viernes, 25 de septiembre de 2015

Mi amigo Klaus

Mi amigo Klaus (ver Primeros meses en Italia) es uno de los hombres más afortunados que he conocido jamás. Sea por su claridad de ideas o por puro azar, siempre se lleva en todo la mejor parte.

Vivimos durante una temporada en el "palazzo di Reno", así llamado por ser el único edificio moderno de Reno di Leggiuno con más de dos plantas. La planta baja estaba ocupada por los servicios comunes y por garajes individuales. Una rampa exterior en espiral ("lo scivolo" = el tobogán), altamente peligroso en invierno, conducía a la entrada del edificio, situada en el primer piso.



Reno visto desde mi ventana, con "lo scivolo" en primer término

Nuestros apartamentos eran idénticos, aunque el mío estaba en la primea planta y el suyo justo encima, en la segunda, con las evidentes ventajas que esto le reportaba. Y nuestros garajes estaban uno junto a otro en el lateral izquierdo del edificio, aunque, por supuesto, la maniobra que había que hacer para entrar en el suyo era mucho más simple que la que había que hacer para entrar en el mío.

Cuando se compró un equipo de alta fidelidad, tuvo la suerte de encontrar en Alemania un experto vendedor que le aconsejó tan acertadamente, que era evidente que ningún equipo de menor precio podía alcanzar la calidad del suyo, mientras que cualquier otro equipo, por caro que fuera, era imposible que la mejorara.  

Entre semana comíamos en "la mensa" (la cantina del Centro Común de Investigación del Euratom). Klaus, provisto de una vista inmejorable, me dijo en varias ocasiones que una chica le estaba mirando. Yo, por más que aguzara la vista, no era capaz de distinguir si la chica, que comía en el otro extremo de la mensa, le miraba a él, a mí o al vecino de la mesa de al lado.


Pero Klaus tenía razón y unos meses después se casó con Annette y tuvieron una hija, Sandra, de la que tuve el honor de ser padrino de bautizo.
  



Klaus es ateo pero, dando muestra de una enorme finura de pensamiento, decidió bautizarla. Según él, era muy difícil que un ateo se hiciera creyente, mientras que para un creyente era muy fácil volverse ateo. Bautizándola conseguía que, cuando fuera mayor, tuviera más libertad para escoger si quería ser atea o creyente.

Un día antes de un viaje a Alemania, me pidió que le acompañara a la orilla del lago Mayor para coger un poco de arena. Bajamos con el oche y, para mi sorpresa, empezó a llenar de arena cajas y cajas con ayuda de una pala. Alguien me había dicho que la arena del lago era estupenda para dejar reluciente la vajilla, pero, a menos que pensara venderla en un mercadillo, no  se me ocurría para que querría llevarse tanta. Así que finalmente le pregunté para que la quería. "Es que en Alemania no hay límite de velocidad en las autopistas. Con las cajas llenas de arena consigo que el coche pese más, se agarre mejor al asfalto, y pueda correr más. Esto me lo enseñó mi padre. Él lo llevaba siempre cargado de ladrillos, hasta que una vez, en un frenazo, un ladrillo salió disparado hacia delante, le dio en la nuca y por poco le mata".

Hace unos días he vuelto a verlo con motivo del cincuenta aniversario de la creación de la OCDE-ENEA Computer Programme Library, y me ha dicho que además de haber tenido su primera hija cuatro años antes de que yo tuviera la mía, tuvo la segunda (y última) suya dos años después de que yo tuviera la última mía. O sea, que en esto también me gana.    


Klaus A. Hey fotografiado el 4-sept-2015 por Juan Manuel Galán

domingo, 20 de septiembre de 2015

Laberinto - 8 - La estructura del Laberinto

Después de visitar todas las puertas abiertas del Laberinto y recorrer un número considerable  de pasillos, he llegado a la conclusión de que su estructura, aunque compleja, es enormemente repetitiva. No es solo que de cada puerta partan cinco pasillos y de que confluyan siete en todos los distribuidores. Es que además si el pasillo X.y.z.t de una puerta es ascendente, plano o descendente, también lo son los pasillos X.y.z.t de las demás puertas.

