El Doctor Yosiph Hraby era rubio,
delgado y con ojos gris claro. Su vecino en el Laberinto, Lisidr Fulcan, por el
contrario, era moreno, con ojos casi negros y barba densa.
Apoye la cabeza en el
reposacabezas y abra bien la boca, dijo Hraby.
Fulcan echó la cabeza hacia
atrás, abrió la boca, y pegó un grito ahogado cuando el Doctor le golpeó con un
martillito dorado la muela que le había hecho ir a su consulta.
Veo que es esta, dijo el Hraby
acercándose para verla mejor. Me temo que no tiene más arreglo que extraerla.
Dejó el martillito en la mesa de
los utensilios y cogió unas tenacillas, también doradas.
Fulcan cerró la boca
aterrorizado: No irá a sacármela sin dormirme ¿verdad?.
Le dolerá, pero solo será un
instante.
Fulcan permaneció callado, pero
con la boca bien cerrada y unos ojos suplicantes. Desde que, de pequeño, le
empastaron una muela, los dientes y los dentistas formaban parte de sus peores
pesadillas.
Como usted seguramente sabe, la
hipnosis tiene sus peligros, y...
No importa. Duérmame, por favor.
Bien, dijo el dentista sacando un
papel de un cajón. En ese caso debe Usted firmar este consentimiento.
Legalmente no puedo hipnotizarle sin su permiso, por lo que la Comuna obliga a
que firme este documento, librándome de responsabilidad en caso de que algo
vaya mal.
Fulcan leyó el consentimiento.
¿Puedo no despertar nunca de la
hipnosis?
En teoría, si. Pero yo no he
conocido ningún caso.
¿Puede dolerme a pesar de la
hipnosis?
Puede, si el hipnotizador no es
suficientemente bueno.
¿Puedo quedar para siempre
sometido a la voluntad del hipnotizador?
Nunca se deje hipnotizar por
alguien en quien no confíe.
Fulcan calló unos instantes, dudando
si podría confiar en el Doctor Hraby, pero al final sacó una pluma, firmó el
documento y volvió a apoyar la cabeza en el reposacabezas.
Ahora debe usted vaciar su cabeza
de cualquier clase de pensamiento. Tan solo míreme a los ojos y escuche mis
palabras.
El Doctor Hraby acercó sus ojos a
los ojos de Fucan, clavando su mirada en él mientras, con una voz monótona,
repetía: No piense en nada... Vacíe su mente... Tiene sueño... Mucho sueño...
Le pesan los párpados... Abra la boca... No piense en nada...
El Ingeniero Fulcan no duró mucho
despierto. En poco menos de un minuto sus párpados se habían cerrado y su boca
estaba abierta.
El Doctor Hraby volvió a coger
las tenacillas doradas y, con un rápido movimiento, extrajo la muela. Luego
tomó una gasa, que empapó en un líquido coagulante, y la mantuvo unos segundos
apretada contra la llaga. La retiró, observó que no sangraba, y se sentó frente
a Fulcan.
¿Es Usted imperatrixta?
Fulcan negó con la cabeza.
¿Crucista?
Vuelta a negar.
¿Pertenece a alguna otra secta o
sociedad secreta?
Nueva negativa de Fulcan.
Olvide lo que le he preguntado
y... ¡Despierte!, ordenó el Doctor al tiempo que daba una sonora palmada junto
al oído derecho de Fulcan, que abrió los ojos inmediatamente.
¿Me la ha sacado?
Por supuesto, dijo Hraby
mostrándosela. Puede beber, pero hoy no retenga líquidos en la boca, ni se la
enjuague. Coma solo comidas tiernas, y nada caliente. Contra más frías mejor.
Luego se negó a cobrarle nada por
la extracción, alegando su vecindad en el Laberinto, y Fulcan se ofreció a
ayudarle en cualquier cosa que el Doctor necesitase de él.
Por supuesto, pensó el Yosiph Hraby.
Valiente, el señor Fulcan, yo en su caso, hubiera salido pitando ante los distintos pronósticos de reacción a la hipnosis...
ResponderEliminarun abrazo