sábado, 25 de enero de 2014

El caso del bloguero asesino

¡Me acusan de haberla asesinado para poder contarlo con realismo en mi blog! ¿Creen que soy como esos chavales descerebrados que graban sus tropelías y se jactan de ellas colgándolas en internet?

Aunque lo que más suelo escribir son relatos de ciencia-ficción, me gusta tratar de vez en cuando otras áreas. Un área poco frecuentada por mí es la de los crímenes, así que decidí escribir un relato para el que tenía que buscar un asesino, un muerto, un móvil y un policía.

El policía tenía que ir desentrañando las pistas que había dejado el asesino, por lo que realmente era lo último que tenía que decidir. Lo importante era el móvil que induciría al asesino a cometer el crimen.

Me puse en el lugar del asesino. ¿A quién asesinaría yo? ¿A mi jefe?¿A un amigo?¿A un desconocido?... La idea de que el relato versara sobre un asesinato sin otro motivo que el desafío de matar y no ser descubierto me estuvo rondando por la cabeza hasta que la vecina del piso de arriba comenzó su habitual taconeo a todo lo largo y lo ancho de su apartamento. ¿Por qué no se quitaba los tacones en todo el día?

Acababa de encontrar la víctima, el móvil y el asesino. Abrí el ordenador y empecé a escribir en Word:

Motivos para asesinar a  la arpía del piso de arriba:
·         Taconeo incesante todo el día
·         Volumen insoportable de la televisión en las telenovelas después de comer
·       Cuelga manteles y sábanas completamente desplegados en el patio, quitándome la luz
·         Se acuesta tarde y,  al quitarse los zapatos, los tira por el aire para despertarme
·         Tiene una ruidosa bicicleta estática que utiliza cuando yo estoy oyendo música.

Seguramente se me ocurrirían nuevos motivos más adelante, reales o ficticios, así que guardé el documento con el poco imaginativo título de "Asesinato" y me puse a pensar en cómo la asesinaría.  ¿Subiría a su piso y le clavaría un puñal cuando me abriera la puerta? ¿La estrangularía?... ¡Felisa! Ya tenía el modo de envenenarla.

Felisa, la mujer del portero, era mi asistenta y la de mi vecina. Era una chica bastante despierta que subía los lunes y los jueves por la mañana mientras yo estaba en la oficina, limpiaba la casa, planchaba y me hacía comida para un par de días. Las jueves, además, eran los días en que subía por la tarde a planchar a casa de mi vecina.

Abrí  "Asesinato" y escribí:

Modo de asesinarla: Veneno. Felisa, cuando va al super a comprar comida para mi, compra también a veces leche, entre otras cosas, para la bruja de arriba.  Yo podría meter el veneno, si es líquido, en un envase de leche con una jeringuilla. Si no es líquido, puedo sacar leche con la jeringuilla, deshacer el veneno en ella y volverla a introducir. Luego tendría que aparecer algunos jueves por casa antes de que se fuera Felisa y, si había comprado leche, darle el cambiazo.

¿Pero qué veneno? Podía utilizar un veneno innominado, pero decidí ser más preciso, así que me puse a buscarlo en internet. 

Dihidrocolinasa. Era el veneno perfecto. De sabor ligeramente dulzón, podía diluirse en la leche sin despertar sospechas.  Se utiliza en algunos somníferos en pequeñas dosis, así que fui a la farmacia y compré uno que la contenía. Leí el prospecto y apunté:

Veneno: Dihidrocolinasa. Se encuentra en pequeñas cantidades en Dormisomno, un somnífero  que puede comprarse sin receta.  La asistenta le compra todas las semanas dos o tres litros de leche, luego consume al menos un cuarto diario. Como para que la dosis de dihidrocolinasa necesaria para que sea mortal está contenida en las cápsulas de diez cajas de Dormisomno, se necesitan cuarenta y, por seguridad, sesenta cajas. Comprar poco a poco, y en distintas farmacias. Dejar pasar unos meses para que en las farmacias olviden la cara del comprador.

Había llegado el momento de pensar en el detective y en como resolvería el caso, pero, releyendo mis apuntes, me pareció que el tema era bastante flojo. Por otra parte me había puesto a escribir una historia de ciencia-ficción que me parecía más interesante, así que la historia quedó archivada para retomarla más adelante.

Cuatro meses más tarde murió la vecina del piso de arriba. Le hicieron la autopsia y acusaron a Felisa de haberla envenenado. Al parecer tenía un móvil: Su marido, el portero, que era muy buen mozo, se acostaba con mi vecina. El inspector encargado del caso vino a verme y, después de hacerme algunas preguntas sobre mi asistenta, me pidió que le escribiera en un papel mis números de teléfono (fijo, móvil y de la oficina) por si necesitaba preguntarme algo más.

Al día siguiente se presentó de nuevo en mi casa y me detuvo, acusado del asesinato. Había dejado mis huellas dactilares en el bolígrafo que me ofreció para apuntar los teléfonos, y coincidían con las encontradas en el envase de la leche en el que habían encontrado rastros de leche envenenada con dihidrocolinasa.

Se llevaron mi ordenador y, como no encripto mis archivos (ni siquiera pongo una contraseña de entrada en el ordenador), encontraron enseguida el archivo "Asesinato". Buscaron en el envase de la leche y encontraron el agujerito que, presuntamente, habría hecho yo con una jeringuilla cargada de veneno.

Las pruebas me apuntan como culpable, pero no lo soy. Me pregunto por qué no incluí en mis apuntes un Maigret, Holmes, Poirot o Srta. Marple. ¿Se habrían hecho también realidad y me habrían sacado del embrollo?

2 comentarios:

  1. Me encanta que empieces la entrada sin determinar si lo que cuentas es personal o literario. Es una grata manera de contar historias.

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