Cerca de la
comisaría hay un bar que, cuando hace un día soleado, pone unas pocas mesas en
la acera, junto a la puerta, incluso en pleno invierno.
Aquel día,
además de mí, estaba tomando un café otro hombre, en el que no me habría fijado
si no tuviera un helicóptero de juguete, bastante grande, sobre la mesa.
Casi me daba
la espalda, y miraba de vez en cuando hacia la acera de enfrente, a donde daban
los jardines de un colegio público, separados de la calle por una alta verja.
Los niños, de
unos cuatro o cinco años, llevaban ya un rato jugando en el jardín cuando el
hombre del helicóptero lo puso en marcha y, con un mando a distancia, hizo que
se elevara en el aire y se dirigiera hacia el colegio, pasando por encima de la
verja, y provocando que todos los niños se pusieran debajo y pegaran saltos
intentado alcanzarlo.
-¿Qué hace? – le pregunté un poco alarmado.
El helicóptero
hizo un movimiento raro, seguramente debido a que el hombre se había
sobresaltado, pero inmediatamente, recuperado el control, volvió a levantarse
por encima de la verja y regresó a la mesa del café.
Toda la
chiquillería se arracimó en la verja para ver a donde se dirigía el
helicóptero.
-Es el
cumpleaños de mi hijo. - me dijo el hombre volviéndose hacia mí – El helicóptero
es para él, y he querido darle una sorpresa.
Se volvió
hacia el colegio. Un par de niños continuaba en la verja, mirándonos. El hombre
les envió un saludo con la mano, y uno de ellos se lo devolvió.
El hombre dejó
un billete sobre la mesa, cogió el helicóptero y el mando, y se marchó.
Los niños
habían entrado en clase y ya no estaban en el jardín.
Pensé que un
helicóptero de ese tamaño, con mando a distacia, no era muy apropiado para un
niño de cuatro años. Aunque, claro, sería el padre el que lo manejaría más que
el niño. Pero ¿no se había puesto demasiado nervioso cuando le pregunté que qué
hacía?... ¿Y si no era el padre del niño? Al fin y al cabo, después de la
demostración del helicóptero, cualquier niño le habría devuelto el saludo
aunque no fuera su hijo.
Probablemente
el asunto no tenía la menor importancia, pero no me quedé tranquilo. Me dirigí
al colegio y entré en la secretaría.
-¿Puede
decirme si hoy es el cumpleaños de alguno de los niños que estaban hace un
momento en el jardín?
La señorita
que atendía la secretaría me miró con ojos escrutadores.
-Soy inspector
de policía…
-Son niños
pequeños … ¿Qué han hecho?
-Nononó. No
han hecho nada. Únicamente quiero saber si hoy era el cumpleaños de alguno de
ellos.
La señorita
secretaria tecleó algo en el ordenador. Miró la pantalla. Volvió a teclear
varias veces y, al final, me dijo:
-No. Ni en
preescolar, ni entre los mayores… Uno cumple años mañana… Lo habrá celebrado
hoy con sus compañeros: Mañana es fiesta.
No quedé muy
satisfecho, pero decidí dejar el asunto, aunque no sin pedir a la secretaria
que, si ocurría algo raro con los niños de preescolar, se pasara por la
comisaría para decírmelo.
-Algo raro…
¿Cómo qué?
-No sé,… algo
raro… Que dejen de venir muchos a clase por enfermedad, por ejemplo.
Una semana más
tarde la secretaria no se había pasado por la comisaría, así que decidí hacerle
una visita. Y ya me marchaba, después de que ella me asegurara que no había
pasado nada, cuando me dijo:
Ya está solucionado el problema. Controlaremos a todos los helicópteros que sobrevuelen nuestras cabezas.
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