Mi amigo Klaus (ver Primeros meses en Italia) es uno
de los hombres más afortunados que he conocido jamás. Sea por su claridad de
ideas o por puro azar, siempre se lleva en todo la mejor parte.
Vivimos durante una
temporada en el "palazzo di Reno", así llamado por ser el único edificio
moderno de Reno di Leggiuno con más de dos plantas. La planta baja estaba
ocupada por los servicios comunes y por garajes individuales. Una rampa exterior en espiral ("lo scivolo" = el
tobogán), altamente peligroso en invierno, conducía a la entrada del edificio, situada
en el primer piso.
Reno visto desde mi
ventana, con "lo scivolo" en primer término
Nuestros apartamentos
eran idénticos, aunque el mío estaba en la primea planta y el suyo justo
encima, en la segunda, con las evidentes ventajas que esto le reportaba. Y
nuestros garajes estaban uno junto a otro en el lateral izquierdo del edificio,
aunque, por supuesto, la maniobra que había que hacer para entrar en el suyo
era mucho más simple que la que había que hacer para entrar en el mío.
Cuando se compró un
equipo de alta fidelidad, tuvo la suerte de encontrar en Alemania un experto
vendedor que le aconsejó tan acertadamente, que era evidente que ningún equipo
de menor precio podía alcanzar la calidad del suyo, mientras que cualquier otro
equipo, por caro que fuera, era imposible que la mejorara.
Entre semana comíamos
en "la mensa" (la cantina del Centro Común de Investigación del Euratom).
Klaus, provisto de una vista inmejorable, me dijo en varias ocasiones que una
chica le estaba mirando. Yo, por más que aguzara la vista, no era capaz de
distinguir si la chica, que comía en el otro extremo de la mensa, le miraba a
él, a mí o al vecino de la mesa de al lado.
Pero Klaus tenía
razón y unos meses después se casó con Annette y tuvieron una hija, Sandra, de
la que tuve el honor de ser padrino de bautizo.
Klaus es ateo pero,
dando muestra de una enorme finura de pensamiento, decidió bautizarla. Según
él, era muy difícil que un ateo se hiciera creyente, mientras que para un
creyente era muy fácil volverse ateo. Bautizándola conseguía que, cuando fuera
mayor, tuviera más libertad para escoger si quería ser atea o creyente.
Un día antes de un
viaje a Alemania, me pidió que le acompañara a la orilla del lago Mayor para
coger un poco de arena. Bajamos con el oche y, para mi sorpresa, empezó a
llenar de arena cajas y cajas con ayuda de una pala. Alguien me había dicho que
la arena del lago era estupenda para dejar reluciente la vajilla, pero, a menos
que pensara venderla en un mercadillo, no
se me ocurría para que querría llevarse tanta. Así que finalmente le
pregunté para que la quería. "Es que en Alemania no hay límite de
velocidad en las autopistas. Con las cajas llenas de arena consigo que el coche
pese más, se agarre mejor al asfalto, y pueda correr más. Esto me lo enseñó mi
padre. Él lo llevaba siempre cargado de ladrillos, hasta que una vez, en un
frenazo, un ladrillo salió disparado hacia delante, le dio en la nuca y por
poco le mata".
Hace unos días he
vuelto a verlo con motivo del cincuenta aniversario de la creación de la OCDE-ENEA
Computer Programme Library, y me ha dicho que además de haber tenido su primera
hija cuatro años antes de que yo tuviera la mía, tuvo la segunda (y última)
suya dos años después de que yo tuviera la última mía. O sea, que en esto
también me gana.
Klaus A. Hey fotografiado el 4-sept-2015 por Juan Manuel Galán
"mis batallitas" no me parece una buena etiqueta, porque las batallitas se hacen pasadas y adormecedoras, y esta historia, nada de eso. Me alegro por Klaus ;)
ResponderEliminar