Julia Solar, rubia pero de tez
morena, trabajaba con su padre en una pequeña empresa de turismo local y
pilotaba un globo aerostático rojo y
azul con el que a menudo sobrevolaba el Laberinto de las Mil Puertas para que
los turistas pudieran admirar las enormes dimensiones del edificio, un círculo
de unos seis kilómetros de diámetro, con solo ciento veinte puertas exteriores,
a pesar del nombre, de las que solo dieciseis estaban abiertas.
Desde el aire podía verse su plana superficie superior, y en ella, espaciados regularmente en círculos concéntricos, una gran cantidad de patios, también circulares, de unos tres metros de diámetro. También se veía desde el aire que en las paredes de esos patios había ventanas circulares, pero ni a Julia ni a nadie se le había ocurrido entrar por allí en el Laberinto. Hasta que las vio Bohú Drak.
Bohú Drak, hijo de un comerciante de Preshko, había ido por primera
vez a Arturonova en la caravana que anualmente recorría medio planeta para
intercambiar las especias, los cereales y las conservas vegetales de su fértil
región por productos elaborados de la antigua capital del imperio. Su misión
era ir conociendo las distintas facetas del negocio familiar, pero nadie que
visitara Arturonova dejaba de acercarse al Laberinto, aunque pocos se
atrevieran a adentrarse por él más allá del primer pasillo. Bohú Drak había
entrado en él, guiado por Julia, por la puerta 24 y, cuando vio desde el globo las ventanas
circulares de los patios pensó que también por allí se podría entrar.
¿Entrar por allí en el
Laberinto?, se sorprendió ella. Es una locura. Es peligroso adentrarse en el
Laberinto, incluso por los pasillos iluminados y señalizados. Lo he sobrevolado
alguna vez al atardecer, casi de noche,
y no he visto nunca luz en ninguno de esos huecos.
Pero es posible que se pueda
entrar, respondió él. Y le alquiló el globo para dos días después, por la
mañana.
¿Y cómo piensa bajar hasta las
ventanas?
Con una escala de cuerda.
La superficie del Laberinto es completamente
lisa. ¿Dónde va a anclarla?
Tendré que sujetarla a la
barquilla del globo. Y Usted tendrá que encargarse, controlando el quemador, de
que ni se desinfle ni despegue.
Fue así como unos días antes de que
Olivia encontrase trabajo con Crowell John, Julia Solar y Bohú Drak
se habían posado a primera hora de la mañana cerca de uno de los patios.
Bohú bajó por la escala hasta
llegar al primer agujero circular, de algo más de un metro de diámetro. Pero no
era una ventana. Era un corto túnel de fondo semiesférico del que, a ambos
lados, salían a intervalos regulares nuevos túneles más pequeños. De unos
treinta centímetros, calculó Bohú.
Tanto los bordes superiores del
patio, como los de entrada en los túneles grandes y pequeños, eran curvos y perfectamente
lisos. Encendió un mechero para ver el
interior de los pequeños, observando que a lo largo de ellos se abrían nuevos
conductos, esta vez de no más de un centímetro de diámetro.
Pero lo que le llamó la atención
fue que el humo del mechero, al llegar a la parte superior del túnel, se
adhería a su superficie y bajaba por las curvas paredes, como si fuera un hilo
de agua sucia, hasta introducirse
finalmente por uno de los túneles pequeños. Intentó mirar dentro de él, pero el
hueco de entrada se contrajo rápidamente de tamaño hasta desaparecer, quedando
a la vista tan solo una especie de ombligo sobre el que se fue primero acumulando
el humo, para desaparecer después disuelto en el aire circundante.
Apagó el mechero y se dispuso a
desandar, a gatas y de espalda, el
camino andado. Se dio cuenta entonces de que, a pesar de que al entrar el suelo
le había parecido un poco resbaladizo, al ir hacia atrás no podía deslizar las
rodillas y las manos, teniendo que levantarlas para cambiarlas de posición.
Después de salir del túnel, bajó
unos metros más por la escala hasta convencerse de que todas las supuestas
ventanas eran similares a la primera. Además comprobó que el patio tenía una
profundidad de al menos el doble de la
altura del Laberinto.
Subió por la escala hasta donde
estaba el globo. Pensó acercarse a otros patios para comprobar si eran iguales,
pero rechazó la idea, seguro de que lo eran.
No son ventanas, comentó a Bohú. No
sé que son, pero por aquí no se puede entrar.
Julia suspiró aliviada. No le
habría gustado que le pidieran responsabilidades por haber llevado hasta allí a
un turista y que hubiera desaparecido en el Laberinto.
Bohú retiró la escala y, ante la
sorpresa de Julia, la acercó al quemador del globo y le prendió fuego en varios
puntos. Luego la arrojó al patio envuelta en humo y llamas. En solo un par de
segundos todos los túneles que daban al patio comenzaron a encogerse hasta
desaparecer, lo mismo que la propia abertura del patio, dejando tan solo un
pequeño ombligo en la lisa superficie superior del Laberinto.
¡Está vivo!, gritó Julia, que
accionó el quemador para que el globo se elevase lo más rápido posible.
Lo parece, contestó Bohú, pero en
unos minutos el patio se abrirá de nuevo como si nada hubiera ocurrido... Es
una lástima que tantos conocimientos se hayan proscrito durante los años
oscuros.
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