Fulcan cayó unos instantes para observar en la expresión de Crowell John si le había comprendido. Tanto este como Olivia Prisco asintieron con la cabeza, por lo que Fulcan continuó:

Pero no es solo eso: Si tomamos el pasillo A, que va pegado al muro exterior y es descendente en todas las puertas, llegamos a un rellano, idéntico al de la entrada, aunque sin puerta al exterior, del que salen cinco pasillos, repitiéndose nuevamente la misma estructura. Y si tomamos el pasillo E, que también va pegado al muro exterior, pero es ascendente, llegamos a otro rellano igual, del que parte otra vez una estructura idéntica de pasillos. 

¿Y si sigues bajando por el pasillo A de cada rellano o subiendo por el E?, preguntó Crowell John.
 
Sigues encontrando rellanos idénticos cada vez más abajo o cada vez más arriba. No me he atrevido a aventurarme mucho por los pasillos, pero, por los que van pegados al muro exterior he bajado y subido aunque estuvieran a oscuras, ya que la vuelta no ofrecía dudas.

¿Es cierto que no se puede encender fuego dentro del laberinto?

Fulcan y Crowell John miraron sorprendidos a Olivia.

No. No se puede encender fuego dentro del Laberinto. Se cierran automáticamente todas las puertas de alrededor, explicó Crowell John, y se extrae todo el aire, o se sustituye por otra cosa... no sé... Cuando se apaga el fuego, las puertas vuelven a abrirse. Ha habido algún muerto...  

Hay al menos cinco pisos bajo tierra y otros siete por encima, continuó Fulcan tras unos instantes de silencio. Digo "al menos" porque, en el último rellano al que he llegado,  el siguiente pasillo descendente o ascendente estaba cegado, no sé si por ser el último o porque hay una puerta que, de abrirse podría conducirnos más abajo o más arriba. Hacia arriba, en todo caso, creo que, dada la altura del edificio, podría haber hasta diez pisos. Hacia abajo podría haber solo cinco o haber cuarenta... Los pasillos ascendentes y descendentes del interior sirven lógicamente para conectar unos pisos con otros, y, entre estos y los horizontales debe haber algunos que comuniquen entre sí pisos correspondientes a distintas puertas de entrada. O, dicho de otra manera, debe de haber distribuidores en los que confluyen dos o más pasillos que provienen de distintas puertas. 
    
Tiene que haber algún punto, dijo Crowell John después de meditar unos momentos, en el que deje de existir esa repetición exacta, puerta a puerta, de las estructuras.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El silencio

Hace un calor sofocante. Son casi las doce de la noche y hace un calor sofocante.

He abierto todas las puertas y ventanas para ver si corre un poco de aire y refresca, pero sigue haciendo un calor sofocante.

Me levanto y me asomo a la ventana. No se ve la silueta de la Sierra Blanca recortada contra el cielo. El calor ha hecho que una espesa niebla se levante del mar y no deje ver ni siquiera las luces de las urbanizaciones que escalan las faldas de La Concha. Lo único que veo es el resplandor de las farolas de la calle, cada vez más pálidas a medida que la calle se aleja cuesta abajo.

Ni siquiera se ven las luces de la pizzería del final de la calle. Quizás hayan cerrado ya. Quizás no hayan abierto.

Vuelvo a la cama. Únicamente veo un leve resplandor en el cuadrado de la ventana, insuficiente para distinguir los ángulos entre las paredes y el techo.

La niebla ha entrado en la habitación.

A la niebla se une el silencio. No se oye pasar ningún coche por la calle. Y tampoco pasa el motorista que todas las noches aprovecha la cuesta de la calle para dar un sonoro acelerón. Pero es lógico. ¿Quién va a salir con esta niebla?

Doy un par de vueltas en la cama, pero finalmente me levanto. Encuentro insufrible este silencio. Enciendo la radio. No se oye nada. Subo el volumen. Silencio. El dial está en el 98'1, Radio Clásica, pero no se oye nada.

Giro el selector de frecuencias. Nada. No se oye nada. Ni siquiera el ruido blanco de la estática.

Estoy a punto de gritar, pero no lo hago. Tengo miedo. ¿Y si grito y no me oigo gritar?