Imagen tomada de "Cumbres Borrascosas"
Me
levanté un poco mareado. Hacía frío. A mi alrededor todo estaba nevado,
iluminado débilmente por solo la delgada hoz de la luna.
Comencé
a escalar la pendiente. Debía llegar a la carretera y retroceder andando por
ella. El último pueblo por el que había pasado no debía estar a más de tres
kilómetros.
Subí
agarrándome a los fríos matojos cubiertos de nieve, pero, a pesar de la
pendiente, no me costó más de diez minutos llegar hasta la carretera.
Para mi
sorpresa, al borde de ella, estaba parada una calesa de tonos rojizos y capota
negra, tirada por un caballo zaino. Las riendas las sostenía un extraño
personaje con levita, sombrero de copa y, anudada al cuello, una roja bufanda
de seda.
- Suba,
por favor. – me dijo – Hemos visto su accidente desde el castillo y he venido a
recogerle.
-
Gracias. – contesté mientras subía y me
sentaba a su lado – Ha sido Usted muy amable.
La
calesa echó a andar.
- ¡Que
frio hace! – musité.
- Aquí
siempre hace mucho frio.
Hubo un
largo silencio. Ni las ruedas, con el eje bien engrasado, ni el trote del
caballo sobre la nieve producían sonido alguno.
- No
sabía que por aquí hubiera un castillo.
- Poca
gente lo sabe. – contestó él – De hecho solo lo saben los miembros del selecto
Club de los Sádicos Asesinos, Coronel.
El
corazón me dio un salto. ¿Había dicho Coronel o simplemente me lo había
parecido? ¿Cómo podía saber mi graduación? ¿Llevaba más de treinta años en
España y, por primera vez, alguien me llamaba Coronel?
-
¿Quién es Usted? – pregunté.
- James
Kelly. – contestó – A su lado, un aprendiz.
- ¿Un
aprendiz? ¿De qué?
- Yo
solo destripé unas cuantas prostitutas… No como Usted… Hoy están en el castillo
la mayor parte de los miembros del Club. Estoy seguro de que vamos a disfrutar
enormemente con sus relatos.
- ¿Mis
relatos? – pregunté asustado.
- Sus
experiencias con la picana eléctrica en el Club Atlético de Buenos Aires…
¿Cuántos murieron por las descargas? ¿Cuándo se retorcían más, cuando la
aplicaban a los pezones o a los genitales? ¿A cuántos muertos y a cuantos, aún
vivos, mandó arrojar desde el aire al océano?
Le miré
aterrado. ¿Cómo sabía…?
En
aquel momento llegamos al castillo. Atravesamos el pontón y paramos en el patio
de armas.
- ¿Qué
castillo es este?
- El de
nuestro anfitrión, el Conde Vlad. – contestó después de agarrarme por el brazo
para ayudarme a bajar.
Me
resistí.
-
Vamos, - dijo – están todos esperando.
Al
entrar me pareció por un momento que se trataba de una fiesta de disfraces.
Había tipos vestidos de todas las épocas: de romanos de blancas túnicas, de califas
de enjoyados turbantes, de emplumados sacerdotes aztecas, de uniformados miembros
de las SS,… Pero cuando formaron un pasillo aplaudiéndome para dejarme pasar,
me di cuenta de que no lo era: Yo iba vestido con mi uniforme de gala y llevaba
en el pecho las numerosas medallas con que habían sido reconocidos mis
servicios a la patria.
Levanté
la cabeza y los miré orgulloso. Y a medida que los iba mirando, iba sabiendo
quienes eran y que habían hecho: Eran todos asesinos y torturadores, y lo
habían hecho por puro placer. Por el placer de hacer daño, por el placer de
matar… ¡Qué asco!... Yo había torturado
y matado, pero era por una causa noble: Tenía que hacer que confesaran, que
delataran a sus cómplices… Sentía placer, pero era el placer del deber
cumplido. ¿Imaginan el placer de conseguir que una madre delatara a su marido
para que dejara de torturar a su hijo pequeño?... Es verdad que cuando
confesaban, hacía como que no me lo creía y seguía torturando, pero se lo merecían…
¡Perros traidores a la patria! ¡Claro que sentía placer!...
Me di
cuenta de que ya había atravesado la masa de asesinos. Levanté de nuevo la
cabeza. Frente a mi había un estrado, y sobre el estrado, una mesa tras la que
se sentaban tres personas. Supe al instante quienes eran. En el centro estaba
Vlad Tepes, el empalador; a la izquierda, Torquemada, el inquisidor; y a la
derecha, el doctor Mengele, el ángel de la muerte.
- Ha
sido muy interesante su relato, Coronel, – dijo el Conde Vlad – pero estoy
seguro de que tiene algo más que decir.
- Si. –
dije volviéndome hacia la masa de asesinos - ¡Si!... Yo también lo hice por
placer. ¡Por puro placer!... ¿Servicio a la patria?... No lo sé. En todo caso
esa fue solo la excusa. Como todos vosotros… lo hice solo por placer.
Un
estruendoso aplauso apenas si dejó oir lo que Vlad Tepes dijo a continuación:
- Le
agradecemos que con su incorporación al Club nos haya proporcionado unas horas
de asueto. Ahora todos debemos volver a nuestros tormentos.
Luego
se dirigió a Jack, el destripador:
- Señor
Kelly. ¿Sería tan amable de mostrar al Coronel su aposento?
James
Kelly me tomó del brazo y me fue indicando el camino.
Bajábamos
por una interminable y estrecha escalera de caracol cuando le pregunté:
- ¿Qué ha
querido decir con lo del asueto y los tormentos?
- Aquí
estamos todos condenados a sufrir los tormentos que nosotros aplicamos a los
demás. Los tormentos solo se interrumpen, para recibirlo, cuando un nuevo miembro se incorpora al club.
Intenté
pararme, pero no pude. Mis piernas no me obedecían y seguían bajando las
escaleras.
-
¿Quieres decir que van a aplicarme la picana eléctrica hasta que muera? –
pregunté aterrorizado.
El
destripador se volvió y me dirigió la sonrisa más maligna que jamás he visto.
-
¡Pobre imbécil! ¿Aún no te has enterado de que ya estás muerto?
--*--
Mis avezados lectores se habrán dado cuenta de que esta historia está contada en primera persona, lo que no tiene mucho sentido, porque ¿a quien se la cuenta?
La explicación es que, en la idea original, la historia no terminaba ahí. Seguía con la descripción detallada de los tormentos a que era sometido el protagonista y debía terminar con algo parecido a:
... y el tormento solo se interrumpe cuando muere un nuevo sádico asesino, y todos subimos a recibirle. Entonces todos intentamos cruzar con él nuestra mirada para que, con gran deleite, lea en nuestros ojos... ¡como has hecho tú!... nuestra historia. ¡Bienvenido, sádico asesino, al club!
Estuve dándole vueltas y vueltas a como describir los tormentos y los sufrimientos del coronel. Por las noches casi no dormía pensando en ellos... hasta que me di cuenta de que estaba disfrutando al repasarlos. Y corté con el tema. ¡Me estaba convirtiendo en un sádico asesino!
No se tu, pero yo como nos sigua fustigando este gobierno así, posiblemente acabe como el de tu historia, que por cierto es buena…Saludos
ResponderEliminarLos asesinos montan mucha parafernalia en saludos a otros asesinos porque así evitan su sufrimiento... ¿metafórico?
ResponderEliminarMe gustan esos apuntes en verde. Metaliteratura, ¿no es así?