Soñaba que estaba dormida a la
sombra de unas cañas, sobre un fresco charco de agua.
Pensareis que una tortuga no
puede soñar porque no tiene imaginación, pero os equivocáis: las tortugas,
aunque limitada, si que tienen imaginación. De hecho, nuestra tortuga se había
dormido a la sombra de unas cañas, sobre un fresco charco de agua, y tenía
imaginación suficiente como para soñar que seguía a la sombra de unas cañas y
sobre un fresco charco de agua. Solo que esto ya no era cierto, porque el sol,
al discurrir por el azul del cielo, había quitado al charco la sombra de las cañas,
y había conseguido, con el calor de sus rayos, que el charco se secara.
Por eso la tortuga se encontraba
incómoda. Soñaba que estaba dormida a la sombra de unas cañas, sobre un fresco
charco de agua y, sin embargo, estaba notando un calor insoportable.
Se despertó. Y pensó ¿cómo es que
hace tanto calor si estoy a la sombra de unas cañas y sobre un fresco charco de
agua?
Como seguramente sabréis, las
tortugas, cuando duermen, esconden la cabeza, las patitas y el rabo dentro del
caparazón, razón por la cual ella no podía saber si el calor era debido al sol
o al aliento de algún peligroso animal que estaba pacientemente esperando a que
sacara la cabeza. Lo cual, por otra parte, demuestra que las tortugas sí que
tienen imaginación, sea o no limitada.
Pero ¿cómo averiguar si se
trataba del aliento de un peligroso animal o si era que el sol, al discurrir
por el azul del cielo, había quitado al charco la sombra de las cañas, lo había
secado y le estaba calentando el caparazón con un calor insoportable?
Si sacaba la cabeza y se trataba
del aliento de un peligroso animal, que estaba esperando pacientemente a que la
sacara, no podría ya jamás volver a dormir a la sombra de unas cañas sobre un fresco charco de agua. Así que,
después de meditar largo rato, decidió sacar el rabito y moverlo para ver si el
peligroso animal lo mordía. Al fin y al cabo el rabito no era muy importante y
podría seguir viviendo aunque un peligroso animal se lo comiera.
Después de un rato de mover el
rabito, y visto que no ocurría nada, decidió sacar la patita izquierda trasera.
Podría ser que el peligroso animal fuera inteligente, además de peligroso, y se
hubiera dado cuenta de que ella había sacado el rabito para tentarle y que,
mordiéndolo, descubriera su presencia. Una patita tenía ya la suficiente carne
como para resultar irresistible, pensó la tortuga, y, en todo caso siempre
podría moverse con las otras tres.
Pero el peligroso animal o
no estaba o no consideraba suficiente
comerse una patita. Así que la tortuga decidió sacar también la patita trasera
derecha. Si el peligroso animal se comía
las dos, siempre podría arrastrarse moviendo las patitas delanteras.
Pero el peligroso animal no
mordió ni el rabito ni las patitas traseras, así que nuestra tortuga sacó
primero la patita delantera izquierda, luego la patita delantera derecha y
finalmente, armándose de un valor inusitado, la cabeza.
La oscuridad que reinaba dentro
del caparazón se convirtió en un rojo anaranjado cuando sacó la cabeza sin
abrir los ojos. Si, a pesar de todo, seguía allí el peligroso animal, prefería
perder la cabeza viendo un bonito color rojo anaranjado a perderla viendo la
blanca y afilada dentadura del peligroso animal.
Pero no ocurrió nada, por lo que
finalmente nuestra tortuga abrió los ojos y comprobó que el sol, al discurrir
por el azul del cielo, le había quitado la sombra de las cañas y había secado el
charco de agua fresca sobre el que ella soñaba que estaba a la sombra de unas
cañas.
Había dos posibilidades, pensó la
tortuga: seguir junto a las cañas, soportando el calor del sol, sin un fresco
charco de agua que la refrescara, o buscar otro fresco charco a la sombra
de otras cañas o de cualquier otra clase de planta.
