Los universitarios teníamos la suerte de poder hacer buena parte del servicio militar, que era obligatorio, durante el verano.
Tuve que ir a una tenencia de alcaldía, donde un sargento nos pesaba, nos medía y nos preguntaba si teníamos algo que alegar para no hacer la mili, advirtiéndonos que si no alegábamos nada entonces, ya no podríamos hacerlo después.
Yo no alegué nada y, después del tallado, volví a mi colegio mayor y a mis estudios, y a esperar que me llamaran a filas.
Un mes o dos después recibí un requerimiento para que me presentara un día y a una hora concreta en la “caja de reclutas” en unas dependencias militares.
Fui, e hice cola un durante buen rato, y escuché las conversaciones de los otros chicos de la cola: uno decía que era miope, otro que tenía los pies planos, otro que era hijo de viuda,… En definitiva, me quedó claro que en aquella cola estaban los que habían alegado algo en el tallaje.
¡Pero yo no había alegado nada! Sin duda me habían llamado por error. O quizás… ¿Me habría buscado mi padre un enchufe para que no hiciera la mili? ¿O un tío mío que era militar?... Pues si era así… ¡podían haberme avisado!
Se me presentaban dos opciones: decir que había sido un error o alegar algo. En el primer caso dejaría en mal lugar a mi padre o a quien me hubiera enchufado. En el segundo ¿qué podía alegar?... desde luego, no hijo de viuda… alguna enfermedad o defecto…
Y en ese momento, me llamaron.
- ¿Qué alega Vd.? – me preguntó un enorme sargento con cara de malas pulgas.
- … Estrecho de pecho… - dije, casi sin voz. Era lo primero que se me ocurrió, teniendo en cuenta que no soy muy ancho de espaldas.
El sargento me miró incrédulo. Yo esperaba que me contestara “¿Estrecho de pecho? ¡A Larache, leche! “. Pero no; solo me dijo que esperara a que me llamaran los médicos.
Unos minutos después, me llamaron. Eran dos. Uno estaba de pie, y el otro sentado ante una mesa con papeles.
- ¿Qué ha alegado Vd.? – me preguntó el que estaba de pie.
- Estrecho de pecho.
Me entregó un aparato con una boquilla por la que debía soplar y expulsar todo el aire de mis pulmones. Soplé lo menos que pude, aunque poniendo cara de que hacía grandes esfuerzos.
- ¿Este es…? – preguntó el médico que estaba sentado.
- Si. – respondió el que estaba de pie. Y luego, dirigiéndose a mí – Salga fuera y espere un momento.
Salí y esperé. Y al rato me dieron mi cartilla militar en la que ponía que yo quedaba “excluido temporal”, lo que significaba que no haría la mili de momento y que, en dos años, tendría que volver a la caja de reclutas para revisar mi situación.
Ni que decir tiene que, en cuanto llegué al colegio mayor, llamé a mi padre para decirle que, si me había enchufado, podía haberme avisado y haberme dicho qué tenía que alegar. Pero no me había enchufado, ni él ni nadie que supíéramos.
Y pasaron dos años. Yo cursé 4º y 5º de carrera en la Universidad de Barcelona, por lo que la revisión tuvo lugar allí.
De nuevo, un enorme sargento me preguntó qué alegaba, y yo contesté lo mismo que en Madrid, aunque con más aplomo.
- ¿Estrecho de pecho? – rugió el sargento – Eso sería en Madrid, porque el médico de aquí no pasa ni una.
Pasé al médico.
- ¿Estrecho de pecho nada más?... Pero hombre… ¿No tiene alguna otra cosa que alegar? ¿Algún defecto físico?...
- Bueno, - dije yo – Tengo una pierna un poco más larga que la otra… medio centímetro…
- ¡Estupendo, estupendo!
Me subí a un taburete y comprobó que, efectivamente, tenía una pierna más larga que otra.
Resultado: de nuevo “excluido temporal”. Es decir que, después de dos años más, tendrían que volver a revisar mi caso. Si esa tercera vez volvía a dar “excluido temporal” sería definitivo y ya no tendría que hacer la mili.
Dos años más tarde yo estaba de vuelta en Madrid, y trabajando.
Volví a la caja de reclutas.
- ¿Una pierna más larga que otra? – dijo el médico – Eso no sirve de nada… con lo de estrecho de pecho es suficiente.
Y no hice el servicio militar.
Pero la cosa no acaba aquí: Mi hermano mayor era marino mercante y, como en todas las profesiones, de vez en cuando tenía que asistir a algún evento en compañía de otros marinos mercantes. Y de sus esposas, para las que preparaban actos paralelos de entretenimiento.
Estaba mi cuñada sentada en el patio de butacas viendo un espectáculo folclórico cuando se acercó un marinero preguntando por todas las filas:
- ¿La señora del capitán B.? ¿La señora del capitán B.?
Mi cuñada y la desconocida que estaba sentada a su lado agitaron la mano.
- ¡Aquí! ¡Aquí!... La señora del capitán B soy yo – dijeron ambas.
- El capitán Enrique B.
- ¡Yo! ¡Yo! – ambas otra vez.
- El capitán Enrique B, de Sevilla.
Las dos estaban casadas con un Enrique B, de Sevilla (distinto), que era capitán de la marina mercante, así que se hicieron amigas y después salieron juntas las dos parejas algunas veces.
Pronto se enteró mi hermano Enrique de que el otro tenía un hermano que se llamaba Fernando B, y una lucecita se encendió en su mente (¡F.B.!)
- ¿Dónde hizo tu hermano la mili? – preguntó.
- No hizo la milicia universitaria, sino el servicio militar normal. ¡Tenía un enchufe estupendo!... Pero, a pesar de todo, tuvo que hacerlo. Lo destinaron a África… ¿a Larache?
Muy bueno, me sigo riendo por el pobre.
ResponderEliminarEn mi caso, nos daban una prórroga universitaria por un año. Todos los años tenia que ir a renovar la prórroga pero al 4to año me casé, entonces fui a pedir los trámites de excepción por estar casado.
Ahí me mandaron a una oficina donde me atiende un soldado muy enojado, le cuento mi caso y a los gritos me dice.
"Pero usted tendría que haber hecho la revisión médica hace dos meses. Ahora usted figura como desertor a la patria"
Y así viví en la clandestinidad hasta que anularon el servicio militar obligatorio.
Entre las peripecias para escamotearte y la suerte del que no la busca, tuviste la gracia de disponer de un año y pico más de libertar, en mi caso fue un símil de coincidencias en las que por una u otra causa no pude ir voluntario para evitar el destino forzoso, y al final fui excedente de cupo, jajaja, a veces la suerte no viene en el formato que uno la busca..
ResponderEliminarSaludos.
elperroverde
Si fuese un cuento, le diría que la forma de resolver el conflicto fue ingeniosa. ¡Pero fue real! Muy absurda la situación con los médicos, a mí me habría costado horrores controlar la risa.
ResponderEliminar"¿Estrecho de pecho nada más?... Pero hombre… ¿No tiene alguna otra cosa que alegar?"
Así que tienes una pierna más larga que otra. Creo que me pasa algo similar, o algo ha de explicar la manera en la que camino. Me encantó, y lo mejor es que, como dice Carlos, fue real :D Yo no he hecho ni haré el servicio militar porque ya dejó de ser obligatorio en México, o eso parece, y antes se necesitaba para poder viajar al extranjero, cosa que, afortunadamente, ya no ocurre. Me encantó tu experiencia.
ResponderEliminarJejejeje la historia la conocía pero me he vuelto a reir
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