A Teresa se le iluminó el rostro
cuando vio la cifra que marcaba la báscula: 71. ¡Setenta y un kilos! ¡Había
perdido nueve kilos en una semana!
Se palpó la tripa ilusionada.
Tendría que darse un garbeo por Serrano en busca de ropa adecuada a su nueva
talla.
Se alzó los pechos con las manos
y se volvió hacia el espejo para admirar
su nueva figura, pero un leve temor la invadió: Había perdido peso, pero no
parecía que hubiese perdido cintura.
Abrió el armario y sacó una falda,
que guardaba de épocas mejores, con la ilusión de que algún día podría volver a
ponérsela. Consiguió subirla hasta la cintura, pero casi se queda sin
aliento al encoger la barriga para cerrar la cremallera.
Bueno, pensó, tendré que
adelgazar más. Pero no hay duda de que el método Flashgood funciona. ¡Nueve
kilos en la primera semana!
Se vistió, se tomó la aceituna
rellena de anchoa mientras contemplaba
un bote de cristal lleno de deliciosos espárragos, cómo recomendaba el método, entre físico
y psicológico, para el desayuno y, rebosando felicidad, se fue a la
oficina en la que trabajaba como secretaria.
No dijo nada, pero, cuando se fue
con Rosa a comer, decidió saltarse por una vez el menú del régimen semanal y,
además de la sopa de rabo de toro que tocaba los jueves, pidió una ensalada de
lechuga.
- ¿Pero no estaba prohibida la
lechuga en el método Flashgood? - inquirió Rosa sorprendida.
- Nueve kilos. Nueve kilos he
adelgazado en una semana. ¿No me merezco un premio?
- ¿Nueve kilos? ¿Estás segura?
Teresa estaba segura, pero,
cuando volvió a casa para quitarse el traje, volvió a pesarse. 70. ¡Un kilo en
menos de doce horas! Casi se desmaya de la emoción. El método Flashgood
recomendaba no pesarse más de una vez por semana, aduciendo que las pequeñas
variaciones diarias podían deberse a haber hecho un "tránsito" (?)
rápido o a no haberlo hecho, induciendo a falsas ilusiones o desilusiones nefandas. Se prometió no pesarse hasta pasar una semana y, poniéndose un chándal,
se dirigió a la cercana franquicia de Flashgood para someterse a las
preceptivas sesiones de ultrasonidos, microondas, ondas magnéticas y toda la
parafernalia de aparatos que justificaban el elevado precio del método, y que
Teresa, vistos los resultados, no dudaba en calificar como adecuado.
Y una semana más tarde Teresa
volvió a pesarse.
¡60! Teresa, entre incrédula e
ilusionada, no podía apartar la vista del número que le mostraba la báscula. Se volvió hacia el espejo, pero lo
que vio le quitó la ilusión, dejándola simplemente incrédula. Si: puede que las
cartucheras fueran un poco menos prominentes, pero nada más. Eso no podía
justificar una pérdida de veinte kilos.
Se sentó en la cama y meditó.
Solo podía haber una explicación: la pila de la báscula se estaba agotando. En
realidad no había adelgazado nada. ¡Nada! La báscula no funcionaba
correctamente. Y lloró. Desconsoladamente, lloró.
Se vistió. Desayunó las cinco aceitunas rellenas de anchoa que quedaban en la lata, y luego abrió el bote de espárragos y se tragó sin más aliño los seis que contenía... ¡A la
porra con Flashgood y sus métodos!
Luego, antes de ir a la oficina,
se acercó a la franquicia, decidida a rescindir el contrato y a que le
devolvieran el dinero. Pero se llevó una sorpresa: la franquicia estaba
clausurada por orden gubernativa.
- ¿Te encuentras bien? - le
preguntó Rosa en cuanto entró en la oficina.
- Destrozada. Me estaba haciendo
la ilusión de que estaba perdiendo peso... veinte kilos menos, pero nada...
- ¿Pero no te has enterado de lo
de Flashgood?
- He visto que lo han cerrado por
orden gubernativa.
- Salió anoche en las noticias.
Ha habido casos en todo el mundo: en Inglaterra, en Francia, en Estados
Unidos... Sobre todo en Estados Unidos: veinte personas tratadas con el método
Flashgood fueron perdiendo peso, perdiendo peso... No masa, solo peso... Hasta
que, al pesar menos que el aire, comenzaron a elevarse como globos. A la mayor parte, por
fortuna, les ocurrió por la noche, y amanecieron en el techo de su dormitorio. A
una jequesa de Dubai la empujó el viento hasta la torre Burj Khalifa y tuvo la suerte de poder agarrarse de la antena que la corona... En la india, una turista inglesa ascendió hasta el techo de un templo. Aterrorizada, gritaba tanto que la consideraron una
reencarnación de Kali, y se organizaron largas colas
para llevarle ofrendas... Otras aún flotan a gran altura y se están organizando expediciones de especialistas en caída libre para rescatarlas...
Las tonterías que hacemos para adelgazar, bonito relato
ResponderEliminarAmigo, Flo, un cuento muy apropiado para estos tiempos navideños, en los que parece que tenemos que comer por ley, TODO, lo que nos ofrezcan o vendan, y luego en enero, las culpas y a llenarle los bolsillos a todos estos Flashgood, que crecen como setas...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Flashgood, o cómo usar la ciencia ficción para tratar temas sociales como la anorexia y las dietas milagro
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