jueves, 10 de julio de 2014

Dos anécdotas frias

Cuando estudiaba tercero de carrera vivía en el Colegio Mayor Moncloa. Entre los nuevos residentes que llegaron ese año había dos hermanos nicaragüenses. Miguel era un romántico empedernido  que estaba enamorado de Carmen Sevilla: todos los días dedicaba un rato a tocar la guitarra sentado frente a una foto de ella. Rosendo tenía un carácter más deportivo: todos los días se levantaba temprano para, con unos pantalones cortos y una camisa negra casi transparente, se dedicaba a correr por los alrededores (entonces  no se le llamaba todavía footing a eso).

A medida que se acercaba el invierno, cada vez más compañeros le aconsejaban que lo hiciera un poco más vestido, pero él aseguraba que, acostumbrándose poco a poco, el frío sería perfectamente soportable.

Llegó el invierno y Rosendo cogió una pulmonía que por poco le lleva a la tumba. Luego le veíamos todas las mañanas bajar a la universidad envuelto en  un abrigo de pieles con un cuello tan frondoso  que apenas si le asomaban los ojos por encima.  

Años después, cuando estuve en Zurich, enviado por la Junta de Energía Nuclear, también viví en una residencia de estudiantes, la Studentenheim Fluntern.

Uno de los residentes, cuyo nombre no recuerdo, era inglés. Todos los días, después de desayunar, miraba el termómetro que colgaba en la parte exterior de la ventana del comedor. Sacaba lápiz y papel, hacía un pequeño cálculo para pasar los grados Celsius del termómetro a grados Farenheit, y salía a la calle abrigado adecuadamente: en mangas de camisa, con chaqueta, con bufanda, con abrigo...

Un día cayó en la cuenta de que estaba repitiendo todos los días cálculos prácticamente idénticos, y entonces decidió hacer una chuleta en la que figuraba, para todo un rango de grados Celsius, su equivalente en Farenheit. Pegó la chuleta al termómetro y, a partir de ahí, cada mañana miraba el termómetro, luego la chuleta, y se abrigaba para salir.


A los pocos días, imitando su letra, cambiamos la chuleta, añadiéndole varios grados a la columna de los grados Farenheit. Estuvo más de una semana saliendo bastante desabrigado, aunque no tanto como para coger una pulmonía, antes de darse cuenta del engaño.

2 comentarios:

  1. Una de las cosas buenas que tenemos por estas tierras, es el clima, la eterna primavera, en invierno un suéter en las tarde noche y listo..., me imagino que el muchacho terminaría hecho todo un chicarrón del norte. Besos

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  2. A decir verdad, Rosendo tenía buena fuerza de voluntad; ya me cuesta a mí salir a correr por las noches a correr.

    Y el último caso... Es de tener poca memoria. Creo que con la práctica yo ya me lo habría memorizado (aunque no quisiese)

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