Como no soy nada deportista, no
es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de
las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera
de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber
asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a
examinarme hasta septiembre.
En septiembre me levanté con
cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el
año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el
de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una
gimnasia.
Decidí hacer trampa: pedí a un
compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara
por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo.
Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.
El año siguiente fui a clase el
primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que
habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días
distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se
iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el
engaño.
Cuando se acercaban los exámenes
de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido
las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de
que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era
posible que el examinador fuera otro.
Por desgracia, el nuevo profesor
llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían
asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos
gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se
negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar
a nadie en esas circunstancias.
¿El jefe del departamento de deportes?...
¿Quién era?
Resultó ser el jefe de la policía
motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé
de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.
Le expliqué el caso.
¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo
se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir
aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que
les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese
profesor xxx! Porque, claro ¿cómo me voy
a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...
Qué cosas más raras se hacían en tu tiempo, Florentino. ¿Asignaturas de gimnasia en una carrera de Matemáticas? ¿Que los profesores, en licenciatura, no te examinasen si no ibas a clase?
ResponderEliminarPero, sobre todo, lo de la gimnasia es lo que más me cuesta entender. Aunque fuese "ilegal", creo que hizo bien aquel jefe de policía. La frase dura lex sed lex sólo me vale si es la ley tiene sentido.
Educación Física, Educación Política y Religión. Las tres marías, las llamábamos.
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