El fiscal jefe había decidido,
con vistas a las próximas elecciones, declarar día de puertas abiertas el 2 de
marzo de 2006, con la recomendación especial a todos los empleados de la
fiscalía de extremar la amabilidad con los posibles visitantes. El tercero que
entró ese día en mi despacho fue un pelirrojo que dijo llamarse Jack Floid y quería pedirme un favor
relativo a lo que llamó "el caso Ponchielli".
Le dije amablemente que no sabía
nada de ningún caso Ponchielli, pero no le quise decir que, dada mi condición
de ayudante del fiscal, la clase de favores que podría hacerle en caso de tener
algo que ver con el caso sería bastante limitado.
Él sonrió y me dijo que ya sabía
que yo desconocía el caso Ponchielli, ya que los hechos que darían lugar a ese
caso solo tendrían lugar tres meses más tarde.
- ¿Debo deducir que se trata de
algún tipo de conspiración que se está preparando, y que estallará dentro de
tres meses? - pregunté.
- En absoluto. Se trata de un
simple caso de asesinato. El Señor Ponchielli descubrirá dentro de tres meses
que su mujer le engaña, y la matará junto a su amante.
- ¿Y cómo sabe Usted que eso va a
ocurrir?
- Por la misma razón, que le quedará
clara si me permite continuar, por la que sé que será Usted quién se encargue
de la investigación.
En condiciones normales allí
habría terminado mi conversación con el Señor Floid, pero, extremando mi amabilidad,
como había pedido el fiscal jefe, decidí dejarle continuar.
Según él todas las pruebas que
iba a encontrar eran circunstanciales salvo una, que era determinante para
probar la culpabilidad de Ponchielli. Si yo la presentaba, al Señor Ponchielli
solo le esperaban unos años en el corredor de la muerte y una inyección letal.
Si, por el contrario, yo la ocultaba, el Señor Ponchielli saldría en libertad
y, después de cambiar de nombre, se volvería a casar, tendría un hijo y, años después, tres brillantes
nietos. Una nieta, que llegaría a vicepresidenta de la nación, un nieto que
llegaría a arzobispo de Nueva York, y otro, científico, que llegaría a
presidente de la Agencia Estatal de Estudios Espacio-Temporales.
- Ah, - dije, creyendo comprender
- lo que Usted me está proponiendo es un dilema moral teórico en el que yo debo
decidir si la vida de los tres brillantes nietos compensa suficientemente el
que yo prevarique ocultando una prueba determinante.
- En absoluto. No se trata de un
ejercicio teórico. Le he dicho que Ponchielli cambiará de nombre, pero no le he
dicho que su nuevo nombre será Floid, y que yo soy uno de sus nietos: el
científico. Si Usted presenta la prueba nos habrá condenado a mí y mis hermanos
a no existir.
Nuevamente sentí la tentación de
echar al Señor Floid del despacho, pero felizmente se me ocurrió una solución
que se adecuaba a la petición de amabilidad de mi jefe: Le prometí solemnemente que ocultaría la dichosa
prueba, fuera cual fuese.
- ¿Está seguro? - insistió él.
- Por supuesto. Si yo presentara
la prueba, su abuelo sería condenado, Usted no llegaría a nacer y, por tanto,
no habría podido venir aquí aprovechando las facilidades de la... ¿Agencia
Estatal de Estudios Espacio-Temporales?
El pareció quedar satisfecho y
como agradecimiento me hizo un regalo de poco valor, según él, para que no
pudiera considerarse un soborno: un dólar de plata, acuñado en el año 2090. Era
una pequeña monedita, de alguna aleación plateada que supuse formaría parte de
algún juego de mesa, pero que le agradecí efusivamente, como si realmente
creyera que era lo que él decía.
El Señor Floid se marchó, yo me
guardé el dólar en un bolsillo, y descansé...
... Hasta el 5 de junio siguiente
en que mi jefe me llamó para encargarme el "Caso Ponchielli". Al
parecer, tal como me había dicho un Jack Floid al que casi había olvidado, un
tal Billy Ponchielli había asesinado a su mujer y su amante, desparramando por
todos lados una serie de pruebas que la policía puso a mi disposición. Las estudié
detenidamente y me pareció que todas eran puramente circunstanciales. Sus huellas,
por ejemplo, que aparecían por todas partes, incluida el arma homicida, un cuchillo
jamonero, podían explicarse perfectamente por el solo hecho de que el crimen se
había cometido en su propia casa y que él se consideraba un experto cortador de
jamones desde que, junto a su mujer, hizo un viaje por Europa.
Durante unos días estuve dándole
vueltas a las pruebas, intentando descubrir cuál de ellas podría llegar a
considerarse determinante, no circunstancial, pero finalmente decidí no pensarlo
más, y presentarlas todas, en mi papel de fiscal, como pruebas definitivas. Eso
me permitía, por un lado, no prevaricar, y por otro, no incumplir mi insensata promesa
de no presentar una prueba que yo considerara determinante.
El juicio se celebró por fin en
febrero de 2008 y Billy Ponchielli estuvo varios años en el corredor de la
muerte, aplicándosele finalmente la
inyección letal el 4 de enero de 2015.
Debo añadir que aunque busqué
desesperadamente en todos mis trajes y por todas partes el dólar de plata de
2090, no lo encontré, y lo único que lamento de todo este asunto es que los tres
brillantes nietos de Ponchielli no llegarían a nacer.
Pero, si no van a nacer... ¿quién
me visitó el 2 de marzo de 2006?
No hay comentarios:
Publicar un comentario