viernes, 6 de marzo de 2015

Laberinto - 2 - Una excursión en globo

Julia Solar, rubia pero de tez morena, trabajaba con su padre en una pequeña empresa de turismo local y pilotaba un  globo aerostático rojo y azul con el que a menudo sobrevolaba el Laberinto de las Mil Puertas para que los turistas pudieran admirar las enormes dimensiones del edificio, un círculo de unos seis kilómetros de diámetro, con solo ciento veinte puertas exteriores, a pesar del nombre, de las que solo dieciseis estaban abiertas. 

Desde el aire podía verse su  plana superficie superior, y en ella, espaciados regularmente en círculos concéntricos, una gran cantidad de patios, también circulares, de unos tres metros de diámetro. También se veía desde el aire que en las paredes de esos patios había ventanas circulares, pero ni a Julia ni a nadie se le había ocurrido entrar por allí en el Laberinto. Hasta que las vio Bohú Drak.

Bohú Drak, hijo de un  comerciante de Preshko, había ido por primera vez a Arturonova en la caravana que anualmente recorría medio planeta para intercambiar las especias, los cereales y las conservas vegetales de su fértil región por productos elaborados de la antigua capital del imperio. Su misión era ir conociendo las distintas facetas del negocio familiar, pero nadie que visitara Arturonova dejaba de acercarse al Laberinto, aunque pocos se atrevieran a adentrarse por él más allá del primer pasillo. Bohú Drak había entrado en él, guiado por Julia, por la puerta 24 y, cuando vio desde el globo las ventanas circulares de los patios pensó que también por allí se podría entrar.

¿Entrar por allí en el Laberinto?, se sorprendió ella. Es una locura. Es peligroso adentrarse en el Laberinto, incluso por los pasillos iluminados y señalizados. Lo he sobrevolado alguna vez  al atardecer, casi de noche, y no he visto nunca luz en ninguno de esos huecos.

Pero es posible que se pueda entrar, respondió él. Y le alquiló el globo para dos días después, por la mañana.

¿Y cómo piensa bajar hasta las ventanas?

Con una escala de cuerda.

La superficie del Laberinto es completamente lisa. ¿Dónde va a anclarla?

Tendré que sujetarla a la barquilla del globo. Y Usted tendrá que encargarse, controlando el quemador, de que ni se desinfle ni despegue.

Fue así como unos días  antes de que Olivia encontrase trabajo con Crowell John, Julia Solar y   Bohú Drak se habían posado a primera hora de la mañana cerca de uno de los patios. 

Bohú bajó por la escala hasta llegar al primer agujero circular, de algo más de un metro de diámetro. Pero no era una ventana. Era un corto túnel de fondo semiesférico del que, a ambos lados, salían a intervalos regulares nuevos túneles más pequeños. De unos treinta centímetros, calculó Bohú.

Tanto los bordes superiores del patio, como los de entrada en los túneles grandes y pequeños, eran curvos y perfectamente lisos. Encendió un mechero para  ver el interior de los pequeños, observando que a lo largo de ellos se abrían nuevos conductos, esta vez de no más de un centímetro de diámetro. 

Pero lo que le llamó la atención fue que el humo del mechero, al llegar a la parte superior del túnel, se adhería a su superficie y bajaba por las curvas paredes, como si fuera un hilo de agua sucia,  hasta introducirse finalmente por uno de los túneles pequeños. Intentó mirar dentro de él, pero el hueco de entrada se contrajo rápidamente de tamaño hasta desaparecer, quedando a la vista tan solo una especie de ombligo sobre el que se fue primero acumulando el humo, para desaparecer después disuelto en el aire circundante.

Apagó el mechero y se dispuso a desandar, a gatas y de espalda,  el camino andado. Se dio cuenta entonces de que, a pesar de que al entrar el suelo le había parecido un poco resbaladizo, al ir hacia atrás no podía deslizar las rodillas y las manos, teniendo que levantarlas para cambiarlas de posición.

Después de salir del túnel, bajó unos metros más por la escala hasta convencerse de que todas las supuestas ventanas eran similares a la primera. Además comprobó que el patio tenía una profundidad  de al menos el doble de la altura del Laberinto. 
   
Subió por la escala hasta donde estaba el globo. Pensó acercarse a otros patios para comprobar si eran iguales, pero rechazó la idea, seguro de que lo eran.

No son ventanas, comentó a Bohú. No sé que son, pero por aquí no se puede entrar. 

Julia suspiró aliviada. No le habría gustado que le pidieran responsabilidades por haber llevado hasta allí a un turista y que hubiera desaparecido en el Laberinto. 

Bohú retiró la escala y, ante la sorpresa de Julia, la acercó al quemador del globo y le prendió fuego en varios puntos. Luego la arrojó al patio envuelta en humo y llamas. En solo un par de segundos todos los túneles que daban al patio comenzaron a encogerse hasta desaparecer, lo mismo que la propia abertura del patio, dejando tan solo un pequeño ombligo en la lisa superficie superior del Laberinto.

¡Está vivo!, gritó Julia, que accionó el quemador para que el globo se elevase lo más rápido posible.

Lo parece, contestó Bohú, pero en unos minutos el patio se abrirá de nuevo como si nada hubiera ocurrido... Es una lástima que tantos conocimientos se hayan proscrito durante los años oscuros.

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