domingo, 5 de abril de 2015

Laberinto - 3 - Una entrevista nocturna

Era ya de noche, pero aún no habían aparecido por el horizonte ni la pálida Celis ni la brillante Ombato. Por eso la figura del silencioso abote, corriendo con su pasajero a lo largo del muro, no era sino una sombra entre las sombras, solo visible al pasar ante una de las pocas puertas abiertas e iluminadas del Laberinto, como la 73 ante la que finalmente se detuvo.

La peluda silueta del abote, de casi tres metros de altura, se fue encogiendo a medida que, en un equilibrio imposible, fue doblando las rodillas hasta quedar sentado en el suelo, con lo que el pasajero pudo bajarse con solo desabrocharse el cinturón de seguridad que le sujetaba al asiento que el abote llevaba en la espalda a modo de mochila.

Espérame aquí, dijo el hombre mientras se ajustaba la capucha y la capa, dejando solo los ojos al descubierto.

El abote contestó con un gruñido de asentimiento, rodeó sus rodillas con los brazos, apoyó la cabeza sobre ellas, y se durmió.

El hombre entró en el Laberinto, tomando el pasillo de la izquierda, se paró ante la puerta de Pipsi Le Fay, dio un par de golpes y, sin esperar respuesta, entró.

Pipsi no se inmutó y no habló hasta terminar de beberse el vaso de leche que temblaba ligeramente en su mano: No son horas para consultas. Vuelva mañana.

El hombre sacó la mano de debajo de la capa y dejó una moneda de cristal sobre la mesa, delante de la vidente. Luego acercó la mano a sus ojos para que viera el anillo que llevaba.

¿Qué significa?, dijo.

Las perlas de Pelasgia son muy sensibles y cambian de color con facilidad.

Lo sé. Cuando detecta odio toma un tinte rosado, cuando detecta envidia, azulado,... Pero nunca había adquirido un color rojo tan intenso. ¿Qué significa?

Detecta muerte. ¿Desea Usted matar a alguien?

No.

Entonces alguien desea matarle a Usted.

¿Quién?

Pipsi se levantó de la mesa, cogió un par de hojas de coca, se sentó en su sillón y comenzó a masticarlas mientras extendía las manos moviendo los dedos para que el encapuchado se las cogiera.

El encapuchado dudó unos instantes, pero al final  puso sus manos sobre las de ella. La vidente empezó entonces a canturrear, aumentando de volumen hasta que, poniendo los ojos en blanco, soltó las manos del hombre y dijo: Un hombre sin sombra.

¿Un hombre sin sombra?... ¿Es todo lo que puede decirme?

Un hombre sin sombra piensa matarle, Eminencia. 

Mientras tanto, Celis había salido e iluminaba con su tenue luz al abote que dormía frente a la puerta 73 soñando sueños de abote: La luz del sol se filtraba entre las verdes hojas de los tángelos, iluminando el amarillo y redondo múfalo que el abote, sentado en el suelo y apoyado en un árbol, había perforado para, echando la cabeza hacia atrás, dejar que le cayera en la boca su sabroso zumo. Cuatro flugines de plumas azules y blanquísimo pico escarbaban entre los pelos de su espalda, su pecho y sus piernas en busca de los pequeños insectos que lo habitaban. ¿Era posible mayor felicidad? Sin embargo no todo iba bien. Había un ruido que el abote no pudo identificar, porque no lo había oído nunca, y que sonaba cada vez con más intensidad, hasta el punto de que los flugines dejaron de espulgarle y huyeron volando. Los corazones del abote comenzaron a latir cada vez con más fuerza hasta que, finalmente, levantó la cabeza, abrió los ojos y vio venir a Su Eminencia Yogros III Vanae, que salía por la puerta 73 y que, dirigiéndose hasta él, se sentó en el asiento que llevaba en la espalda, se abrochó el cinturón de seguridad, y le dijo: Volvamos a Ínguelson. 


El abote se levantó y comenzó a hacer el camino de vuelta corriendo, y olvidando una vez más uno de los recurrentes sueños que había heredado de sus padres. Él no lo sabía, pero seguiría soñando ese sueño hasta que lo completara y averiguara el origen del inquietante ruido.

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