domingo, 10 de mayo de 2015

El caso Ponchielli

El fiscal jefe había decidido, con vistas a las próximas elecciones, declarar día de puertas abiertas el 2 de marzo de 2006, con la recomendación especial a todos los empleados de la fiscalía de extremar la amabilidad con los posibles visitantes. El tercero que entró ese día en mi despacho fue un pelirrojo que dijo llamarse Jack Floid y quería pedirme un favor relativo a lo que llamó "el caso Ponchielli".

Le dije amablemente que no sabía nada de ningún caso Ponchielli, pero no le quise decir que, dada mi condición de ayudante del fiscal, la clase de favores que podría hacerle en caso de tener algo que ver con el caso sería bastante limitado.

Él sonrió y me dijo que ya sabía que yo desconocía el caso Ponchielli, ya que los hechos que darían lugar a ese caso solo tendrían lugar tres meses más tarde.

- ¿Debo deducir que se trata de algún tipo de conspiración que se está preparando, y que estallará dentro de tres meses? - pregunté.

- En absoluto. Se trata de un simple caso de asesinato. El Señor Ponchielli descubrirá dentro de tres meses que su mujer le engaña, y la matará junto a su amante.

- ¿Y cómo sabe Usted que eso va a ocurrir?

- Por la misma razón, que le quedará clara si me permite continuar, por la que sé que será Usted quién se encargue de la investigación.

En condiciones normales allí habría terminado mi conversación con el Señor Floid, pero, extremando mi amabilidad, como había pedido el fiscal jefe, decidí dejarle continuar.

Según él todas las pruebas que iba a encontrar eran circunstanciales salvo una, que era determinante para probar la culpabilidad de Ponchielli. Si yo la presentaba, al Señor Ponchielli solo le esperaban unos años en el corredor de la muerte y una inyección letal. Si, por el contrario, yo la ocultaba, el Señor Ponchielli saldría en libertad y, después de cambiar de nombre, se volvería a casar,  tendría un hijo y, años después, tres brillantes nietos. Una nieta, que llegaría a vicepresidenta de la nación, un nieto que llegaría a arzobispo de Nueva York, y otro, científico, que llegaría a presidente de la Agencia Estatal de Estudios Espacio-Temporales.

- Ah, - dije, creyendo comprender - lo que Usted me está proponiendo es un dilema moral teórico en el que yo debo decidir si la vida de los tres brillantes nietos compensa suficientemente el que yo prevarique ocultando una prueba determinante.

- En absoluto. No se trata de un ejercicio teórico. Le he dicho que Ponchielli cambiará de nombre, pero no le he dicho que su nuevo nombre será Floid, y que yo soy uno de sus nietos: el científico. Si Usted presenta la prueba nos habrá condenado a mí y mis hermanos a no existir.  
  
Nuevamente sentí la tentación de echar al Señor Floid del despacho, pero felizmente se me ocurrió una solución que se adecuaba a la petición de amabilidad de mi jefe:  Le prometí solemnemente que ocultaría la dichosa prueba, fuera cual fuese.
       
- ¿Está seguro? - insistió él.

- Por supuesto. Si yo presentara la prueba, su abuelo sería condenado, Usted no llegaría a nacer y, por tanto, no habría podido venir aquí aprovechando las facilidades de la... ¿Agencia Estatal de Estudios Espacio-Temporales?  
  
El pareció quedar satisfecho y como agradecimiento me hizo un regalo de poco valor, según él, para que no pudiera considerarse un soborno: un dólar de plata, acuñado en el año 2090. Era una pequeña monedita, de alguna aleación plateada que supuse formaría parte de algún juego de mesa, pero que le agradecí efusivamente, como si realmente creyera que era lo que él decía.

El Señor Floid se marchó, yo me guardé el dólar en un bolsillo, y descansé...

... Hasta el 5 de junio siguiente en que mi jefe me llamó para encargarme el "Caso Ponchielli". Al parecer, tal como me había dicho un Jack Floid al que casi había olvidado, un tal Billy Ponchielli había asesinado a su mujer y su amante, desparramando por todos lados una serie de pruebas que la policía puso a mi disposición. Las estudié detenidamente y me pareció que todas eran puramente circunstanciales. Sus huellas, por ejemplo, que aparecían por todas partes, incluida el arma homicida, un cuchillo jamonero, podían explicarse perfectamente por el solo hecho de que el crimen se había cometido en su propia casa y que él se consideraba un experto cortador de jamones desde que, junto a su mujer, hizo un viaje por Europa.

Durante unos días estuve dándole vueltas a las pruebas, intentando descubrir cuál de ellas podría llegar a considerarse determinante, no circunstancial, pero finalmente decidí no pensarlo más, y presentarlas todas, en mi papel de fiscal, como pruebas definitivas. Eso me permitía, por un lado, no prevaricar, y por otro, no incumplir mi insensata promesa de no presentar una prueba que yo considerara determinante.

El juicio se celebró por fin en febrero de 2008 y Billy Ponchielli estuvo varios años en el corredor de la muerte, aplicándosele finalmente  la inyección letal el 4 de enero de 2015.

Debo añadir que aunque busqué desesperadamente en todos mis trajes y por todas partes el dólar de plata de 2090, no lo encontré, y lo único que lamento de todo este asunto es que los tres brillantes nietos de Ponchielli no llegarían a nacer.


Pero, si no van a nacer... ¿quién me visitó el 2 de marzo de 2006?  

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