Oteó el horizonte, bastante
limitado en el caso de las tortugas, descubriendo que las cañas más próximas
estaban a una distancia enorme (para ella; ridícula para nosotros). Pensó que
quizás hubiera sido preferible ser mordida por un peligroso animal a tener que
soportar el calor del sol durante todo ese trayecto.
Pero, tras unos momentos de duda,
decidió ponerse en marcha: Primero adelantó la patita delantera derecha, luego,
la patita delantera izquierda, seguida de la patita trasera derecha y de la
trasera izquierda.
Descansó unos instantes y repitió
los movimientos: patita delantera derecha, patita delantera izquierda, patita
trasera derecha y patita trasera izquierda.
Notó que adelantar primero las
patitas delanteras, y luego las traseras, hacia que su cuerpo quedara
molestamente estirado, por lo que después de pensarlo un poco cambió de
táctica: adelantó primero la patita posterior izquierda, luego la patita
posterior derecha, seguida por la patita anterior derecha y después por la
patita anterior izquierda.
Repitió: patita posterior
izquierda, patita posterior derecha, patita anterior derecha y patita anterior
izquierda.
¡Mucho mejor! Aunque... ¿no sería
más rápido mover dos patitas a la vez?... Primero pensó en adelantar
simultáneamente primero las dos patitas traseras y luego las dos patitas
delanteras, pero se dio cuenta de que al levantar simultáneamente las dos
patitas traseras se daría un culazo y al levantar las delanteras, se daría de
bruces con el suelo. Si levantaba simultáneamente las dos patitas de la derecha
o las dos patitas de la izquierda se golpearía los laterales, así que...
¡Pero había una solución!:
adelantaría simultáneamente la patita delantera derecha y la patita trasera
izquierda. Habría un momento de equilibrio inestable, como lo habría cuando a
continuación adelantara simultáneamente la patita delantera izquierda y la
patita trasera derecha, pero ¡había una solución!
Y pensado, y hecho: nuestra
tortuga adelantó simultáneamente la patita delantera derecha y la patita
trasera izquierda, y luego, también simultáneamente, la patita delantera
izquierda y la patita trasera derecha.
Entusiasmada por el éxito, volvió
a adelantar simultáneamente la patita delantera derecha y la patita trasera
izquierda, y luego la patita delantera izquierda y la patita trasera derecha. Y
a continuación, de nuevo, patita delantera derecha y la patita trasera izquierda,
y patita delantera izquierda y... ¡sorpresa! Ya había llegado a las cañas que
parecían tan lejanas. Así que terminó el movimiento, adelantando la patita
trasera derecha, y descansó.
Miró a su alrededor. No se veía
ningún animal que pareciera potencialmente peligroso, y el sol, en su discurrir
por el azul del cielo, incidía en el otro lado de las cañas, proporcionando a
nuestra tortuga la deseada sombra. Aunque, eso sí, por desgracia no había ni
rastro de un charco de agua.
Oteó de nuevo el horizonte,
bastante limitado para ella como ya sabemos, descubriendo que un poco más allá había
otras cañas y, a su sombra, un charco de agua. ¿Valía la pena de hacer un esfuerzo
adicional para ganar sombra y charco? ¿Sería demasiado para sus exhaustas
fuerzas?
Decidió que valía la pena, pero
no sin antes descansar un poco para reponer sus exhaustas fuerzas.
Encogió la patita delantera
derecha y la introdujo en el caparazón, luego encogió la patita delantera
izquierda, escondiéndola en el caparazón. Y luego hizo lo mismo con la patita
trasera izquierda y la patita trasera derecha. Movió el rabito unas cuantas
veces y, finalmente, lo guardó en el caparazón. Levantó la cabeza para
comprobar que un poco más lejos había un charco a la sombra de unas cañas y,
satisfecha, cerró los ojos y escondió también la cabeza.
Su intención, desde luego, era
descansar tan solo un ratito, pero estaba tan exhausta que casi inmediatamente
se durmió y, a pesar de que donde estaba, aunque había sombra, no había
charco de agua, soñó que estaba durmiendo a la sombra de unas cañas sobre un fresco
charco de agua, y que soñaba que estaba plácidamente durmiendo a la sombra
de unas cañas sobre un fresco charco de agua.
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