viernes, 30 de noviembre de 2012

Psyché y el hombre enmascarado

Diana Palmer era actriz y millonaria. El símbolo del amor y la belleza; de la femineidad y la elegancia; la más admirada; la más envidiada; la más retratada... Era rara la semana en que su foto no aparecía en más del setenta por ciento de las revistas gráficas...

Todos los años el Instituto Gallup hacía una encuesta sobre quién era la mujer más bella del mundo y, desde hacía quince, quedaba siempre Diana la primera.

Pero un año las cifras indicaron que había otra mujer, la fama de cuya belleza aumentaba de día en día y no tardaría en sobrepasar la suya. Era modelo, y se llamaba Psyché.

Cuando Diana se dio cuenta, se puso hecha una furia y puso un cable urgente a Morristown, en Bengalí, con un mensaje para el Hombre Enmascarado.


El Hombre Enmascarado, el inmortal Espíritu que Anda, el justiciero que con el anillo, símbolo de su poder, dejaba indeleblemente marcada de un puñetazo una calavera en el rostro de malhechores y forajidos.

El Hombre Enmascarado, con su antifaz negro y su traje violeta de hombre rana, reinaba desde el Trono de la Calavera sobre una tribu perdida en el corazón de Bengalí, a donde no llegaba el teléfono, ni el telégrafo, ni ninguno de los adelantos de la civilización. Allí los negros vivían una bucólica existencia, dedicados al cultivo de una enorme plantación de opio, cuyas rentas eran, naturalmente, para el Hombre Enmascarado.

Pero aunque el teléfono no funcionara allí, desde Morristown comenzaron a sonar los tambores, el telégrafo de la selva, y de tribu en tribu, de tambor en tambor, comenzó a transmitirse el mensaje:

... Pon, pon, pon, pompón, pompón, pon, pompón, pomporrompón..

Por fin, y tras kilómetros y kilómetros de recorrido, la llamada llegó hasta el Espíritu que Anda:

"De Diana Palmer al Hombre Enmascarado. Te necesito urgentemente. Ven pronto. Tu Diana".

Vaya, pensó el Hombre Enmascarado, cualquiera diría que no hay más hombres sobre la tierra. En cuanto llega la Primavera, siempre me llama a mi.

Y, cogiendo su bicicleta, se dirigió a Morristown donde tomó un jet para llegar con prontitud hasta su amante.

"Quiero que vayas a ver a Psyché", le dijo Diana, "y, con la excusa de ir a rodar una película, te la lleves al desierto de Almería y le pegues un puñetazo que, si no la mata, le deje al menos el signo de la calavera marcado en la cara para toda su vida. Luego vuelve, que te recompensaré con largueza".

Y el Espíritu que Anda, calándose bien el sombrero y subiéndose las solapas de la gabardina porque, como iba de incógnito, no quería que se notase que iba enmascarado, se marchó en busca de Psyché.

Pero Diana no contaba con una cosa: el Hombre Enmascarado era un Don Juan que, nada más verla, se enamoró de Psyché, la raptó y se la llevó a lo más profundo de la cueva desde donde gobernaba su plantación.

Ni que decir tiene que en la cueva no había luz eléctrica, por lo que Psyché tardó bastante en darse cuenta de que las voces que le hablaban eran las de Bulumu, Lumubu y Mubulu, los tres negros más fornidos de la tribu, que el Hombre Enmascarado había puesto a su servicio.

Pasó bastante miedo hasta que, por la noche, en la más completa oscuridad, el Espíritu que Anda, sin quitarse el antifaz, la tranquilizó y se acostó con ella.

