Ante Daniel se elevaba un palacio de cristal cuyas torres eran
como gigantescas estalagmitas formadas por el lento rezumar de la bóveda
celeste. A través de sus paredes, rugosas e irregulares, la luz del interior se
concentraba en miles de minúsculas galaxias que parecían flotar en medio de la
noche. Y ante el palacio se extendía una explanada, iluminada tan solo por la
luz que salía a través del arco sin puerta de su entrada.
Daniel se volvió para contemplar el paisaje nocturno de aquel
insólito lugar. Pero no había casas, ni árboles, ni montes y praderas; ni luna,
ni ríos, ni estrellas. Tan solo había una enorme roca, que flotaba a la
izquierda del palacio, y, aparcado a unos metros de la entrada, lo que parecía el
fuselaje de una avioneta sin alas ni ruedas. Más allá de la explanada solo se veía la negrura del vacío. Era como
si el palacio, en vez de tener sus cimientos en la tierra, colgase de sus
torres, clavadas como agujas en la noche.
Se acercó a la avioneta, observando que el interior de la
carlinga estaba casi lleno de agua. Luego atravesó el arco y penetró en el
palacio. Allí las rugosas paredes exteriores se convertían en lisas superficies
de netas aristas que, como en una catedral gótica, se curvaban al subir y se
cruzaban en el techo. La noche de afuera se convertía dentro del palacio en
luminoso ambiente, creado por el resplandor del mismo aire que contenía.
‑ Ya era hora. ‑ dijo alguien ‑ Has tardado una barbaridad.
Junto a una blanca mesa redonda, balanceándose ligeramente en
un trapecio, descubrió un águila. Y a su lado, subido en un trípode metálico,
un calamar.
‑ Acércate y siéntate con nosotros. ‑ dijo el animal marino.
Daniel se adelantó
automáticamente hacia ellos.
‑ Extraña criatura. ‑ comentó el águila ‑ Nunca vi nada igual.
‑ Se parece a los habitantes de Witowsky, ‑ dijo el calamar – aunque
ellos son grises y tienen mucho más largas las extremidades.
Daniel dirigió una rápida mirada a sus piernas y brazos,
descubriendo que estaba completamente desnudo.
‑ Está cambiando de color. ‑ observó el águila ‑ Se está
tiñendo de rojo.
Daniel, azorado, intentó
sentarse en un taburete, pero este se apartó y se puso a hablar.
‑ En caso de necesidad no tendría inconveniente en que te
sentaras encima de mí, pero habiendo una silla especialmente prevista para bípedos
como tú, creo que es mejor que lo hagas en ella.
Daniel, al sentarse, se apoyó ligeramente en la mesa,
observando con sorpresa que, en el punto en que había puesto la mano, aparecían
una serie de líneas circulares, concéntricas y de un brillante color
anaranjado, que se expandían sobre la mesa y, al retornar desde el otro
extremo, formaban un móvil y complejo diseño que, poco a poco, se fue
debilitando hasta desaparecer por completo, volviendo la mesa a su blancura
primitiva.
La bola de peluche ‑ pues eso pareció a Daniel lo que antes
creyó taburete ‑ extendió sobre su cabeza una varilla metálica en cuyo extremo
brillaba como un zafiro un ojo cristalino con el que podía ver en todas
direcciones al mismo tiempo.
‑ Extraña criatura, ciertamente.‑ confirmó.
‑ Ustedes si que son raros. ‑ Se indignó Daniel ‑ Un calamar,
un águila y un muñeco de peluche hablando y comportándose como seres
racionales. Es el sueño más absurdo que he tenido en mi vida.
E1 águila extendió sus alas como para mantener un equilibrio
que hubiera estado a punto de perder, pudiendo entonces observar Daniel que en
realidad no era un águila: Lo que había creído que eran plumas, eran más bien
hojas entre verdes y grises, entre carnosas y vegetales; lo que había creído
alas, eran ramas flexibles de las que pendían las hojas. Y no tenía dos, sino
muchas, quizás veinte o treinta, unas más largas y otras más cortas. Lo que
había creído patas también era un conjunto de ramas, o tentáculos, o raíces,
que se enroscaban en el trapecio para sujetarse. El cuerpo era como una enorme
e irregular patata en cuya parte superior, unas zonas de coloraciones irisadas
parecían simular los agudos ojos del águila. Quizás incluso tuvieran su
función. Aparentemente no tenía pico, o boca, o lo que correspondiera a esa
especie de animal, o planta.
‑ ¿Necesitas organizar tanto escándalo para comunicarte? ‑
preguntó el águila‑planta una vez recuperada su posición original.
Daniel estaba confuso. El sueño era absurdo, pero
tremendamente real. Se puso a observar al calamar: a decir verdad, él no sabía
exactamente como era un calamar porque no había visto nunca ninguno vivo en su
ambiente natural. Quizás por eso le pareció que, efectivamente, si no se
trataba de un calamar, era de una especie similar. Era bastante grande. La
caperuza, que reposaba sobre el trípode, tendría como medio metro de larga,
mientras que los tentáculos, que se enroscaban en sus patas, bien podían medir
cinco metros. Su piel era blanquecina y viscosa. Pero no; no era un calamar...
junto a sus largos tentáculos, y saliendo también del interior de la caperuza, diez o doce apéndices más pequeños y ligeros terminaban en unas bolitas negras que probablemente eran sus móviles ojos. Además parecía encontrarse perfectamente bien fuera del agua... y hablaba... ¿Hablaba?
