pedí a un compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo. Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.

El año siguiente fui a clase el primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el engaño.

Cuando se acercaban los exámenes de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era posible que el examinador fuera otro.

Por desgracia, el nuevo profesor llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar a nadie en esas circunstancias.

¿El jefe del departamento de deportes?...  ¿Quién era?

Resultó ser el jefe de la policía motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.

Le expliqué el caso.

¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese profesor xxx!  Porque, claro ¿cómo me voy a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...

Total, que el bueno del jefe de la policía motorizada de Barcelona me aprobó de un plumazo las dos gimnasias que me quedaban. Le debo el haber podido terminar la licenciatura en 1968 y no un año más tarde.

2 comentarios:

  1. Qué cosas más raras se hacían en tu tiempo, Florentino. ¿Asignaturas de gimnasia en una carrera de Matemáticas? ¿Que los profesores, en licenciatura, no te examinasen si no ibas a clase?

    Pero, sobre todo, lo de la gimnasia es lo que más me cuesta entender. Aunque fuese "ilegal", creo que hizo bien aquel jefe de policía. La frase dura lex sed lex sólo me vale si es la ley tiene sentido.

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    1. Educación Física, Educación Política y Religión. Las tres marías, las llamábamos.

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