miércoles, 27 de enero de 2016

Laberinto -10 - Otto encuentra a Katy

Otto había ido temprano al bosque de poniente para recoger hojas de klinto, con las que hacía  infusiones para eliminar la acidez de estómago que frecuentemente sufría Ugo Prisco. Y aún se mantenían en el cielo los anaranjados colores del amanecer cuando encontró a Katy Macky profundamente dormida al pie de un tángelo.

Claro que Otto no era el verdadero nombre del abote. Los abotes no hablan y, por tanto, no tienen nombre fonético. Su verdadero nombre consistía en colocar hacia abajo los tres dedos centrales de su mano izquierda, con una inclinación de unos quince grados sobre la vertical, sobreponiéndole horizontalmente el segundo de los siete dedos de su mano derecha al tiempo que emitía un par de sonidos, entre silbidos y ronquidos de muy baja frecuencia, casi inaudibles para el oído humano. Otto era el nombre que le habían puesto el anciano Prisco y su nieta Olivia.

Cuando Otto vio a Katy, lo primero que pensó era que quizás estuviera muerta. Aunque para los abotes era normal dormir a cielo abierto, no le parecía que los humanos acostumbrasen a hacerlo. Pero el leve movimiento de su pecho al respirar alejó ese pensamiento. Así que continuó con su labor de recoger hojas de klinto y se internó más en el bosque.

El fuerte perfume que desprendían las hojas al arrancarlas le impidió percibir la presencia de otro abote hasta que lo vio, sentado en un claro del bosque, pelando una fruta de brillante color rojo. Las oscuras crines de la nuca de Otto se erizaron. Aquel abote de color gris claro estaba en fase receptiva, y él estaba en fase emisora. Se quedó mirándolo un rato, consciente de que el otro, aunque aparentaba no haberlo visto, había detectado su presencia y su  estado, y le estaba observando por el rabillo del ojo.

Otto meditó sobre la posibilidad de iniciar un cortejo, empezando por una demostración de agilidad, saltando de rama en rama. Pero solo podría regresar a casa de los Prisco bien entrada la noche, así que dio media vuelta y volvió sobre sus pasos.

Al pasar junto a Katy se paró a observarla y decidió que su sueño tenía algo de anormal. Rompió adrede unas ramitas para ver si el ruido la despertaba; luego se acercó a ella y le hizo cosquillas en los pies descalzos, también sin resultado; y finalmente se la echó al hombro y la llevó a casa de Ugo Prisco.


miércoles, 13 de enero de 2016

El falso manual de IBM

El Servicio de Estudios del Banco de España y sus titulados gozaban de un reconocido prestigio cuando lo dirigía Luis Ángel Rojo. Además de los titulados, generalmente (si no siempre) economistas, contaba con otro personal del banco (técnicos, oficiales, etc.) entre los que se encontraba Luis Villanueva, para el que, cuando terminó su carrera de informática, el Servicio convocó una plaza de nuevo cuño: Titulado Informático. Esto iba contra la política general del banco, que pretendía centralizar todos los servicios informáticos en la Oficina de Planificación y Centro de Cálculo. Pero Luis Ángel Rojo era Luis Ángel Rojo, y la plaza se convocó y la ganó (justamente) Luis Villanueva.

Luis trabajaba a las órdenes de Vicente Poveda, un titulado con el que ya había desarrollado algunas aplicaciones para el Servicio de Estudios y con el que organizó un pequeño grupo que luego fue creciendo al asumir más responsabilidades.

En aquella época, en que aún no existían los PCs, las aplicaciones informáticas tenían que ejecutarse en el gran ordenador IBM del Centro de Cálculo, y existía un gran número de manuales sobre los lenguajes, programas estandar, y otras particularidades del equipo. Nos pidieron los manuales, y les enviamos los que nos pareció que podían serles de utilidad. Pero no se conformaron: pidieron que les mandáramos "todos". Pedimos una copia adicional a IBM y se los mandamos. Todos, incluidos los que nos constaba que no utilizarían jamás.

Pasó algún tiempo, y un buen día nos llegó una nota "exigiendo" que les enviáramos el manual del IEFBR14, manual que no existía, pero del que decidimos hacer con gran regocijo una edición especial para el Servicio de Estudios. 
   
El manual no existía por la sencilla razón de que el IEFBR14 era un programa que no hacía absolutamente nada, y esto era lo único que se necesitaba saber.

Para enviar un trabajo al ordenador se utilizaba un lenguaje especial llamado JCL (Job Control Language). Un trabajo estaba constituido por uno o varios "pasos", y en cada paso se ejecutaba un programa (uno y solo uno). Así, por ejemplo, un primer paso podía consistir en extraer determinadas informaciones de una cinta del archivo de cintas magnéticas y hacer con ellas unas operaciones que se grababan en otra cinta. Un segundo paso podía consistir en ordenar, con determinados criterios, los datos obtenidos, mientras que en un tercero simplemente se imprimían los datos ya ordenados.

Para poner por orden los datos se utilizaba un programa estandar, proporcionado por IBM, llamado SORT que permitía utilizar los más diversos criterios de ordenación, para el que sí existía el correspondiente manual, en el que se explicaban todas las posibilidades que ofrecía el programa.

En el JCL, además de especificar los programas que había que utilizar, se podían introducir algunos datos (los criterios a utilizar por el SORT, por ejemplo) e información para los operadores del ordenador, como que cintas había que montar y en que lector de cinta. De hecho, había ocasiones en que había que dar alguna instrucción, en algún "paso", a los operadores, pero no había que ejecutar ningún programa. Como cada paso exigía la existencia de un programa, el programa que se utilizaba era precisamente el IEFBR14 que no hacía absolutamente nada, siendo para esto para lo único que servía.

El caso es que con la ayuda de algunos compañeros (Fernando Usieto, Pablo Villamediana y alguno más) fabricamos,  en un inglés macarrónico, un falso manual de IBM, que, si no se leía, podía pasar perfectamente por auténtico. Todo, incluso el glosario y la advertencia que figuraba en las páginas en blanco advirtiendo que la página estaba intencionadamente en blanco, tenía el aspecto de un manual de IBM. Todo... menos el texto.

Les enviamos el manual, y supongo, conociendo a Luis y a Vicente, que terminarían riéndose, aunque nunca nos dijeron nada.