No busquéis en ningún plano la Muy
Noble y Leal Villa de Mausenhöhle. No la encontraréis. Su existencia, puesta en
duda por muchos especialistas, solo es conocida porque se menciona en el Códice
Severino, conservado a buen recaudo en la biblioteca de libros prohibidos del Vaticano. Por este códice sabemos que Mausenhöhle
se levantaba en un recóndito recodo de un humilde afluente del Danubio, y que en
su escudo de armas figuraban tres ratones
rampantes sobre fondo de gules. También sabemos que su fin llegó cuando el
humilde afluente del Danubio, henchido de lluvia y soberbia, arrasó furioso
Mausenhöhle, y que su nombre y su escudo se deben a que pocos años antes de que
las carabelas de Colón introdujeran en América los primeros ratones, la
villa sufrió una invasión de ratones
flautistas.
Es un misterio la procedencia de
los ratones flautistas, y su afición por las flautas. Eran flautas fáciles de tocar, ya que, al ser muy pequeñas, solo contaban con
un agujero y, por tanto, solo emitían una única nota. Debido
a su rudimentario método de fabricación, unas eran más cortas y otras más
largas, unas más gruesas y otras más delgadas, con el resultado de que raro era
el par de flautas que producían la misma nota. Por ello, cuando los ratones
flautistas decidían lucir sus habilidades, el consiguiente guirigay resultaba
insoportable incluso para los oídos más sordos. Tanto más para los muy educados
musicalmente de la pelirroja hija del Bürgermeister de Mausenhölhle, Fräulein
Elisabetta von Rotkopf, que era capaz de interpretar magistralmente en su
clavicordio el Para Elisa de Beethoven.
El que Fräulein Elisabetta fuera
capaz de interpretar el Para Elisa trescientos años antes del nacimiento de su autor es uno de los motivos, aunque no el más importante, por los que el
Códice Severino se encuentra entre los libros prohibidos por el Vaticano.
La buena gente de Mausenhöhle se
dio pronto cuenta de que, cuando Fraülein Elisabetta tocaba el clavicordio, los
ratones permanecían callados, mientras que, cuando era otra
persona quién tocaba ese o cualquier otro instrumento, redoblaban su algarabía. No es de extrañar que la buena gente de
Mausenhöhle dedujera que Fraülein Elisabetta era medio bruja, si se añade a esto su roja cabellera. Pero, como era
hija del Bürgermeister, se limitaron a pedirle amablemente que enseñara música a
los ratones.
Fraülein Elisabetta comenzó por
colocar trocitos de queso alrededor del clavicordio cuando se disponía a
tocarlo, consiguiendo que los ratones acudieran en masa a disfrutar del Para
Elisa y del queso. Pero eso fue todo. Para desesperación de Fraülein Elisabetta,
de su padre y de la buena gente de Mausenhöhle no hubo manera de que los
ratones aprendieran a interpretar juntos un simple acorde.
Hasta que una mañana, todo
Mausenhöhle despertó maravillado con la bellísima música que interpretaba una
increíble orquesta de flautas. Los ratones habían desaparecido. Los intérpretes
eran un nutrido grupo de niños.
Fraülein Elisabetta insistió en
que alguien se había llevado a los ratones, traído a los niños y enseñado a tocar la
flauta por el camino. Nadie la creyó, por supuesto, pero como era hija del
Bürgermeister, se limitaron a acoger a los niños en sus hogares. La historia tuvo un final feliz ya que, bien instruidos por Fraülein
Elisabetta, los niños terminaron siendo excelentes intérpretes en las mejores
orquestas de centroeuropa.
No obstante, el Códice Severino
fue considerado herético por el Vaticano, ya que inducía a creer que mediante
artes diabólicas podían crearse seres humanos que en manera alguna podían
descender de Adán y Eva.
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