Hace un calor sofocante. Son casi las
doce de la noche y hace un calor sofocante.
He abierto todas las puertas y ventanas
para ver si corre un poco de aire y refresca, pero sigue haciendo un calor
sofocante.
Me levanto y me asomo a la ventana. No se
ve la silueta de la Sierra Blanca recortada contra el cielo. El calor ha hecho
que una espesa niebla se levante del mar y no deje ver ni siquiera las luces de
las urbanizaciones que escalan las faldas de La Concha. Lo único que veo es el
resplandor de las farolas de la calle, cada vez más pálidas a medida que la
calle se aleja cuesta abajo.
Ni siquiera se ven las luces de la
pizzería del final de la calle. Quizás hayan cerrado ya. Quizás no hayan
abierto.
Vuelvo a la cama. Únicamente veo un leve
resplandor en el cuadrado de la ventana, insuficiente para distinguir los
ángulos entre las paredes y el techo.
La niebla ha entrado en la habitación.
A la niebla se une el silencio. No se oye
pasar ningún coche por la calle. Y tampoco pasa el motorista que todas las
noches aprovecha la cuesta de la calle para dar un sonoro acelerón. Pero es
lógico. ¿Quién va a salir con esta niebla?
Doy un par de vueltas en la cama, pero
finalmente me levanto. Encuentro insufrible este silencio. Enciendo la radio.
No se oye nada. Subo el volumen. Silencio. El dial está en el 98'1, Radio
Clásica, pero no se oye nada.
Giro el selector de frecuencias. Nada. No
se oye nada. Ni siquiera el ruido blanco de la estática.
Estoy a punto de gritar, pero no lo hago.
Tengo miedo. ¿Y si grito y no me oigo gritar?
"El terror del silencio". Curiosamente, es el título de un cuento que escribí y me publicaron en unos certámenes literarios en mi ciudad.
ResponderEliminar"Son casi las doce de la noche y hace un calor sofocante." Córdoba, una noche de verano cualquiera.