A la Escuela Francesa de Sevilla íbamos
niños y niñas, pero, salvo para los pequeños, era como dos escuelas separadas.
Los niños mayores de diez años entraban por la puerta principal y tenían el
recreo en el patio. Los menores, junto con las niñas, entrabamos por una puerta
lateral y jugábamos en el jardín interior.
De esa primera etapa recuerdo a
dos profesoras, Mademoiselle Zoé, alta y mandona, y Mademoiselle Jeanne, dulce
y con el pelo blanco. Ellas nos enseñaron
todo lo necesario para superar, a los diez años, el ingreso en el
bachillerato de entonces, y también nuestro primer francés, salpicado de canciones
populares como "Sur le pont d'Avignon", "Mon beau sapin",
"En passant par la Lorraine", "Pierrot de la lune", "Frère Jacques" y la que
más me gustaba: "Auprès de ma blonde".
Mademoiselle Jeanne me llamaba
"mon petit Beethoven", no porque cantara bien, sino porque empecé a
estudiar solfeo. Mi madre no tenía mucho interés en que lo hiciera: Temía que siguiera los
pasos de mi tío Felipe, a quien no le fue muy bien, por culpa de haberse
encargado de las emisiones de música clásica en una emisora de la zona roja durante la guerra civil, y
que murió joven, cuando yo cumplía seis años. Pero descubrí que había una
profesora de música casi enfrente del colegio y, como era muy cabezón, mi madre
terminó cediendo.
Superado el ingreso, empezábamos a
cursar simultáneamente el bachillerato español y el "baccalauréat"
francés, dando unas clases en un idioma y otras en el otro. La historia, por
ejemplo, la dábamos en francés. El libro, francés, cuando hablaba de las
guerras entre Carlos V y Francisco I, decía que este había ganado la importantísima batalla de Marignano y, en una
referencia con letra pequeña a pie de página, añadía "aunque luego perdió
la batalla de Pavía". Por supuesto no mencionaba que con motivo de esa
batalla, Carlos V lo retuvo prisionero una temporada en Madrid.
El profesor de francés de primero
se llamaba como yo, y tenía unas orejas enormes. A nosotros nos parecía
divertidísimo decir "¿Que es viento?... Las orejas de Don Florentino en
movimiento". El de segundo no recuerdo como se llamaba, pero tenía las
cejas negras y el pelo rubio, de lo que nosotros deducíamos, no sé si
acertadamente, que era mariquita. Aquel año instalaron los primeros semáforos
en Sevilla, y nos encargó que hiciéramos una redacción sobre el tema. Como yo
no me molesté en ir a ver los semáforos, escribí lo que seguramente fue mi
primer cuento de ciencia-ficción.
Por la mañana, cuando llegábamos
al colegio, lo primero que hacíamos era formar todos en el patio y cantar el
himno nacional, el "Cara al
sol", brazo en alto, y un himno en honor de "Jeanne d'Arc, la
Pucelle". Supongo que Monsieur Fité, el director, hubiera preferido que
cantáramos "La Marsellesa", pero
eso debía ser impensable.
Mis mejores amigos en el colegio
eran los hermanos Vadillo, hijos del profesor de matemáticas, que vivían en Triana, y Pepito Real, hijo del de latín y vecino mío en la casa de Alhóndiga 33. También recuerdo a otro, Lafita, que estaba muy orgulloso porque la fuente que está delante de la Giralda era obra de su padre. Claro que yo estaba
muy orgulloso porque el pantano del Tranco, cuya foto
aparecía en nuestros libros de texto (y que se empezó a construir antes de la guerra y era el motivo por el que yo nací en Úbeda) era obra del mio.
Tercero de bachillerato no lo
cursé ya en la Escuela Francesa. Mis hermanos mayores ya habían acabado allí el
bachillerato y mi padre decidió cambiarme de colegio.
Me encanta leer estas historias
ResponderEliminarA mi también
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