Antes de que llegara el alba, el Hornbre Enrnascarado cogía su bicicleta y el jet y se iba a recibir la recompensa de Diana Palmer, que creía que Psyché se ocultaba por vergüenza de que le vieran el signo de la calavera en la mejilla. Al llegar la tarde, el Hombre Enmascarado dejaba a Diana, cogía el jet y la bicicleta, y volvía con Psyché a pasar la noche. Y esto durante días y días,

Aunque el Hombre Enmascarado era muy fuerte, el ir por la noche con Psyché y por el día con Diana terminó agotándolo: piensen solo en la cantidad de kilómetros que tenía que recorrer todos los días con la dichosa bicicleta.

La pobre Psyché, que al principio se aburría enormemente de día, con el agotamiento del Hombre Enmascarado terminó por aburrirse también de noche. Pero felizmente descubrió que la cueva era el lugar ideal para jugar a la gallinita ciega: ni siquiera era necesario taparse los ojos, porque de todas formas la oscuridad era completa. A partir de entonces lo pasaba en grande. Y eso que jugaba con desventaja, ya que, en cuanto los negros la cogían, les resultaba fácil adivinar quién era, mientras que, cuando ella cogía a un negro, le costaba trabajo, por mucho que lo palpara de arriba a abajo, adivinar si era Bulumu, Lumubu o Mubulu.

Un día Psyché le dijo al Hombre Enmascarado:

"¿Sabes que, cuando una mujer embarazada tiene un antojo, hay que satisfacérselo inmediatamente?. Si no, el niño nace luego con una mancha más grande cuanto más tarde en satisfacerse el antojo."

"Eso he oído, pero no me lo creo", contestó él.

"Pues por si acaso", le dijo ella, "te advierto que estoy embarazada, y que tengo unas ganas locas de quitarte el antifaz y verte la cara".

"Mira, Psyché, hay dos cosas que nunca debes dejar entrar en tu alma: la curiosidad y la coquetería. Guárdate de ellas. En cuanto a mi rostro, nadie puede verlo, y el que tu lo vieras solo serviría para traernos desgracías".

Pero el consejo llegó demasiado tarde: la curiosidad ya le había entrado, y la coquetería la tenía innata. Y si no, que se lo preguntasen a Bulumu, Lumubu y Mubulu y a la gallinita ciega.

A medida que los meses pasaban, la barriga de Psyché crecía y, al par que ella, aumentaba el deseo de verle la cara al Espíritu que Anda.

El hombre enmascarado
Una noche, cerca ya del noveno mes, Psyché no pudo resistir por más tiempo la tentación y, encendiendo una cerilla, se acercó a él y le quitó el antifaz. Y comprendió por qué él no quería que nadie le viera la cara: En varias partes de su rostro tenía marcado de forma indeleble el signo de la calavera. Un signo que solo el propio Hombre Enmascarado podía producir en el rostro de los malvados cuando les pegaba un puñetazo con su anillo.

Entonces comprendió también el secreto de la inmortalidad del Espíritu que Anda: Cuando llegaba a viejo siempre había algún tunante que peleaba con él y lo mataba, apoderándose de su traje, su antifaz, su anillo, su fama ... y de las rentas del opio, que no debían ser bajas.

Volvió a ponerle el antifaz sin que él se diera cuenta, pero el mal ya estaba hecho. Las desgracias comenzaron enseguida: en cuanto tuvo el niño. Porque, no se sabe si fue culpa de la curiosidad y del antojo o si lo fue de la coquetería y la gallina ciega, pero el caso es que el niño nació completamente negro.

El Hombre Enmascarado la devolvió a su tierra, no sin antes dejarle la marca de la calavera en los lugares más estratégicos de su cuerpo. Y ella, vengativa, contó a los periódicos todos los secretos del Espíritu que Anda.

Fueron ciertamente muy desgraciados. Pero los más desgraciados fueron Bulumu, Lumubu y Mubulu, cuyos cráneos pasaron inmediatamente a decorar el Trono de la Calavera.


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Publicado sin permiso de Lee Falk y de Apuleyo de Madaura, a quienes pido perdón por hacer un uso, probablemente indebido, de sus creaciones. 






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