Las
frases y palabras que figuran entre corchetes corresponden a zonas ilegibles en
este texto, de los mejor conservados entre los papiros de Schimatari, que el
Profesor Papadopoulos ha completado al considerarlas como muy probables. El
texto utiliza además las letras MB para el rumiante del relato, lo que no se
corresponde con ningún animal conocido. El Profesor Papadopoulos lo ha
traducido por "corza", aún a
sabiendas de que Grecia es una de las pocas zonas de Europa en que no existen
corzos, porque sospecha que el relato no es original griego, sino importado por
alguno de los pueblos que, en sucesivas migraciones, habían conformado lo que
luego sería la Grecia clásica.
[A veces me parece recordar la luz]
rosada del amanecer invadiendo los cielos como preludio a la esplendorosa
salida del sol. A veces me parece recordar la blanca espuma del mar al
estrellarse contra los acantilados. A veces me parece recordar la blancura de
la nieve, la floración de los almendros, el amarillo estallido de la retama... Pero
ya no sé si mi imaginación me engaña, o me engaña mi memoria.
Lo que sí recuerdo sin engaño, y nunca
se aleja de mi memoria, es el desnudo cuerpo de una desconocida diosa y la
blanca piel de la corza que me llevó hasta ella.
Había dejado ya a los cerdos en la
cochiquera. El cielo aún conservaba un rastro de luz, y una enorme luna llena
se elevaba sobre los montes y [el bosque cercanos].
Luna llena. La noche perfecta para
recoger el sagrado muérdago que se esconde entre las ramas de los robles y que
mi anciana madre acostumbraba a colgar en el umbral de la choza.
Había ya guardado algo de muérdago en
el zurrón cuando vi agitarse algo blanco entre los árboles. Curioso, me aproximé
sigiloso, descubriendo con sorpresa una blanca corza que ramoneaba [tiernos
brotes].
[Debí hacer algún ruido,] pues la corza
levantó bruscamente la cabeza, miró en todas direcciones, y se alejó con un
trote ligero.
La seguí y, aunque en algunos momentos
creí haber perdido su pista, imaginé que se dirigía hacia el arroyo que, entre
árboles y peñas, dejaba llegar su murmullo hasta donde yo estaba. Me dirigí
hacia una poza que conocía bien, pues la utilizaba a veces para bañarme y
desprenderme del olor de los cerdos.
Cuando llegué a la poza, siempre
silencioso, descubrí bañándose en ella una doncella de cabello oscuro y piel
más blanca que la de la corza. Apenas si pude contener el aliento cuando al
salir me mostró su cuerpo desnudo. Tan solo fue un instante, un instante de
gloria y maravilla, porque nada más grabar su belleza en mi retina, la luz huyó
de mis ojos y quedé ciego para siempre.
Creo que me moví y, en mi ceguera,
tropecé y caí. Entonces la oí acercarse. Y me acarició el rostro con sus suaves
manos.
- ¡Pobre mortal! - exclamó - ¿Acaso no
sabes que mirar directamente al sol [produce ceguera]?
Me ayudó a levantarme y me condujo
hasta el borde del agua. Allí me quitó los viejos trapos que me cubrían y,
siempre de la mano, entró conmigo en el agua. Noté, en éxtasis, como sus manos
recorrían mi cuerpo, limpiándolo de su suciedad y sus impurezas. Pensé que, además
de la vista, iba a perder la razón y quizás la vida. Mis manos, sin mi permiso,
tomaron posesión de su cintura ...
El
resto del papiro está muy deteriorado, por lo que solo se han podido traducir
las siguientes frases inconexas:
...con el tiempo aprendí a interpretar
los rumores que trae el viento, los mil sonidos del bosque, el lenguaje de los
pájaros...
...sentí, con el corazón desbocado,
como acariciaba mi mano con su lengua...
Genial detalle el de la corza, cómo hilas Florentino (el principio con el final)
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