jueves, 15 de noviembre de 2012

Quince de Noviembre

No me gusta ir a La Almudena en los primeros días de Noviembre. Hay demasiada gente en el cementerio. Suelo visitar la tumba de mis padres poco después del tres, pero este año, por culpa de una ligera gripe, he tenido que retrasar la visita hasta hoy.

Entré en La Almudena por la puerta principal y aparqué en la explanada que hay delante de la capilla. Me dirigí luego andando a la zona derecha de la segunda plataforma.

Cuando me acercaba vi que una señora de unos cuarenta o cincuenta años depositaba una flor en la tumba de mis padres, permanecía unos momentos en silencio y luego se persignaba.

- Perdone, - le dije al acercarme - ¿nos conocemos?

Ella me miró atentamente y me dijo: 

- No. Pero usted… debe de ser hijo de Don Javier.

- Lo soy. ¿Y usted es…?

- Se parece usted muchísimo a su padre. Si me hubiera encontrado con usted en la calle, seguramente no me habría fijado, pero aquí…

- ¿Conoció entonces usted a mi padre?

- No, pero tengo en casa una foto suya… En la foto él es bastante más joven que usted ahora, pero el parecido…

- Perdone, pero…

- ¿La rosa? – preguntó dirigiendo su mirada hacia la flor que había depositado sobre la tumba – Mi madre murió hace poco más de un año. He venido a poner unas flores en su tumba y en la de mi abuela, que murió un quince de noviembre. Mi madre siempre venía el quince de noviembre a poner flores en la tumba de mi abuela, y siempre reservaba una para la tumba de su padre. He creído que a ella le gustaría que yo siguiera haciendo lo mismo.

¿La tumba de “su” padre?, pensé confundido.

- Su padre… de usted. – aclaró ella, como si hubiera leído mi pensamiento. – Me llamo Cecilia Montero, y soy nieta de Ernesto Cabezudo.  

Estreché la mano que me tendía mientras decía un protocolario “Encantado” pero mi rostro debía ser todo un signo de interrogación, porque ella preguntó:

- ¿No le dice nada el nombre de mi abuelo?

- ¿Cabezudo? – dudé un momento - ¿Alguien de Buitrago de Calatrava, quizás…? 

- Exacto. Mi abuelo era secretario del ayuntamiento… y amigo de su padre.

- Si. Me suena haber oído alguna vez su nombre en casa, pero claro… cuando nos fuimos de Buitrago yo no tenía más que poco más de un año.  

- Pocos días después de estallar la guerra civil entraron unos milicianos en el ayuntamiento y mataron a mi abuelo. Su padre se enteró enseguida, porque la cocinera que trabajaba en su casa era madre de dos de los milicianos que ocuparon el ayuntamiento... Estaba muy orgullosa de las labores de limpieza que hacían sus hijos.

- La Coneja. – dije yo- Mi madre me contaba que sus hijos venían a registrar la casa en busca de un tío mío y, como no lo encontraban, se quedaban a comer en la cocina.

- Don Javier fue entonces al ayuntamiento. Llegó cuando estaban cargando el cuerpo de mi abuelo en una carreta para llevarlo a una fosa común… Mi abuelo no fue el único asesinado en Buitrago aquellos días… Su padre se encaró con los milicianos y les conminó a que entregaran el cadáver a mi familia. Algunos de los milicianos se opusieron y amenazaron con  matarlo a él también, pero los Conejos le defendieron, y ellos mismos llevaron el cuerpo a nuestra casa… aunque no entraron… Fue su padre el que lo cogió en brazos y lo entró.

- No conocía esa historia…

- A mi madre y a mi nos la contó mi abuela.... Bueno, - dijo ella – encantada de haberle conocido.

- Encantado yo. - contesté.

Ella se marchó y yo me quedé un rato más, sintiéndome, una vez más, orgulloso de mi padre.    

      

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