Creo recordar que en el ángulo
inferior derecho había un circulito con una G y una E, pero esto quizás sea un
falso recuerdo y la radio no fuera de General Electric. Lo que sí es seguro es
que era americana, como demostraba fehacientemente el enchufe que llevaba. Sus
patillas no eran cilíndricas, sino planas.
El vendedor podría haber cambiado
fácilmente el, en aquellos años, extraño enchufe por uno normal, pero creo que
no lo hizo precisamente para subrayar la americanidad del aparato. Hubiera podido
dotarlo con un cambiador de enchufe de patillas planas a patillas cilíndricas,
pero quizás no existieran todavía. Lo que hizo fue ponerle una alargadera que
por un lado tenía un enchufe normal y por el otro, uno americano. Pero tampoco debía
ser fácil encontrar un enchufe hembra americano, porque este era también macho.
Las patillas de los enchufes
americanos, además de ser planas, tienen una perforación cerca de la punta, por
lo que lo que hizo nuestro ingenioso vendedor fue unir los dos enchufes machos
con alambres, aprovechando los agujeritos.
Mi padre, consciente del peligro
que implicaba el que semejante invento estuviera al aire, nos advirtió
seriamente de que no lo tocáramos, ya que el consiguiente calambrazo podía
causarnos la muerte. No lo arregló de momento porque el cable, invento
incluido, apenas si llegaba al enchufe de pared más próximo, pero aseguró que
lo arreglaría en uno o dos días.
En realidad tardó algo más de una
semana en arreglarlo, ignorando el terrible trauma que se estaba gestando en mi
mente infantil: ¿Qué podía ocurrir si tocaba el enchufe americano? ¿Se me pondrían
los pelos de punta? ¿Se me saldrían los ojos del órbitas? En los tebeos era lo
que ocurría... Mientras oía música o escuchaba hablar en idiomas exóticos
(francés, inglés, "moro",...), mis ojos no se apartaban del par de
enchufes americanos, a la vez deseando y temiendo tocarlos. Estaba realmente
obsesionado.
Hasta que un día en que el cable no
estaba enchufado a la pared, me dije "ahora o nunca". Lo cogí con la
mano derecha y, armándome de un valor inusitado, acerqué lentamente la izquierda a los enchufes hasta tocar con el índice una de las patillas y con el
pulgar, la otra.
Y el maldito enchufe americano me
largó un calambrazo que a poco me deja seco al instante.
Nunca dije a mis padres que lo
había tocado. De hecho, después de setenta años, es la primera vez que cuento este traumático suceso que me ha dejado, como secuela, un profundo respeto por los enchufes. Sobre todo si son americanos.
Me imagino esa curiosidad infantil, basta que te dijeran que no tocaras, para que el hecho se convirtiera en todo un reto a vencer, con el consiguiente calambrazo. Creo que no hay infancia sin uno, y es lógico, es la edad de la exploración que nos lleva al convencimiento de algo...
ResponderEliminarUn abrazo y feliz inicio de semana.
Me imagino la situación: los plomos saltan, los padres llegan corriendo, "hijo, ¿has hecho algo?", y con todos los pelos de punta, el niño responde "¿yo? ¡Qué va!"
ResponderEliminarLos plomos no saltaron: la radio no estaba enchufada.
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