El sueldo que
me ofrecieron para dirigir el Centro de Cálculo de la Universidad era análogo al que cobraba del OCDE-ENEA en Ispra, pero en la práctica era mayor, ya que en aquella época casi
todo era en España más barato que en Italia. Además, para un soltero, incluso
un sueldo menor hubiera sido suficiente.
Pero me casé,
empecé a tener hijas... y tuvo lugar la primera crisis del petróleo, que hizo
que los precios crecieran desorbitadamente en siete años, sin que la
Universidad mostrase el más mínimo interés en subir los sueldos del personal
contratado, no funcionario.
El flamante
"gerente" que el rector había contratado para poner orden en las
cuentas de la Universidad era perfectamente consciente de que mi sueldo era
bajo. Él o algún otro listillo de su equipo consideraba que era imposible que
con mi sueldo hubiera podido comprarme un Citroen GS (¡rojo, para mayor
ostentación!), de lo que deducían que yo vendía bajo cuerda a empresas privadas
el papel de impresora que comprábamos, ciertamente en grandes cantidades, para
satisfacer las necesidades de impresión de los profesores y alumnos de la Universidad.
Los
ordenadores cedidos por IBM no podían usarse, por el contrato de cesión, para
realizar trabajos administrativos, por lo que la Universidad contrató con una
empresa la informatización de la matrícula, pero nos encargó a nosotros el pase a fichas perforadas de los
impresos de matrícula. Para acelerar el proceso se contrataron algunas
perforistas extra, entre las que se encontraba Clementina Cuevas, que trabajaba por las
mañanas en el Banco de España. Fue ella la que le llevó a María Teresa Molina
(la analista del Centro de Cálculo que se encargó del tema) la convocatoria de
una plaza de "staff" informático, a las órdenes del jefe del centro
de cálculo del banco. El sueldo previsto era el doble del que yo ganaba,
incluidas las clases en la Facultad de Ciencias y en el Instituto de
Informática, y los requisitos exigidos se adaptaban como un guante a mi
curriculum (aunque mi inglés hablado es bastante deficiente).
Era justamente
el día en que vencía el plazo para presentar la solicitud, así que, sin
pensarlo dos veces, reuní la
documentación necesaria y la presenté. Siempre podría repensarlo con calma si
me daban la plaza.
Parece ser que
quedamos dos finalistas (no sé quién
sería el otro), y el tribunal no tenía muy claro a quién escoger. Decidieron
que pasáramos los dos un exhaustivo y decisivo examen psicológico de resultas
del cual me dieron a mí la plaza.
Gracias a mi
fortaleza psicológica, supongo, he sobrevivido algo más de 31 años trabajando
en el Banco de España.
Gracias al
nuevo sueldo, que resultó ser casi el triple
del que ganaba en la Universidad, pude permitirme el lujo de hacerme un
"aparato" para subsanar mis carencias dentales (que me ha durado 40
años) y unas fundas estupendas para los incisivos de mi mujer (que todavía le
duran). Diría que este fue el motivo determinante, la gota que colma el vaso,
para aceptar el puesto.
¡¡¡ Qué cachondo eres Florentino !!! je, je. Así que fortaleza psicológica para "aguantar" 31 años en el BdE... Entonces, los que llevamos 40 y n... somos supermanes o supermantas.
ResponderEliminarDe cualquier forma, gracias Tina por llevar la convocatoria al Centro de Cálculo de la Universidad y muchas gracias Florentino por toda tu gran labor en el BdE y por haber tenido el honor y el placer de haber sido de uno de tus colaboradores en una época y a tu sombra, crecer como informático.
La plaza parece que iba destinada al "otro concursante", pero se le cruzó una estrella.
Por finalizar, ya decía yo que tu dentadura mejoró mucho con los años.
Un fuerte abrazo,
Julián
"de lo que deducían que yo vendía bajo cuerda a empresas privadas el papel de impresora que comprábamos"
ResponderEliminarNo sé qué es peor, que te acusaran de eso, o que fuese tan habitual que los gerentes lo supusieran. Pues me parece que voy por el mismo camino que tú, Florentino. Me llama mucho la universidad, pero a la hora de la verdad, no tendría ningún problema en cambiarme a lo privado...