Solamente he actuado una vez como
perito informático para un juez:
Habían asesinado a un traficante
de drogas homosexual, y el juez había enviado un apremio a todos los bancos
para que le informaran de si el muerto tenía alguna cuenta en ellos. Entre otras,
recibió una carta de una sucursal de un importante banco nacional, al que
llamaremos Banco X, diciendo que el interfecto tenía allí tres cuentas, de las
que daba sus números.
El juez pidió entonces al banco
que le enviara el detalle de esas cuentas en una serie de años, pero el banco
contestó que esas cuentas no existían, ni ninguna otra a nombre del muerto, y
que, aunque el papel de la carta y el sello de la sucursal eran auténticos, la
persona que la firmaba no era, ni había sido nunca, un empleado del banco.
El juez tenía la sospecha de que
las cuentas habían existido, pero que el banco las había borrado para no ver su
nombre envuelto en problemas de drogas y homosexualidad. También sospechaba que
al empleado que escribió la nota le habían trasladado, y que tanto a él como al
resto del personal de la sucursal se les había dado una paga extra para que
tuvieran la boca cerrada.
Y allí me vi, trasteando con los ordenadores centrales
y los archivos del Banco X, convencido, por otra parte, de que si el banco
había borrado las cuentas, difícilmente iba yo a encontrarlas. Y si realmente
no habían existido nunca ¿cómo podría demostrarlo?
Afortunadamente, lo primero que
se me ocurrió fue pedir la fórmula con la que se calculaban los dígitos de control
que incluyen las cuentas, un par de cifras que se calculan a partir del resto
de las cifras de la cuenta. Comprobé entonces que solo una de las tres tenía
los dígitos correctos. Así que le dije al juez que, en mi opinión, esas cuentas no habían existido nunca, y que,
aunque el que había escrito la carta debía ser empleado de la sucursal, ya que
el papel y el sello eran auténticos, había acertado los dígitos en una por
casualidad o, conociendo la fórmula, se había equivocado al aplicarla a las
otras dos.
Al juez no le gustó nada mi
conclusión, porque tenía unas ganas
tremendas de meterle un buen puro al Banco X. Dijo que el empleado también se
podría haber equivocado al copiar en la carta los números de las cuentas. Le
expliqué que para que salieran esos dígitos de control tenía que haberse
equivocado en al menos dos cifras en cada una de las dos cuentas, lo cual me
parecía muy poco probable, sobre todo en un empleado de banca.
Más tarde me enteré de que, al
parecer, la carta la había escrito, con nombre falso, un antiguo empleado que había tenido problemas
con el director de la sucursal y había sido expulsado. Había encontrado trabajo
en otra entidad bancaria, pero se había llevado un sello y papel de la sucursal,
decidido a vengarse.
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