I
- ¿Es
la primera vez que vienes aquí? – preguntó Jarciel.
- Si.
Nunca antes había visto el mar.
Marael
se inclinó un poco para ver mejor la playa.
- Es
extraordinario como el viento levanta las olas y las impulsa hacia la orilla. Y
como rompen con un ritmo constante, cubren la playa, y luego se retiran.
- El
romper de las olas es una de las formas en que el agua toma el oxígeno de la
atmósfera para que puedan respirar los peces.
A
Jarciel le gustaba la ecología.
- ¿Y
por qué no suben a la superficie y toman el oxígeno directamente del aire?
-
Bueno,… están hechos así. Tienen branquias para tomar el oxígeno disuelto en el
agua. Y como eso no les cuesta trabajo, ¿para qué iban a esforzarse en respirar
de otra manera?
Jarciel
se quedó pensativo unos instantes. Luego señaló una charca de agua salada que,
al bajar la marea, había quedado aislada en la parte alta de la playa.
- Mira.
¿Ves esa charca? Allí han quedado algunos pequeños peces. La arena irá
absorbiendo poco a poco el agua y casi todos morirán asfixiados al no poder
respirar.
- ¿No
todos?
- No
todos mueren, porque algunos, esos casi transparentes y un poco rojizos, se
entierran en la arena húmeda y pueden resistir hasta la próxima pleamar.
-
Podemos bajar y devolverlos al mar.
- Es
mejor no interferir. Al vencer las dificultades y adaptarse a ellas, como han
conseguido hacer esos peces, van evolucionando.
- ¿Y si
la arena se seca del todo?
- Lo
probable es que todos mueran. Pero, si alguno sobrevive,… quizás consiga respirar
sin necesidad del agua y llegue a vivir incluso lejos del mar.
- ¿Crees
que eso ocurrirá?
- Ese
es el plan.
Marael
se arrellanó en la nube en que se sentaban y echó la vista atrás para
contemplar las escasas manchas de líquenes grises y de verdes musgos que crecían en la yerma
tierra cercana a la playa.
II
- Es maravilloso cómo ha cambiado el mundo en
tan poco tiempo. – comentó Marael, fascinado por el espectáculo que ofrecían
unos miles de flamencos rosa levantando el vuelo desde las poco profundas aguas
de las orillas de un lago africano.
- En
lo que para ti es un instante, – contestó Jarciel – nacen y mueren aquí millones de criaturas. Y,
aunque rápida, te has dado una vuelta por todo el universo.
- Deben haber desarrollado una inteligencia
extraordinaria para llegar a volar. – continuó Marael, que aún seguía
observando las evoluciones de los flamencos en el aire.
- Bueno, algo de inteligencia si han
desarrollado, pero hay otros animales que la han desarrollado más. Los
elefantes, por ejemplo. O los delfines en el mar… Hay algunas especies de monos
que hasta han sido capaces de elaborar armas para cazar. Pero, por ahora,
quienes más desarrollada tienen la inteligencia son las abejas. Están
perfectamente organizadas: la reina y los zánganos se dedican a la
reproducción; las obreras, a la construcción de celdas para albergar a las
crías, y a buscar flores con polen para hacer la miel… Cuando una encuentra
polen en abundancia, les comunica su situación precisa a las demás con su forma
de mover las alas…
- Entonces ¿son ellas el objetivo del plan?
- No lo creo. Hace tiempo que su evolución ha
conseguido una perfecta organización, y han dejado de evolucionar. La mayor
parte de los seres vivientes, sin embargo, no han dejado de hacerlo… De todas
maneras, el aumento de la inteligencia no es el objetivo primordial. El
objetivo no es su cantidad, sino su calidad.
Marael había desviado su atención hacia tres
leonas que se estaban acercando desde puntos diferentes a una manada de
antílopes. Dos de ellas se colocaron a barlovento de la manada. Algunos
antílopes levantaron la testuz al percibir su olor. Ellas aullaron y corrieron
hacia ellos. Ellos, asustados, corrieron en desbandada hacia donde les esperaba
la tercera leona que, de un salto, agarró a uno con sus fauces por el cuello.
- Los volcanes – comentó Jarciel – entran en
erupción cuando su inteligencia mineral advierte que no puede aguantar la
presión. Las plantas crecen y florecen guiadas por su inteligencia vegetal. Y la
inteligencia animal de las leonas las induce a matar cuando tienen hambre. Pero
ni el volcán, ni las plantas, ni las leonas hacen nada pensando si lo que hacen
está bien o está mal, porque no tienen inteligencia moral.
- Pero hace falta ser inteligente para
distinguir entre el bien y el mal.
- Efectivamente. Pero el próximo avance del
plan se dará cuando una de esas criaturas libremente pueda escoger entre hacer
el bien o el mal.
- ¿Y si escoge hacer el mal?
- En todo caso, ese es el plan.
Al oir esa respuesta, Marael se retiró a la
cara oculta de la luna para meditar.
III
Los dos
ejércitos estaban enfrentados en los extremos de la llanura. En ambos se
escuchaban trompetas, atabales y gritos de ánimo. Un hombre extraordinariamente
alto y fornido salió de entre las filas de uno de ellos, fuertemente armado, y
comenzó a insultar a grandes voces al ejército contrario.
- Ese
ha escogido el mal. – aseveró Marael.
- Ese
ha escogido muchas veces el mal, - replicó Jarciel – pero ahora, aunque no lo
parezca, está escogiendo el bien. Si los dos ejércitos se enfrentaran, habría
muchos muertos. Lo que está haciendo, confiado en su fortaleza, es desafiar,
como paladín de su ejército, al que los del otro escojan como suyo. Así la
batalla se decidiría con un solo muerto en un combate singular.
Durante
unos minutos, todos, salvo el gigante, guardaron silencio. Y cuando ya parecía que
nadie iba a aceptar su desafío, un muchacho, de no más de quince años, salió de
entre las filas opuestas con solo una honda en sus manos.
El
gigante rió, pero el muchacho colocó una piedra en la honda, la hizo girar a
gran velocidad sobre su cabeza y la lanzó. La piedra dio en la frente del
gigante que, tras unos instantes, cayó muerto al suelo.
- Y
este ¿ha escogido el bien?
- Este
casi siempre ha escogido el bien, pero algunas veces escogerá el mal. En
nuestro caso, - explicó Jarciel - nuestra elección es única, definitiva y
eterna, pero los hombres, al vivir inmersos en el tiempo, tienen cientos de
ocasiones para escoger. Y unas veces escogen el bien, y otras el mal.
- ¿Ha
habido alguno que haya escogido siempre el bien?
- No.
Solamente uno, un descendiente de ese muchacho, lo hará.
- Si
todos han escogido alguna vez el mal… ¿todos serán castigados y solo uno
premiado?
- No.
Ese no es el plan. Ese Hombre Perfecto, que jamás escogerá el mal, será sacrificado para que no sean castigados todos los demás.
Marael
guardó silencio unos instantes.
- ¡Pero
eso es imposible! La sangre de uno solo no puede redimir las culpas de
billones. ¡Tendría que ser Dios!
Jarciel
sonrió.
- Ese
es el plan.
Buen relato, me gusto… Saludos.
ResponderEliminarCada día me gusta más todo lo que haces papá. Como me gustaría recogerlo todo y que lo publicases.
ResponderEliminarDe lo que más me ha gustado, ha sido el misterioso final de la primera parte, cuando Jarciel, termina diciendo "ese es el plan", y se descubre que no son paseantes por la playa, sino observadores de la Tierra...
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