Al primer fragmento de los papiros de Schimatari, traducido
por el Doctor Papadopoulos, le faltan unas primeras líneas, tan deterioradas
que solo ha sido posible recuperar un par de palabras, insuficientes para
descifrar su sentido. Pero a continuación se encuentra el siguiente texto, bien
conservado:
En la oscuridad de
una noche sin luna, apenas si se distinguen desde el embarcadero los primeros
escalones de la empinada escalera que sube hasta el templo, pero he venido ya
tantas veces hasta aquí, que conozco el primer tramo, único visible sin bajar
de la barca, palmo a palmo, peldaño a peldaño. Veintiocho escalones tallados en
la dura roca que, con su mole inmensa y única, forma la isla de los muertos.
Cuentan que bajo
ella yace aplastada una impía ciudad que adoraba en sus templos imágenes de
diosas extranjeras. Hécate la aniquiló lanzándole desde su trono celeste, la
luna, esta enorme piedra, a cuyo alrededor, con la sangre de los muertos, se
formó la laguna Estigia.
No sé cómo llegó la
roca hasta aquí, y bien pudiera haberse desprendido de la propia luna, pero de
lo que sí estoy seguro es de que no son las rojas aguas las que tiñen sus riberas,
sino que, por el contrario, son las tierras bermejas de la orilla las que
prestan a las aguas su color sangriento.
Después del primer
tramo, un recodo marcado por tres álamos negros impide ver el resto de la
escalera y a la temible Esfinge, guardiana
del santuario.
La esfinge es un
ser extraño, con cuerpo de león, cabeza de mujer, cola de serpiente y alas de
águila. Esto al menos es lo que cuentan las iniciadas que la han visto, pero
nunca se puede saber si lo que dicen es real o mero símbolo. Yo, por los
ladridos que he oído las pocas veces que algún hombre temerario ha intentado
subir, profanando la isla, más bien me la imagino como un horrendo perro con
más de cien cabezas. En todo caso, la Esfinge siempre ha vencido a los
profanadores, destrozando sus cuerpos y arrojándolos por el precipicio hasta el
lago.
Porque solo a las
iniciadas y a los reyes muertos está permitido el acceso a la isla. Incluso yo,
que me gano la vida transportando por una moneda a quienes vienen en busca de
un consejo, de un oráculo, de un filtro o del descanso eterno, no me había
atrevido jamás, no ya a salir de mi barca, sino tan solo a rozar con mi mano el
rellano en que, a corta distancia del embarcadero, comienza la escalera.
Hécate es una diosa
bondadosa, pero terrible cuando castiga, y así como su templo en Tebas es una
de las cosas más bellas que un hombre puede contemplar, la sola visión de su
tenebrosa isla llena el ánimo de pavor y aleja a los extraviados que por azar
se acercan hasta el lago. Ni el sol reverberando en las rojizas aguas de los
cañaverales de la orilla es suficiente para dulcificar el paisaje. Pero en
noches como esta, de novilunio, cuando nada se ve, pero se presienten las cosas
más terribles, ni siquiera esas mujeres enlutadas, que a veces vienen en busca
de no se sabe que maleficios y venenos, se atreven a aparecer.
Intenté apartar de
mí esos lúgubres pensamientos, mientras asaba una liebre, cuando sin haber
hecho el mínimo ruido que me alertase, aparecieron ante mí tres hombres gigantescos.
Las pieles que vestían estaban sucias y mal curtidas; tenían revueltas las
cabelleras y las barbas; y portaban grandes cuchillos que, a la luz de la
hoguera, me parecieron...
(aquí faltan un par de líneas)
... compartir la
liebre conmigo.
Uno de los hombres
llevó la mano al cuchillo con semblante amenazador, pero el que parecía el jefe
le hizo un gesto para que se detuviera. Se acercó a la orilla y, mirando hacia
la isla, me preguntó por la luz que se vislumbraba en lo más alto.
Le expliqué que era
el fuego perpetuo ante el templo de Hécate en la isla de los muertos.
El hombre guardó
silencio unos momentos. Luego me pregunto cómo se podía llegar hasta allí.
A pesar de que le
expliqué que la presencia de hombres en la isla era un sacrilegio, que Hécate
castigaba con la muerte, el hombre, irritado, insistió en su pregunta.
Señalé hacia donde
tenía varada la barca, al tiempo que insistí en que Hécate era una diosa
poderosa.
“Nuestro dios es
aún más poderoso. - me interrumpió - ¡Tú cómete la liebre que has cazado! Nosotros
nos vamos a cazar diosas.”
Vi aterrorizado
como llevaban la barca hasta el agua, se montaban en ella y, remando con
fuerza, se dirigían hacia la isla. Estuve intentando distinguirlos en la
oscuridad durante un rato, hasta que el olor a carne quemada me hizo recordar
que estaba asando una liebre.
De todas formas
estaba inquieto, y aquella noche no dormí. Miraba constantemente hacia la isla,
aguzando el oído, pero los pocos sonidos que llegaban hasta mí no eran lo
suficientemente claros como para determinar su significado.
De repente, la luz
de la hoguera del templo se intensificó, y pronto se empezaron a ver grandes
llamaradas en lo alto de la isla. ¡El templo estaba ardiendo!
Entonces, asustado,
salí corriendo y dirigí mis pasos hacia...
¡Magnífico! Me ha dejado con la intriga. "Novilunio", bonita palabreja Florentino jeje
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