¡Me acusan de
haberla asesinado para poder contarlo con realismo en mi blog! ¿Creen que soy
como esos chavales descerebrados que graban sus tropelías y se jactan de ellas
colgándolas en internet?
Aunque lo que más suelo escribir
son relatos de ciencia-ficción, me gusta tratar de vez en cuando otras áreas.
Un área poco frecuentada por mí es la de los crímenes, así que decidí escribir
un relato para el que tenía que buscar un asesino, un muerto, un móvil y un
policía.
El policía tenía que ir desentrañando
las pistas que había dejado el asesino, por lo que realmente era lo último que
tenía que decidir. Lo importante era el móvil que induciría al asesino a
cometer el crimen.
Me puse en el lugar del asesino.
¿A quién asesinaría yo? ¿A mi jefe?¿A un amigo?¿A un desconocido?... La idea de
que el relato versara sobre un asesinato sin otro motivo que el desafío de
matar y no ser descubierto me estuvo rondando por la cabeza hasta que la vecina
del piso de arriba comenzó su habitual taconeo a todo lo largo y lo ancho de su
apartamento. ¿Por qué no se quitaba los tacones en todo el día?
Acababa de encontrar la víctima,
el móvil y el asesino. Abrí el ordenador y empecé a escribir en Word:
Motivos para asesinar a la arpía del piso de arriba:
·
Taconeo incesante todo el día
·
Volumen insoportable de la televisión en las
telenovelas después de comer
· Cuelga manteles y sábanas completamente
desplegados en el patio, quitándome la luz
·
Se acuesta tarde y, al quitarse los zapatos, los tira por el aire para
despertarme
·
Tiene una ruidosa bicicleta estática que utiliza
cuando yo estoy oyendo música.
Seguramente se me ocurrirían
nuevos motivos más adelante, reales o ficticios, así que guardé el documento
con el poco imaginativo título de "Asesinato" y me puse a pensar en
cómo la asesinaría. ¿Subiría a su piso y
le clavaría un puñal cuando me abriera la puerta? ¿La estrangularía?...
¡Felisa! Ya tenía el modo de envenenarla.
Felisa, la mujer del portero, era
mi asistenta y la de mi vecina. Era una chica bastante despierta que subía los
lunes y los jueves por la mañana mientras yo estaba en la oficina, limpiaba la
casa, planchaba y me hacía comida para un par de días. Las jueves, además, eran
los días en que subía por la tarde a planchar a casa de mi vecina.
Abrí "Asesinato" y escribí:
Modo de asesinarla: Veneno.
Felisa, cuando va al super a comprar comida para mi, compra también a veces leche,
entre otras cosas, para la bruja de arriba.
Yo podría meter el veneno, si es líquido, en un envase de leche con una
jeringuilla. Si no es líquido, puedo sacar leche con la jeringuilla, deshacer
el veneno en ella y volverla a introducir. Luego tendría que aparecer algunos
jueves por casa antes de que se fuera Felisa y, si había comprado leche, darle
el cambiazo.
¿Pero qué veneno? Podía utilizar
un veneno innominado, pero decidí ser más preciso, así que me puse a buscarlo
en internet.
Dihidrocolinasa. Era el veneno
perfecto. De sabor ligeramente dulzón, podía diluirse en la leche sin despertar
sospechas. Se utiliza en algunos
somníferos en pequeñas dosis, así que fui a la farmacia y compré uno que la
contenía. Leí el prospecto y apunté:
Veneno: Dihidrocolinasa. Se
encuentra en pequeñas cantidades en Dormisomno, un somnífero que puede comprarse sin receta. La asistenta le compra todas las semanas dos o
tres litros de leche, luego consume al menos un cuarto diario. Como para que la
dosis de dihidrocolinasa necesaria para que sea mortal está contenida en las
cápsulas de diez cajas de Dormisomno, se necesitan cuarenta y, por seguridad,
sesenta cajas. Comprar poco a poco, y en distintas farmacias. Dejar pasar unos
meses para que en las farmacias olviden la cara del comprador.
Había llegado el momento de
pensar en el detective y en como resolvería el caso, pero, releyendo mis
apuntes, me pareció que el tema era bastante flojo. Por otra parte me había
puesto a escribir una historia de ciencia-ficción que me parecía más
interesante, así que la historia quedó archivada para retomarla más adelante.
Cuatro meses más tarde murió la
vecina del piso de arriba. Le hicieron la autopsia y acusaron a Felisa de
haberla envenenado. Al parecer tenía un móvil: Su marido, el portero, que era
muy buen mozo, se acostaba con mi vecina. El inspector encargado del caso vino
a verme y, después de hacerme algunas preguntas sobre mi asistenta, me pidió
que le escribiera en un papel mis números de teléfono (fijo, móvil y de la
oficina) por si necesitaba preguntarme algo más.
Al día siguiente se presentó de
nuevo en mi casa y me detuvo, acusado del asesinato. Había dejado mis huellas
dactilares en el bolígrafo que me ofreció para apuntar los teléfonos, y
coincidían con las encontradas en el envase de la leche en el que habían
encontrado rastros de leche envenenada con dihidrocolinasa.
Se llevaron mi
ordenador y, como no encripto mis archivos (ni siquiera pongo una contraseña de
entrada en el ordenador), encontraron enseguida el archivo
"Asesinato". Buscaron en el envase de la leche y encontraron el
agujerito que, presuntamente, habría hecho yo con una jeringuilla cargada de
veneno.
Las pruebas me
apuntan como culpable, pero no lo soy. Me pregunto por qué no incluí en mis
apuntes un Maigret, Holmes, Poirot o Srta. Marple. ¿Se habrían hecho también
realidad y me habrían sacado del embrollo?
Me encanta que empieces la entrada sin determinar si lo que cuentas es personal o literario. Es una grata manera de contar historias.
ResponderEliminarSorprendente final
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