‑ Repito. ‑ insistió el águila ‑ ¿Necesitas organizar tanto escándalo para comunicarte?
No, no hablaban. Aquellos seres no hablaban: le transmitían directamente sus pensamientos al cerebro. Daniel se concentró y pensó. Pensó fuertemente, haciendo hincapié en cada silaba:
‑ He di‑cho que Us‑te‑des si que son ra‑ros.
Silencio.
‑ Que Us‑te‑des si que son ra‑ros.
‑ Creo que está intentando comunicarnos algo sin hacer ruido. ‑ dijo el peluche ‑ Estoy captando unas ondas muy curiosas.
‑ Yo no he captado nada. ‑ comentó el calamar ‑ Si está transmitiendo algo, lo hace completamente fuera de mi onda.
‑ Debe ser un retrasado mental. ‑ añadió concluyente el águila.
‑ ¡He dicho que Ustedes si que son raros! ‑ gritó Daniel, ofendido por el insulto del águila.
‑ Eso ya lo habíamos entendido antes, a pesar del ruido. ‑ dijo el águila ‑ Lo que no hemos entendido es lo del calamar, el águila, el peluche, los seres racionales y el sueño. A1 menos yo no lo he entendido.
‑ Está claro que calamar, águila y peluche son los nombres que él nos da a nosotros. ‑ explicó el peluche ‑ Lo de los seres racionales y lo del sueño tampoco yo lo he comprendido.
‑ Seres racionales debe querer decir seres que actúan movidos por los resultados de un raciocinio de tipo lógico. Lo más próximo a eso debes de ser tú, ‑ el calamar se refería al peluche ‑ con todos los circuitos ultra‑rápidos que te hacen actuar de acuerdo con la información que captan tus sensores. Nosotros, y evidentemente también él, tenemos muy poco de racionales. Si cada vez que tuviéramos que actuar hubiéramos de hacer un raciocinio de tipo lógico, hace tiempo que se habrían extinguido nuestras especies. En cuanto al sueño, ‑ y ahora se dirigió a Daniel ‑ ¿Puedes explicarnos qué es lo qué es?
‑ Yo ahora estoy soñando. ‑ dijo Daniel ‑ Anoche me acosté para dormir, y ahora estoy soñando con Ustedes. Es decir, que Ustedes no son más que un producto de mi imaginación. Ustedes no existen fuera de mí y, cuando me despierte, habrán dejado de existir.
‑ Fantástico. Nosotros, un producto de su imaginación. ‑ dijo el águila, recalcando la palabra "su" ‑ Bien. Hagamos un razonamiento lógico, de esos que tanto parecen gustarle. Si somos lo que dices, haz que mis hojas se vuelvan rojas. Si no puedes hacerlo, evidentemente no somos un producto de tu imaginación.
‑ Naturalmente que no puedo hacerlo. ‑ protestó Daniel ‑ Estoy soñando. Y soñando no puedo controlar a mi imaginación. Más bien es ella la que me controla a mí y hace que me ocurran las cosas más inesperadas.
‑ Más fantástico aún. ‑ el águila insistió con ironía ‑ En ese caso tú eres un producto de tu propia imaginación, lo cual es absurdo. Y por otra parte, si tu imaginación te controla a ti al igual que crees que nos controla a nosotros, ¿por qué razonamiento lógico llegas a la conclusión de que tú existes y nosotros no?
‑ Porque cuando estoy despierto, yo sigo existiendo, y Ustedes, no.
‑ Puedo asegurarte que nosotros existíamos bastante antes de que tú nos vieras.
‑ Creo que entiendo un poco lo que ocurre. ‑ dijo el peluche ‑ Yo no duermo nunca. Actúo o no actúo, pero no puede decirse propiamente que duerma. Tú reposas. ‑ dijo dirigiéndose al águila ‑ Inhibes parcialmente tu actividad, aunque no dejas de estar atento a lo que ocurre a tu alrededor. Tú duermes. ‑ ahora se dirigía al calamar ‑ Salvo en lo que se refiere a tu metabolismo, que sigue funcionando a un nivel más bajo, tú si inhibes totalmente tu actividad. En cuanto a ti, ‑ ahora hablaba a Daniel ‑ debes ser un caso intermedio. Los circuitos que activan tu imaginación deben quedar sin inhibir, quedando inhibidos sin embargo los que los controlan. Eso debe de ser soñar...
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Nota añadida el 8 de Febrero de 2017
No estoy muy seguro de que un blog sea el sitio adecuado para publicar una novela, pero como sospechaba que ninguna editorial estaría dispuesta a editar esta, la publiqué aquí, a razón de lo que serían unas tres páginas cada quince días. Ahora he puesto un enlace en la entrada del 8 de Febrero de 2017 para que, a quién le haya gustado este trozo, pueda leerla sin la incomodidad de tener que bajarla trocito a trocito.
Por aquí estaremos leyéndolo,un abrazo, amigo Floren
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