Gritó ¡Socorro! ¡Ayúdenme!, pero nadie contestó.
Acostumbrada a seguir siempre el
mismo camino, lo seguía sin casi mirar, y aquel día había tomado un pasillo
equivocado. Se dio cuenta al descubrir en una pared una pintura que estaba
segura de no haber visto antes nunca. La mayoría de las pinturas de los
pasillos eran paisajes o manchas abstractas de color, pero aquel enorme círculo
rojo con una estrella amarilla en el centro estaba segura que no le habría
pasado antes desapercibida.
Dio marcha atrás para volver al último
distribuidor y comprobar la numeración de los pasillos, pero se encontró con que
no estaban numerados. Peor aún: ¿por qué pasillo había llegado hasta allí? Indecisa,
tomó el que pensó que era el correcto, pero lo único que consiguió fue
adentrarse aún más en el Laberinto.
Katy no se rendía fácilmente, y
estuvo dando vueltas y más vueltas durante un tiempo que, en el interior del
laberinto, no supo cuantificar. Afortunadamente los grifos de las cocinas
funcionaban, por lo que la sed no era un problema. Cansada, más de una vez se
había sentado en el suelo, apoyando la espalda en una pared. Y alguna vez
incluso se había quedado dormida. Pero cuando descubrió una vivienda
completamente amueblada no supo si llevaba perdida tres días o una semana.
Pidió permiso para entrar: Nadie contestó,
por lo que entró y descansó un rato en una blanda butaca mientras examinaba los
muebles: Aunque no dejaban de ser camas,
sillas, mesas, armarios,... sus formas
no eran habituales... ¿No eran muebles de la época imperial? ¿No los había
visto iguales en el Museo de Historia?
Se levantó y entró en la cocina para
beber, encontrando, gratamente sorprendida, que allí había comida.
Alguien vive aquí, pensó Katy.
Espero que no le importe si vacío algo su despensa.
Había toda una variedad de
legumbres y verduras: fércules, curlas, tomates, rémulos,... y también especias
y frutas. Y unas galletas doradas que empezó masticar mientras ponía algunas
verduras sobre la piedra blanca de la cocina. Tomó un par de múfalos, vertió su
dulce néctar en un cuenco, y bebió pausadamente mientras observaba como la
piedra enrojecía en la zona donde había puesto las verduras.
Fue una suerte que, cuando los orionitas
(maldito sea su nombre) saquearon el Laberinto, no se dieran cuenta de la
utilidad de las piedras blancas de las cocinas.
No encontró sal, pero tenía tanta
hambre que las verduras, aliñadas con un poco de tricopo, le parecieron
exquisitas.
No había terminado de comérselas,
cuando a Katy le dio un vuelco el corazón: Había oído pasos... Quienquiera que
viviese allí, sabía cómo salir del
Laberinto.
Corrió hacia el pasillo, pero lo
encontró vacío. Corrió hasta el distribuidor más cercano, pero tampoco desde
allí pudo ver a nadie.
Gritó ¡Socorro! ¡Ayúdenme!, pero
nadie contestó.
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