Era ya de noche, pero aún no
habían aparecido por el horizonte ni la pálida Celis ni la brillante Ombato.
Por eso la figura del silencioso abote, corriendo con su pasajero a lo largo
del muro, no era sino una sombra entre las sombras, solo visible al pasar ante
una de las pocas puertas abiertas e iluminadas del Laberinto, como la 73 ante
la que finalmente se detuvo.
La peluda silueta del abote, de
casi tres metros de altura, se fue encogiendo a medida que, en un equilibrio
imposible, fue doblando las rodillas hasta quedar sentado en el suelo, con lo
que el pasajero pudo bajarse con solo desabrocharse el cinturón de seguridad
que le sujetaba al asiento que el abote llevaba en la espalda a modo de mochila.
Espérame aquí, dijo el hombre
mientras se ajustaba la capucha y la capa, dejando solo los ojos al
descubierto.
El abote contestó con un gruñido
de asentimiento, rodeó sus rodillas con los brazos, apoyó la cabeza sobre
ellas, y se durmió.
El hombre entró en el Laberinto,
tomando el pasillo de la izquierda, se paró ante la puerta de Pipsi Le Fay, dio
un par de golpes y, sin esperar respuesta, entró.
Pipsi no se inmutó y no habló
hasta terminar de beberse el vaso de leche que temblaba ligeramente en su mano:
No son horas para consultas. Vuelva mañana.
El hombre sacó la mano de debajo
de la capa y dejó una moneda de cristal sobre la mesa, delante de la vidente.
Luego acercó la mano a sus ojos para que viera el anillo que llevaba.
¿Qué significa?, dijo.
Las perlas de Pelasgia son muy
sensibles y cambian de color con facilidad.
Lo sé. Cuando detecta odio toma
un tinte rosado, cuando detecta envidia, azulado,... Pero nunca había adquirido
un color rojo tan intenso. ¿Qué significa?
Detecta muerte. ¿Desea Usted
matar a alguien?
No.
Entonces alguien desea matarle a
Usted.
¿Quién?
Pipsi se levantó de la mesa,
cogió un par de hojas de coca, se sentó en su sillón y comenzó a masticarlas
mientras extendía las manos moviendo los dedos para que el encapuchado se las
cogiera.
El encapuchado dudó unos
instantes, pero al final puso sus manos
sobre las de ella. La vidente empezó entonces a canturrear, aumentando de
volumen hasta que, poniendo los ojos en blanco, soltó las manos del hombre y
dijo: Un hombre sin sombra.
¿Un hombre sin sombra?... ¿Es
todo lo que puede decirme?
Un hombre sin sombra piensa
matarle, Eminencia.
Mientras tanto, Celis había
salido e iluminaba con su tenue luz al abote que dormía frente a la puerta 73
soñando sueños de abote: La luz del sol se filtraba entre las verdes hojas de
los tángelos, iluminando el amarillo y redondo múfalo que el abote, sentado en
el suelo y apoyado en un árbol, había perforado para, echando la cabeza hacia
atrás, dejar que le cayera en la boca su sabroso zumo. Cuatro flugines de
plumas azules y blanquísimo pico escarbaban entre los pelos de su espalda, su
pecho y sus piernas en busca de los pequeños insectos que lo habitaban. ¿Era
posible mayor felicidad? Sin embargo no todo iba bien. Había un ruido que el
abote no pudo identificar, porque no lo había oído nunca, y que sonaba cada vez
con más intensidad, hasta el punto de que los flugines dejaron de espulgarle y huyeron
volando. Los corazones del abote comenzaron a latir cada vez con más fuerza
hasta que, finalmente, levantó la cabeza, abrió los ojos y vio venir a Su
Eminencia Yogros III Vanae, que salía por la puerta 73 y que, dirigiéndose hasta
él, se sentó en el asiento que llevaba en la espalda, se abrochó el cinturón de
seguridad, y le dijo: Volvamos a Ínguelson.
El abote se levantó y comenzó a
hacer el camino de vuelta corriendo, y olvidando una vez más uno de los
recurrentes sueños que había heredado de sus padres. Él no lo sabía, pero
seguiría soñando ese sueño hasta que lo completara y averiguara el origen del
inquietante ruido.
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